Jueves 22 de mayo 2025 | Contáctenos
El 16 de noviembre de 1532, el padre Valverde le exigió a Atahualpa obediencia a la corona española, al tiempo que le alcanzaba una Biblia. El Inca, como era lógico, rechazó la tal obediencia a un monarca desconocido, y arrojó la Biblia al suelo no con la intención de ofender a Dios sino que arrojó una escritura de idioma incomprensible para él.
Lo mismo sucede con muchos peruanos de este siglo, que rechazan una imagen de yeso cargada de simbolismos esotéricos y místicos, incompresibles para una sociedad donde la corrupción campea, donde los faenones son el ejemplo a seguir para los gobernantes ansiosos de poder. ¿Qué puede simbolizar calaveras, copas, lágrimas, escaleras, gallos y el número trece en los íconos de madera o yeso? "Roba pero hace Obras" es el refrán de moda, que tranquilamente podríamos cambiar a "Roba pero va a la procesión", es pues no simbolizan nada salvo el fanatismo con que el padre Valverde quería imponer al Inca, forzándolo a adorar una creencia jamás vista en América.
Pizarro ordenó a sus hombres, que se encontraban ocultos, atacar al pueblo cajamarquino, con caballos, cañones, arcabuces y demás armas totalmente desconocidas, lo que originó gran confusión. Así cuenta la historia.
Desde ese momento, el poder de la Iglesia Católica regiría todas las facetas de la vida diaria, y pobre de aquel que se saliera del carril, pues la Santa Inquisición estaría presta a poner orden con sus diabólicos aparatos de tortura que sólo se les pudo ocurrir a mentes tan enfermas como los Torquemadas y otras joyitas de la "santa iglesia".
Al pueblo peruano lo condenan tres clases de sujetos, empezando por los sacerdotes, es decir, los miembros de la religión católica desde Valverde hasta Cipriani. Luego le siguen los intelectuales, es decir, los “smart people” que diseñan los Concordatos, que programan las procesiones salpicadas de corridas de toros y peleas de gallos, que tan jugosas ganancias les producen año tras año, sin importarles el sufrimiento del pobre toro, sin llamar la atención de las mujeres lujuriosas que con calzón en la mano felicitan al asesino torero, Ole! El Opus Dei encaja perfectamente en este grupo, pues su máximo representante, Luis Cipriani, dijo "los derechos humanos son coxudeces", y si los derechos para los hombres son tratados así ¿qué derecho podría esperar un pobre toro en manos de estos energúmenos?
Y finalmente el pueblo es condenado por una tercera clase de sujetos, son los ancianos, las gentes llenas de experiencias, muy “juiciosas”, con muchas “virtudes”, son los que excomulgan y lanzan anatemas contra los verdaderos sacerdotes de la iglesia popular que luchan codo a codo con el pueblo. Entre estos ancianos tenemos al actual pope Ratzinger que defiende a capa y espada a los curas pedófilos, o a Juan Pablo II que trabajó de la mano con Ronald Reagan y que no se inmutó de los 30 mil desaparecidos en Argentina y de otros miles de miles más en Chile, Uruguay, en tiempos de la Operación Cóndor, tiempos obscuros, en que las torturas eran la hostia diaria, y en que tirar vivos a los detenidos desde helicópteros era el rezo matinal de ciertos curas participantes. Ante esto, en el Vaticano había un silencio total, al igual que cuando los nazis exterminaban a otros pueblos.
"No hagas a otros lo que no te gustaría que te hagan", "Amar los unos a los otros" ¿Practica esto la iglesia o sólo es el sermón mecánico y cotidiano, lanzado con total desprecio en el púlpito? ¿No es acaso lo mismo cuando los políticos lanzan sus verborreas, llenas de promesas que nunca cumplen? sin embargo los vieran tan sumisos y remilgones, hasta se ponen sotanas y hábitos como para pagar culpas.
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