Que no todo será como antes parece estar cada vez más claro. La duración de la pandemia y sus renovadas amenazas dejan establecido que la humanidad debe entrenarse en formas distintas para seguir existiendo.
Entre las convivencias esenciales para el hombre ha estado la educativa y ella ha sido una de las más golpeadas durante estos casi dos años. Los hogares han servido como escenarios educacionales pero todo indica que, por varias razones, las aulas son un espacio educativo insustituible: los hábitos básicos para el aprendizaje y el estudio, el desarrollo emocional, la noción de sociedad, las experiencias intergeneracionales y el aprestamiento profesional así lo requieren.
Sin embargo la “nueva normalidad” exige experiencias distintas y es casi inevitable apostar por un sistema multimodal: presencial, virtual y otros. Solo que esto es apenas una parte del asunto.
En el deseable caso de nuevas construcciones educativas surge el reto de propuestas arquitectónicas distintas a las existentes. Las aulas, laboratorios y corredores deberán tener otros diseños así como los espacios abiertos. ¿Seguirán existiendo las bibliotecas? Tal vez los auditorios gigantes ya no sean necesarios –o el estadio propio- pero los gimnasios sí. O una fusión de ambos. Naturalmente deberá preverse la presencia de la conectividad y su equipamiento.
Ojalá la ocasión sirva para integrar los planteles con la comunidad misma, con el entorno de la ciudad. Que los parques tengan una esencia educativa, las pistas y veredas también (ahora más con las ciclovías en ámbitos urbanos) y todo aquello que concierna al gobierno local. Una verdadera Educación para la Vida.