Liderazgos erráticos en el Perú

Los líderes políticos son una especie a la cual resulta muy complicado definir. No tienen más similitud que su imperio sobre ciertos grupos humanos, quienes se subordinan a sus designios. Algunos son cultos y otros rozan el analfabetismo. Pueden ser buenos o malos oradores, excelentes o pésimos administradores, exaltados o pacíficos, prudentes o bocatanes, erguidos como Charles de Gaulle o petisos como Napoleón. La desaparecida periodista italiana Oriana Fallaci, quien entre los años 60 y 70 del siglo pasado entrevistó a los principales líderes del mundo para L’ Espresso de Roma, sostenía que jamás reconoció en la gran mayoría de ellos un grado superior de inteligencia o integridad. Sólo identificó como elemento común la audacia y el empeño, las ganas de ponerse a la cabeza de sus colectivos nacionales. La escenografía peruana no ha sido ajena a la versatilidad de los liderazgos y a la comprobación de que la osadía construye el mayor porcentaje de nuestros dirigentes. Muchos elevan su figura a base de la escarnecida y dolorosa descripción de la realidad, lo que les facilita vender esperanzas de pronta redención en el paraíso que ese líder promete a su gimiente auditorio. Vienen a cuento estas reflexiones cuando escucho al primer ministro Javier Velásquez Quesquén sindicar a quienes lideran las protestas de Echarate en el valle de La Convención, Cusco, como “agitadores”, personas que “desinforman” a la población y la azuzan a realizar actos contra la propiedad pública. Todo ello sin duda es cierto. Estos compatriotas cumplen su oficio de mantener en vilo la zona y es válido afirmar que tienen motivaciones políticas. Sin embargo, si cambiamos el cristal con el que miramos estos terribles sucesos, cabe preguntarse: ¿Y dónde está el liderazgo alternativo a estas personas? ¿Por qué son capaces de paralizar todo un valle e implementar su agenda de duda frente al destino del gas en el sur del país? ¿Qué los ha hecho más fuertes que el Estado para asegurar su liderazgo? Es que Echarate abre una de las venas de la tragedia nacional respecto a sus principales instituciones y a la falta de trabajo de base por parte del oficialismo. Son innumerables los espacios que el gobierno aprista ha dejado a merced de los grupos radicales y violentos. Ha pasmado al partido de Haya de la Torre – eufemísticamente considerado como el de mejor organización en el país – en la ventana de su propia obra social que es rica en logros, esfuerzos y objetivos concretos. No ha sensibilizado una vanguardia que la defienda en el seno popular. Los liderazgos erráticos hoy se expanden a la sombra del ambiente electoral. Pero ellos no son los únicos culpables.