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Domingo 29 de marzo 2020

Nicanor Mujica Álvarez Calderón

Por: Wilfredo Pérez Ruiz (*)
Nicanor Mujica Álvarez Calderón
Foto: Difusión

Nicanor Mujica Álvarez Calderón


Al cumplirse el 27 de marzo un nuevo aniversario del natalicio del querido e histórico líder aprista Nicanor Mujica Álvarez Calderón (1913-2003), me complace compartir mi discurso pronunciado en la ceremonia de develación de su busto, realizada en la Casa del Pueblo el 4 de abril de 2013.

Compañero secretario general del Partido Aprista Peruano, Jorge del Castillo Gálvez,
Distinguidísima compañera Gloria Astete de Mujica,
Compañeros Francisco Mujica Serelle y Carlos Lanfranco Astete,
Compañeros integrantes de la Comisión Política, del Comité Ejecutivo Nacional y de la comisión conmemorativa del centenario de Nicanor Mujica,
Compañeros dirigentes regionales, distritales y sectoriales,
Conciudadanos y compañeros,
 
Aquí estamos esta noche los integrantes del frente único de trabajadores manuales e intelectuales del Partido del Pueblo, que hemos venido en peregrinaje cívico hasta la Casa del Pueblo, para rendir nuestro cálido, sincero y emocionado homenaje fraternal a la inmensa figura histórica, cívica y moral de Nicanor Mujica Álvarez Calderón, al cumplirse 100 de su nacimiento.
 
Hemos venido a rendir nuestro emocionado tributo a un hombre que constituye un referente impecable de lo que debe ser la vida de un aprista comprometido con los ideales de pan con libertad. Nico por razones familiares -tuvo una procedencia probablemente privilegiada- pudo haber tenido un brillante futuro personal y profesional.. Sin embargo, a muy temprana edad renunció a su condición de clase para enrolarse en las filas del pensamiento y la obra de Haya de la Torre.
 
Ese es un mérito incuestionable en una persona a la que le esperaba un futuro probablemente vigoroso y pujante. Sin embargo, su vida estuvo marcada por el sacrificio, por la renuncia, por el desprendimiento y, esencialmente, por la honradez y honestidad de  sus actos. Nicanor Mujica Álvarez Calderón, Nico, como le decíamos aquellos que tuvimos el privilegio de estar vinculados a él por el cariño y afecto de su amistad, nos ha dejado a todos los apristas y a todos los peruanos un ejemplo inequívoco de lo que es reconciliar la política con la decencia, la honradez, la honestidad y el desprendimiento.
 
Él estuvo siempre en la primera fila para darlo todo por su partido y nunca pidió nada. No como ahora que hay quienes salen del sector público, hacen caja y están pensando en el 2016. Nico tuvo una convicción genuina que admiró a quienes  nos acercamos a él –yo lo conocí el 29 de enero de 1986 en el Parque de Las Leyendas en un almuerzo convocado por un muy querido amigo en común, Felipe Benavides- y desde aquel entonces me impactó la sencillez, la cultura y la humildad de quien en ese entonces era ministro de la Presidencia y líder histórico del partido. Forjamos una amistad que nos unió tanto que pude constatar que no solamente era un hombre orientador, sereno, discreto, de profundas convicciones religiosas y, fundamentalmente, un hombre de bien. Podríamos sintetizar toda definición respecto de su vida como un hombre noble y de bien, comprometido, consecuentemente, con el bien común.
 
Era muy joven cuando llega en 1932 a las filas del partido. Provenía en su línea paterna como materna de militantes y fundadores del Partido Civil. Su abuelo paterno Elías Mujica y Transmonte había sido fundador del Partido Civil, próspero empresario, lideró la resistencia durante la ocupación chilena en la capital. Por la línea materna, su abuelo Nicanor Álvarez Calderón Roldán, también era militante del Partido Civil, hombre de negocios, había estado en la corbeta “Unión” -durante la Guerra con Chile- y en las batallas de Tarapacá, el Alto de la Alianza y de Miraflores con Lizardo Montero.
 
En sus venas corría la inquietud política, cívica y democrática. Pero, él no siguió esa línea conservadora, sino que se involucró con los ideales de los pobres, de los desvalidos y de los marginados, porque ese es el sustento moral del aprismo. Bien decía Víctor Raúl: “El aprismo es la voz limpia que expresa el viejo y hondo dolor del Perú”. La vida de Nico fue una expresión de reconocimiento y encarnación de ese viejo dolor de los pobres. Las comunidades de Huarochirí, a las que representó con tanto brillo, pueden  testimoniar esa identificación -con los pobres, los débiles y los desposeídos- que marcó su vida.
 
Más allá de los cargos partidarios importantes que él desempeñó, más allá de haber sido un brillante periodista, propagandista, un hombre que en las clandestinidades -bajo el nombre de “civilista”- realizada una importante labor de enlace entre el jefe del partido y las células clandestinas, estuvo dos veces en el exilio, estuvo en El Panóptico. Tuvo una vida intensa en pobreza y en humildad. Tuvo su primer exilio en Europa padeciendo los entretelones de la Segunda Guerra Mundial y en condiciones adversas de ser un migrante en un país invadido por el ejército alemán. Padeció muchísimo, pero lo importante de hombres como Nico es que jamás abdicó, jamás renunció y jamás pidió nada. Esos son los ejemplos de un hombre decente al que está noche venidos a recordar con tanto afecto y cariño fraternal y ese es el legado que él nos deja, el haber hecho de la política un instrumento de servicio y no un instrumento sórdido para servirse.
 
Nico, a lo largo de su vida pudo, probablemente, tener mucho. Sin embargo, en 1978 declinó integrar la lista a la Asamblea Constituyente; en 1980, a solicitud e insistencia del compañero Armando Villanueva del Campo, acepta una senaduría; el año de 1985, cuando estábamos en los momentos aurorales de llegar al poder declinó estar en la lista al Senado de la República. Se le dio una embajadora y el cargo de primer ministro del despacho de la Presidencia. Pero, él nunca pidió nada, no tuvo ni siquiera en la tarde su vida una pensión de jubilación que, dicho sea de paso, algo pudo haber hecho la Célula Parlamentaria Aprista en su favor. Pero, no tuvo ni eso.
 
Su automóvil era un automóvil de 15 años de antigüedad y no pudo comprar una propiedad a su nombre. Esos son los líderes históricos que enaltecen esta noche la vida de nuestro partido. ¡Aplausos! En este pasaje de los héroes, de los mártires y líderes históricos de nuestro gran partido está Nico Mujica al cumplirse 100 años de su nacimiento y dentro de poco diez años de su partida a la Casa del Señor. Y algo que hay que decir con todo énfasis, es que cuando vemos estos bustos de peruanos ilustres y de apristas ilustres y de políticos decentes, recordamos que ellos son fuente de inspiración para hacer política. Ninguno de ellos hizo riqueza, ninguno de ellos fue investigado por enriquecimiento ilícito o desbalance patrimonial, ningún de ellos tuvo argollas o facciones antidemocráticas en el partido, ninguno de ellos hizo caja para las próximas elecciones.
 
Ellos constituyen las reservas morales del aprismo. Y no solamente debemos venir acá a pronunciar discursos que susciten aplauso efímero. Para venir a hablar de ellos hay que tener autoridad moral y tener una hoja de vida limpia y diáfana de servicio a los ideales del partido y estar comprometido con la esencia del Partido del Pueblo. Nico es un referente ejemplar, limpio y digno de lo que es ser un aprista. Un aprista que no pidió nada, que no tuvo nada. En la tarde su vida una embajada, una senaduría y una asesoría en el despacho presidencial. Nada más.
 
Esos son los referentes que todo aprista debe evocar. Sobre todo en una hora en que la política está divorciada del sentimiento popular, en una hora en que los partidos –y el nuestro también- están alejados del sentimiento ciudadano. Tenemos que reconciliarnos con el pueblo, tenemos que reconciliarnos y volvernos a ganar la confianza, el respeto y la credibilidad de los ciudadanos. Para ello, tenemos que formar cuadros de promociones y militantes de la talla de Nico Mujica; que sigan su ejemplo, que se inspiren en él y que tengan su capacidad de desprendimiento.
 
Ese desprendimiento de un hombre que sufrió cárcel, destierro, persecución, infamias y soledades. Yo puedo dar fe, como amigo personal que fui, de la soledad en la tarde de su vida. Ahí no había, como ahora, cientos de militantes. Éramos siete, ocho, media docena los que íbamos a verlo en los dos o tres años de su agonía. Esas son las ingratitudes –propias de la política y del partido- que olvidan a estos hombres que forjaron  y formaron el partido en el que hoy nosotros tenemos el privilegio de poder militar en sus filas. Y al recordarlos debemos honrar su línea de comportamiento ciudadano.
 
Yo tuve el privilegio de ser presidente del Patronato del Parque de Las Leyendas y me propuse hacer un acto de homenaje a Nico como a los compañeros Javier Pulgar Vidal y Miguel López Cano, a quienes quisimos algunos tanto. Y escogí un lugar especial, un ambiente que se denomina “El Espejo de Aguas”, bello ambiente diseñado por el propio Felipe Benavides y que, coincidentemente, fue estructurado con las piedras que formaban parte de la portada del antiguo Panóptico de Lima. En ese lugar quisimos rendirle homenaje, por el “Día de la Planta”, el 27 de enero del 2007.
 
Para mi fue el pago de una deuda moral con un hombre al que yo, con ese trato fluido y cotidiano, aprendí ha quererlo, ha respetarlo, ha admirarlo,  ha valorarlo y, a través de él, ha valorar a esa galería de peruanos ilustres e insignes que formaron y forjaron el aprismo en el que hoy día militamos.
 
Hablar esta noche, conciudadanas y conciudadanos, compañeras y compañeros, de la biografía política de Nico podría no ser lo más sustantivo. Quiero detenerme en un solo episodio. En 1945 él llega a la Cámara de Diputados como representante de Huarochirí –representación que su padre también había ejercido en esa jurisdicción- y nunca se olvidó de los huarochiranos. Él no fue a Huarochirí, como otros, a pedir votos y luego darle la espalda. Prueba de ello fue la enorme, genuina y honesta gratitud de esos humildes pobladores de Huarochirí que nos acompañaron en sus exequias, que vienen siempre y lo recuerdan siempre y lo tienen presente y hablan de él generación tras generación. Ese es el mejor reconocimiento a un político que representó, de manera coherente, consecuente y digna, al electorado que lo eligió. Esos son los comportamientos que hoy día tienen que imitar nuestros representantes, dirigentes y autoridades para ganarse el respeto y la confianza de todos los peruanos.
 
El ejemplo de Nico es concordante, como bien se ha dicho acá, con lo que fue la vida de Haya de la Torre, quien nunca tuvo vivienda, cuentas corrientes, propiedades, tarjetas de crédito, chequeras. Vivió en casa prestada, tenía lo mínimo para vivir con dignidad y nada más. Nico, renunció a todo lo que por su condición familiar pudo tener para seguir esa huella, para seguir esa esencia, para seguir ese sendero difícil, adverso y doloroso. Supo darnos una lección de lo que es ser leal hasta la muerte por sus principios y convicciones políticas, cívicas y democráticas.
 
Por eso, esta noche no solamente develamos este hermoso busto en su recuerdo. Esta noche se inclinan las banderas respetuosas y reverentes del aprismo para saludar y evocar la obra colosal de un peruano ejemplar, de un peruano limpio y diáfano, de un peruano que hizo con el testimonio de su vida -coherente y consecuente- camino al andar. Como los versos de Antonio Machado y Ruiz: “Caminante, son tus huellas el camino y nada más; Caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace el camino y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino sino estelas en la mar”. Honor y gloria, Nicanor nuestro que estás en la gloria.
 
Gracias.
 
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