La esperanza es eso en lo que los seres humanos refugiamos todas nuestras aspiraciones y por ello hacemos lo posible por mantenerlo con nosotros en todas partes; no la descuidamos ni en los pensamientos impuros. Y en los brazos de ella, he hallado regocijo para todo lo que deseo como miembro de una sociedad en la que la violencia y sus consecuencias menoscaban su tranquilidad.
Desgraciadamente los medios de comunicación, los que llegan en gran número a las manos de los ciudadanos, han optado por hacer de las malas noticias un negocio que no sólo queda en los ojos del lector-espectador, sino que se divulga en cantidad convirtiéndose en un chismarajo masivo; hace de las pláticas una fábrica de morbo en la que sus fabricantes no se conforman con comentar la noticia, sino que la tergiversa y la exagera.
En diciembre se acostumbra a detonar cuetes y artículos de esa índole como parte del show navideño. Quienes hacen reventar sus explosivos para “alegrar” la calle y correr y reírse de los que se asustan por el ruido, quizá no saben que dentro de sus casas, hay familias con el temor en la piel creyendo que se trata de otra cosa. Sucede que ahora cualquier detonación nos carcome el sosiego.
Es entonces que sin tanta ciencia, uno descubre hasta dónde puede llegar la curiosidad del ser humano y su afán por descubrirla hasta convertirla en morbo. A pesar del susto, a pesar de que ya las muertes son la sombra de la realidad, el ciudadano sigue buscándolas para alimentar su mente con tres M: Masoquismo, miedo y mierda. Y todos reclamamos paz a las autoridades pero consumimos el terror, dejando de lado lo que he dicho ya en otras columnas: todo aquello que los creadores generan para compartirlo con su entorno, pero el entorno, tiene los ojos a la espera cosas peores.
Cualquier manifestación artística es juzgada. Un artista es un loco sin chamba que busca atención; la sociedad genera crítica sin asimilar lo que alguien crea. La lectura es precaria y el amarillismo un gran negocio.
Es lamentable ver cómo la gente camina sin sentido humano; la pobreza extrema es un elemento que adorna los parques, un bulto que no provoca ninguna reacción; la sociedad es un grupo que ha perdido su lado sensible y todo esto, sirve para armarlo como discurso político.
Uno de mis grandes deseos es que todo este mal, esta herida que se le ha abierto a nuestra realidad, se vaya cerrando poco a poco, cicatrice cuando menos este año. Y yo no voy a invitar a la gente a contribuir en esta cura: todos sabemos qué hacer.
Una cosa es que nuestra sociedad sea gobernada por funcionarios, y otra es que ellos sean los únicos que pueden combatir toda clase de mal que se genera. Nosotros también somos parte de un país que necesita que pongamos atención a sus padecimientos. No es sólo sobarle el dolor pagando impuestos, sino ir al centro del problema con la actitud. Esto no quiere decir que desviemos la atención de lo que los políticos hacen, sino de generar también nosotros desde nuestras trincheras lo que deseamos ser como país.
Por fortuna la esperanza es inmortal y omnipresente, es el corazón del alma y no se apaga aunque el terror nos tenga apretando el cuello; es lo que da fuerza al cuerpo para levantar la cabeza y seguir luchando; un arsenal de emociones para enfrentar la adversidad, lo que une a los seres humanos para mantener en pie nuestro país.
La tranquilidad social no se va a conseguir tirando piedras y escondiendo la mano, sino, cumpliendo cada uno de los buenos propósitos que nos hemos hecho para este nuevo año; manteniendo siempre el entusiasmo que se siente cuando dan las doce, cuando todos nuestros planes se ponen frente a nosotros justo en el primer minuto que despide al año anterior.
Lo que escribo no es nuevo; es algo que siempre se dice pero que no está demás manifestarlo. Y yo insisto en que jamás he pretendido llevar a la reflexión con sermones aburridos; solo comparto esta emoción y exponer cada una que se genere es parte de mi propósito de todos los años. Si- como dice Jaime Sabines- “…la Juventud se adquiere por contagio…” creo que también los buenos deseos se contagian si se mantienen con el espíritu juvenil. Porque no es joven el que se halla en la primavera de sus años, sino el que a su edad sigue viendo que en su vida no han dejado de crecer las flores.
Por ello, debo decir que me siento lleno de entusiasmo, de ganas por seguir con mi labor, lleno de historias en la cabeza que quiero contar, ansioso de ir de la mano con mis conciudadanos para curar la realidad y cambiarle el semblante a las horas; y sobre todo, lleno de motivos para seguir aquí contigo y compartir de este año, cada segundo de principio a fin.
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Miguel-amaranto@hotmail.com