En 1985, tras sesenta años de lucha, el APRA por fin arribó al gobierno; sin embargo, fracasó. Los viejos paladines de la ganancia rápida succionaron del estado todo lo que pudieron, no reinvirtieron e hicieron oídos sordos a las súplicas apristas. El engranaje no funcionó, confirmándose una vez más la lúcida tesis mariateguista: el capitalista peruano, en general, tiene el concepto de la renta fácil antes que el de la producción. Víctima de su congénita inconsecuencia ALAN GARCÍA terminó claudicando y sacrificando a los más débiles, es decir, a las clases medias y a los pobres del país; paradójicamente a los sectores que justamente lo habían llevado al poder. Sobre las espaldas de la mayoría de la población dejó caer las desastrosas consecuencias de su Plan Cero. El terrorismo, la corrupción y el narcotráfico, completaron el escenario de un fracaso catastrófico. Era la frustración de grandes sueños y esperanzas por los que se habían sacrificado cientos de militantes a lo largo de sesenta años.
Tras el fracaso del primer gobierno aprista vendrían diez años de neoliberalismo fujimorista y cinco años del neoliberalismo toledista. Trampa por medio, el 2006 el ALAN GARCÍA volvió a hacerse del gobierno. Pero, ya domesticado por los señores del gran capital optó claramente por el modelo neoliberal. Implementó la política de los TLC inequitativos. No revisó los contratos leoninos de las transnacionales. Ha mantenido la inestabilidad laboral. Ha rematado por pedazos nuestro territorio a las empresas petroleras y mineras, justificado el daño ecológico producido y condenando a nuestro país a simple exportador de materias primas. En resumen, ALAN GARCÍA no sólo no ha cumplido sus promesas electorales, sino que ha terminado como heredero del gobierno cleptocrático de Alberto Fujimori. Con una corrupción gubernamental que brota por todos los poros, al mismo tiempo, ha instrumentado campañas de “terrorismo mediático” contra todo aquello que ha considerado “oposición”. En su línea de mira han estado principalmente Ollanta Humala y el Partido Nacionalista Peruano, organizaciones gremiales como el SUTEP, ONG, líderes regionales, periodistas y hasta militantes apristas que no se adscriben a su política neoliberal y entreguista.
ALAN GARCIA ha conducido al APRA a una de sus peores crisis internas, orgánica y moral, cuyas consecuencias las podemos percibir en los magros resultados obtenidos en las recientes elecciones, en la oficialización de su alianza de facto con el PPC e imposición autoritaria de una candidatura rechazada por la militancia aprista como la de Mercedes Áraoz, una de las responsables de los luctuosos sucesos de Bagua.
Y aunque no se trate de grandes hechos de la historia universal podríamos, parafraseando a Carlos Marx, decir que si el primer gobierno del APRA fue una tragedia; este segundo, ha sido una farsa. Alan García ha terminado echando por la borda los anhelos del APRA auroral y los ha sustituido por un nefasto entreguismo sumergido en un fango de corrupción. El “alanismo” ha herido de muerte al APRA.