Grover Pango, autor de estas líneas
De un tiempo atrás a esta parte se ha hecho costumbre llamar “tíos” a los amigos cercanos de los padres. Así, los hijos de los amigos con la mayor naturalidad nos saludan llamándonos de esa manera y nuestros hijos, a su vez, hacen lo propio. Recuerdo que la primera reacción –en este caso de mis padres- fue de asombro y extrañeza pues para ellos el trato era reservado solo para la familia consanguínea o política.
Este cariñoso apelativo es la muestra de un atributo singular y positivo de nuestra sociedad: el afecto. Los especialistas sabrán dilucidar la razón por la que necesitamos y prodigamos cariño. En este caso, nuestros hijos han pasado del frío y distante tratamiento del “usted” con que nosotros tratábamos a los amigos de los padres, con el “tú” cálido y cercano con el que ellos tratan a nuestros amigos.
He sentido esto con más intensidad en el reciente Día del Padre. Todos los amigos –que somos felizmente muchos- hemos mantenido nuestro afecto y por consiguiente el tiempo nos ha hecho hermanos de verdad. Varios ya no están, pero sus hijos nos saludan y para ellos somos, para siempre, sus tíos.
Entiendo que en España la palabra “tío” sirve para un trato genérico sin mayor precisión: algún fulano. Pasó sin dejar huella la expresión “estar tío”, para referirse a alguien que envejeció. Triunfa y durará la expresión con que la vida nos ha dado sobrinos. Qué dicha.