El crecimiento económico de Irlanda maravillaba al mundo hace 10 años. Hoy 100.000 irlandeses buscan salir del país. Mientras prosperaba sus bancos se endeudaban de tóxicos hasta llegar a un 471% del PIB, dejándola al borde de la bancarrota. La UE presiona para que acepte un rescate y evitar que arrastre al euro. Es la parábola que explica una crisis global.
“Un Estado en bancarrota no paga”, dice un axioma aplastante de los mercados financieros, que cuando olfatean que eso va a ocurrir huyen como de la peste. Ahora han pegado su nariz en las puertas de Irlanda y sus arcas públicas comienzan a olerles a deuda podrida. El déficit público del país se ha triplicado en un año hasta alcanzar el 32% de su PIB y el coste de su financiación adquiere cotas históricas; tanto que los ministros de finanzas de la Eurozona discuten hoy la conveniencia de activar el mecanismo de rescate habilitado para esos casos en la UE. Es el reflejo de la Gran Recesión: Irlanda no se endeudó hasta las cejas para financiar inversiones públicas o ayudar a sus ciudadanos, lo hizo para salvar a su banca: a los mercados que ahora amenazan con negarle el pan y de momento se lo venden a precio de oro.
Antes del estallido de la crisis, la evolución económica de Irlanda le hizo merecerse el sobrenombre del tigre celta; apodo -casi pugilístico- que le puso la entidad financiera Morgan Stanley en analogía con la prosperidad naciente de los países asiáticos, tildados de ese modo. Era 1994, los tiempos del milagro económico irlandés...
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