Cualesquiera fuesen los resultados de la segunda vuelta electoral, este hecho será recordado como ninguno otro antes vivido y merecerá un análisis acucioso por su singular desarrollo y presuntas repercusiones.
Supongo que deberán hacerse muchas interrogantes y reflexiones acerca del acontecimiento que vivimos, el cual probablemente marque un hito que nadie imaginó. Se buscará saber qué ha motivado ésta marcada separación en dos grandes tendencias y cuánto hay en ellas de ideología, ira, frustración, esperanza o intuición.
Imagino será ineludible explorar las implicancias que ha tenido el COVID-19 a la hora de decidir el voto. También examinar qué tan cierto es que el país está dividido en áreas –más que departamentos- de predominio urbano frente al rural, con marcada notoriedad costera. Eso se hará y entonces será necesario evaluar los resultados reales del proceso de descentralización (y regionalización), estancado hace buen tiempo. Tema éste de la mayor importancia puesto que al año siguiente -2022- habrá elecciones “regionales” (vaya eufemismo).
Ojalá la ocasión sirva además para darle lugar a la importancia de los partidos políticos; o tal vez su inutilidad, como quizás algunos quisieran. La actual legislación -unida a la fragilidad cívica de nuestra ciudadanía- ha logrado que se desdeñe la actividad política, facilitando su degradación y desprestigio.
Acápite aparte, la participación de un número incalculable de personas muy mayores que acudieron a votar es bastante más que anecdótica. Debe haber varios otros asuntos a tratar, tantos que la conmemoración de los 200 años de nuestra República será diferente en varios sentidos.