Brechas que crecen

Grover Pango, autor de estas líneas 

Pienso en el creciente avance de la tecnología frente al destino del ser humano, como su complemento o sustituto (según algunos) y no deja de provocar desasosiego.

Preocupa que, avanzando el tiempo, las conquistas que logre la inteligencia artificial –IA- vayan en desmedro de las personas. De suyo ya hay y serán más las funciones cotidianas que prescinden de los humanos, pero su evolución es mayor en países más desarrollados y se ven como una señal de algo digno de imitar. Que los niños jueguen con mascotas mecánicas o que en un restaurante atiendan robots en vez de mozos asombra hasta el júbilo. Por ese camino los perritos tendrán un zoológico como residencia futura y la amable labor de mozo simplemente desaparecerá.

Todo avanza tan rápido que “Watson”, el sistema informático de IA que responde todo tipo de preguntas y se hizo famoso el 2011 al derrotar en un concurso a dos rivales humanos invencibles hasta entonces, además de ser hoy un asistente insustituible en evaluaciones de diverso tipo, dilucida en los diagnósticos médicos y en los conflictos legales. Y recientemente vive en el cuerpo de un robot de 58 centímetros y algo más de 4 kilos llamado Nao. Maravilloso.

Me preocupa el sitio que podrán ocupar –ya no hablemos de un futuro como algo lejano- las multitudes que hoy no reciben luz eléctrica de manera regular y cuyos niños apenas saben lo que es una computadora.