Pantalla Roja o la violencia en los medios de comunicación

Pantalla rojaAgenda PolíticaExpreso, 20 de agosto de 2010

Una drástica decisión judicial en la Venezuela de Hugo Chávez – la cual prohíbe durante un mes a los medios periodísticos difundir imágenes violentas, sangrientas o grotescas que de una forma u otra vulneren la integridad psíquica y moral de los niños – abre nuevamente las puertas a una polémica sobre las fronteras de la libre expresión y si resulta posible regularla desde las esferas estatales. Sería fácil sucumbir al prejuicio negativo que nos genera el impresentable mandatario de la hermana república llanera y colocarnos en la fila de quienes rasgan sus vestiduras en abono de la sacrosanta libertad de prensa. Es sencillo y efectista. Sin embargo, esta vez desplacemos la lupa hacia el fondo del asunto y veamos con muchos grados de aumento la pugna de los medios por llenar de sangre sus noticias, así como las razones que los impulsa a ello.   Por supuesto toda intervención oficial para discernir lo bueno o malo de la información propalada por esos medios, resulta inconcebible. Ahí perece el sentido estricto del libre flujo e intercambio de perspectivas sobre un determinado acontecimiento porque el funcionario público o autoridad impone su manera de ver las cosas. Nada más nocivo para la sociedad democrática que las anteojeras fabricadas en una dependencia con escudo y bandera de la patria.   Pero así como se le exige tolerancia al Estado y a sus representantes, ¿cuánta de ella tienen los medios cuando algún político opina sobre la influencia nociva que tendría en nuestras familias las fotografías o videos sangrientos de nuestro periodismo? ¿Por qué no explican cada uno de los factores que han permitido uniformar los primeros 30 minutos de los noticieros televisivos con hechos policiales, pese a que algunos de ellos  intentaron alguna vez replegar las notas violentas?   Ha ocurrido hace poco en el Congreso cuando Javier Bedoya y Juan Carlos Eguren del PPC, tuvieron el “atrevimiento” de señalar como uno de los móviles del clima delincuencial que vive el país a las ediciones tremebundas de la televisión. La respuesta de muchos de mis queridos colegas fue la de siempre: no se culpe al mensajero, no podemos cambiar la realidad, Bedoya y Eguren “encubren” un intento de amordazar a la prensa, etc.   Y sin embargo nadie desde esos medios propone una discusión seria, inmediata sobre el fenómeno de las pantallas ensangrentadas y su impacto emocional en nuestros compatriotas. El Olimpo de la prensa libre – como en las películas “Tinta roja”  y “El cuarto poder” – reclamándose inimputable de las consecuencias sociales que acarrea su hambre de raiting.   Chávez tiene y no tiene razón. Le asiste cuando pone el dedo en la herida de un tema colectivo. Carece de ella cuando enciende su aparato represor pretendiendo curarla. Aquí sólo pedimos urgentemente un debate sobre el particular.