Pedro Pablo Kuczynski no es un político tradicional. Tampoco es un técnico tradicional. Pertenece a una categoría de ciudadanos que tiene pocos especímenes en el Perú: la de los hombres con vocación de servicio público, un espíritu acaso heredado de su padre, un médico europeo que vino a la Amazonía peruana a luchar contra la lepra y otras enfermedades tropicales y luego a la sierra a combatir la malnutrición. En un país en el que, por lo general, el Estado ha servido para medrar o para procurar negocios propios, una vocación de ese tipo en el Perú no es comprendida o despierta suspicacias.
Como candidato, carece de la fuerza atractiva del que lucha contra un orden de cosas. Carece de la malicia y de la agresividad del político criollo. Su fuerte son el buen espíritu, el conocimiento del Perú y el mundo, manejo de los temas y la claridad expositiva. Virtudes que le permitieron reunir a líderes y grupos diversos pero complementarios dentro de un espíritu de colaboración abierta y honestidad que, si se hace notorio, y si efectivamente logra suscitar la imagen de una "mayoría nacional" allí conjugada, puede disparar la intención de voto. La alegre sencillez del lanzamiento de su candidatura dio la sensación de aportar una cuota de limpieza y buenas intenciones a una campaña electoral que sin duda las necesita.
Por lo demás, estamos ante el único candidato que ha sido capaz de escribir un plan de gobierno. El libro "Perú, ahora o nunca" ataca, entre otros, un tema que, bien aprovechado, puede atraer muchos votos: el gran problema de la informalidad.