Banner Tuvivienda
Viernes 29 de marzo 2024   |   Contáctenos
REDES SOCIALES
Lunes 13 de junio 2022

El legado de Leguía

Por: Daniel Parodi Revoredo
El legado de Leguía
Foto: Difusión

 

« Un golpe de Estado, camuflado en más de 50 reformas a la Constitución, es toda una novedad en esta tierra donde la república, con minúsculas, alguna vez fue el impuesto que los indígenas pagaban al Estado por el simple hecho de nacer peruanos. »


Menos mal que los peruanos estamos preocupados. Nuestra preocupación es el último reducto de la esperanza nacional después de haberlo perdido todo, al punto que hasta el presidente Castillo perdió el membrete con su nombre en la Cumbre de las Américas. Se le cayó hacia adelante y no hubo forma de recogerlo. El Primer Mandatario ha perdido su nombre y no puede encontrarlo, pero no es justo para la justicia poética denominar así a esta deprimente anécdota presidencial.

Y todo tiene que ver con la corrupción. Hace unos años, el recordado Alfonso Quiroz publicó su obligado libro de consulta, Historia de la Corrupción en el Perú, 486 páginas de una tautología patética: siempre fuimos corruptos, aquí no hay feriados, vacaciones, armisticios, periodos de excepción o estados de emergencia. Pero hay otro camino para explicar una preocupación que apenas sabe remontarse a la apabullante mayoría parlamentaria obtenida por Keiko Fujimori en 2016: como si allí comenzase todo.

¿Ya entendimos que en el Perú no hay República? ¿qué no la hubo nunca y que probablemente nunca la habrá? Creo que en ese trance andamos, sino de dónde la preocupación. Lo que estamos aprendiendo es que el país no tiene remedio. Recién Carlos Meléndez cuestiona el republicanismo como categoría, sugiere reemplazarlo por pueblo, como le gusta al fujimorismo: binomio caudillo-pueblo, la receta básica del populismo y es verdad que desde allí se puede ordenar. Fujimori ordenó, pero lo que no puede un populista autoritario es construir, por eso no construimos durante y tras Alberto Fujimori, no porque él se haya ido, sino por lo que dejó: al pueblo frente al Estado sin mediaciones, el partidor perfecto de la guerra de todos contra todos por el botín estatal, o lo que queda de él. Y en esas estamos.

Pero el primer tirano fue Leguía, de esto trata esta columna. A mí me preocupan nuestras narrativas, porque desde las narrativas se construye la realidad y no al contrario, o al menos eso sostienen los teóricos del giro lingüístico. Haya de la Torre dijo, y vaya que suelen repetirlo, que Leguía fue el mejor presidente del siglo XX, y es una lástima que lo haya dicho. Esta es, sin duda, una de sus frases más desafortunadas y lo señala el único que levanta su aporte a la historia política nacional, cada tanto.

El que acierta es Pedro Planas, qué pena que Tito Flores y él nos hayan dejado tan temprano, ambos nos legaron libros memorables y polemizaron sobre Haya y Mariátegui, aunque pocos le llamen polémica al contrapunto entre Tiempo de Plagas y el Joven Haya. En la República Autocrática, Planas sugiere que tras el periodo aristocrático (1895 – 1919) debió advenirse al Perú la democracia de las masas pero que Leguía canceló dicha posibilidad instaurando la dictadura.

No es igual la dictadura de Leguía, al caudillo militar del XIX, que no es ni santo, ni beato, pero que no controlaba necesariamente al Congreso y al Poder Judicial, que andaba a caballo y no en un vehículo presidencial descapotable. Leguía es postindustrial, es un dictador chic, con clase, le encanta el hipódromo, los certámenes de reinas belleza, populariza el cine, y disfruta del frenético ritmo del charleston en las cadenas de radio nacionales; pero también es el émulo peruano de los dictadores bananeros centroamericanos impuestos por el imperialismo yanqui. ¿Los Somoza nicaragüenses les dicen algo?

Pero hizo obra. ¡Ay Perú populista y clientelar! no has entendido nada. Nada, salvo quizá las carreteras, que multiplicase la riqueza, nada que nos dotase de una base industrial, nada que asegurase la capitalización y multiplicación de los recursos a futuro. Todo rimbombante, espectacular, carnavalesco, como las casonas a un lado y otro de la avenida que inauguró él mismo y en homenaje pre-póstumo a él mismo, o como los grandes monumentos que nos regalaron las potencias europeas por el Centenario de la Independencia. Todo especulación inmobiliaria y harta corrupción. ¿Cuál es el mérito de despilfarrar el saldo de una tarjeta de crédito sin límites ni cortapisas, sino generas los fondos para pagarla?

Y Leguía, tras el crack del 29, dejó un país quebrado y mucho más pobre de lo que lo encontró. Los oligarcas que lo antecedieron, hay que reconocerlo, fueron responsables con el gasto público. Él no, derrochó y derrochó, y si dicen que él no robó, todos a su alrededor robaron a manos llenas.

Pero la peor herencia de la dictadura de Leguía es la cancelación del incipiente movimiento obrero de 1919, el cierre de San Marcos y el acallamiento de su entonces brillante pléyade política e intelectual, el allanamiento de los diarios El Comercio y La Prensa, los que luego se alinearon al régimen autoritario; el exilio de Haya, la conminación a Mariátegui a no enfrentar en Amauta al régimen dictatorial. etc.

La peor herencia de Leguía es trocar, en los años veinte, la transición a la democracia de las masas, que el régimen republicano creó para que sus instituciones funcionen de manera independiente y equilibrada, por la nefasta cooptación de los poderes públicos a manos de un lóbrego cenáculo en el poder, respaldado por las fuerzas armadas o conformado por sus más engalonados representantes.

En 1919, a la manera de Hobsbawm, se inauguró el siglo XX en el Perú. Este fue el siglo de las dictaduras, sino recordemos: Leguía, Sánchez Cerro, Benavides, Prado, Odría, Lindley y Pérez Godoy, Velasco, Morales Bermúdez y Alberto Fujimori.

Si estamos preocupados, si la desolación nos acongoja, busquemos las causas: la corrupción es una de ellas. Pero si acá no tenemos instituciones republicanas solventes, ni partidos políticos como tales, ni una clase política respetable es porque el siglo XX nos echó encima, bañada en sangre, a una horripilante criatura autoritaria que no nos permitió ni enterarnos de qué trataba esto de la democracia.

Pasado mañana el Congreso votará una reforma constitucional. No son tiempos de dictaduras tan obscenas y descaradas como las de antes. Por ello, quienes ahora buscan el poder con las mismas intenciones que los patrimonialistas de antaño, se han sofisticado mucho en las formas que utilizan. A ese nivel, un golpe de Estado camuflado en más de 50 reformas a la Constitución es toda una novedad en esta tierra donde la república, con minúsculas, alguna vez fue el impuesto que los indígenas pagaban al Estado por el simple hecho de nacer peruanos.

Participa:
Valorar
Cargando...
COMENTARIOS
0 comentarios
2018 Grupo Generaccion . Todos los derechos reservados    |  
Desarrollo Web: Luis A. Canaza Alfaro    |    
Editor de fotografía: Cesar Augusto Revilla Chihuan