Acuerdos y recuerdos

Buscando amainar la tempestad política de fin de año, nuestro aún vacilante gobierno convocó al Acuerdo Nacional para ocuparse, en especial, de la seguridad ciudadana. Dicho sea con todo respeto, la solemnidad de dicho encuentro contrasta con los anuncios y los aportes allí generados. Es perfectamente posible que algo similar ocurra hoy mismo cuando al reunirse aborde el tema de la lucha contra la corrupción.

Nadie podría negar el rol ético que, más allá de lo político, cumplió en su origen el AN frente a la tarea de reconstrucción que se requería luego del nefasto fujimorismo. Pero, en cuanto el país retomó un ritmo de normalidad democrática -que no significa necesariamente “calidad democrática”-, las condiciones que lo hicieron posible fueron perdiendo su imperativo moral.

Tal vez por ello lo que logre hacer el AN es meramente simbólico, lo cual –en un país que utiliza como sinónimo de inutilidad el “saludo a la bandera”- poco o ningún efecto tendrá sobre la realidad. Penosamente los acuerdos sin “mandato imperativo” son, entre nosotros, meras formalidades. Baste saber que las leyes, con toda su esencia coactiva y punitiva, vienen acompañadas de una máxima tan extendida como lamentable: “hecha la ley, hecha la trampa”. Frente a eso, el diálogo y el acuerdo no aparecen como los instrumentos de convivencia y prosperidad que merecemos. Pero algún día llegará…