El día de hoy desayunaba en el restaurant Manhattan, en el centro de Lima. Es uno de los pocos lugares agradables que quedan en nuestra ciudad, en donde mozos amables y educados atienden, respetando la dinámica de cada cliente.
Es un buen lugar para conversar. Es un café con personalidad. En una ciudad como la nuestra, tan atolondrada, es una especie de remanso en medio de la jungla de la capital.
Discurría en una buena conversación a las 8:30 de la mañana cuando de repente empezó a sonar el bip-bip-bip de uno de esos celulares que hacen las veces de radio. Mortificado por la bulla exagerada, cuestión inaceptable en otros lugares del Mundo, pensé que el aviso del móvil sería suficiente para que el dueño, un ex procurador del gobierno anterior, procediera a conversar con quien lo llamaba, de manera personal, directamente con el auricular, sin afectar al resto de los comensales. Pero no fue así. Los clientes del restaurant tuvimos que soportar la bulla de una conversación en voz alta, de ambos interlocutores, durante varios segundos, olvidando que se estaba en un lugar público. Ante este acto, atentatorio contra la tranquilidad del lugar pensé en recurrir al mozo, pero pronto me di cuenta que ellos también estaban impotentes y mortificados con el espectáculo.
Sin embargo este no es un hecho aislado. He sido testigo de los mismo, con diversas personas, en otros lugares: cines, teatros y hasta en los templos. La falta de respeto por el otro es una muestra que nuestra sociedad ha perdido en mucho lo que antes abundaba, un mínimo de educación y valores cívicos. El acto narrado por ejemplo, habría sido impensable en lugares como Bogotá, Santiago o Buenos Aires, donde hay una clara frontera de respeto hacia los demás.
¿Qué podemos hacer los consumidores ante actos como estos que demuestran problemas de educación y respeto por el otro? ¿Pueden los responsables de los restaurantes o locales de espectáculos públicos poner coto a actos como estos, que han dejado de ser aislados?
Como dice Augusto Townsend en su columna de hoy en Día_1 y que me ha motivado a escribir, se puede perdonar el escándalo pero no el maltrato, y las empresas deben aprender a dejar de lado esta actitud timorata respecto a algunos consumidores peruanos.
Fuente: Mate Pastor