Columna: Agenda Política Título: El costo de mentir Por: César Campos R. Pese a la advertencia del ministro de Economía Ismael Benavides en torno a los efectos perniciosos a las ofertas electorales grandilocuentes – de manera especial, las que se refieren a aumentos de sueldos inmediatos – algunos aspirantes a la presidencia de la República continúan prometiendo paraísos en la otra esquina, soluciones mágicas a los problemas sectoriales, lluvia de maná a partir de agosto. No se trata de rasgarse las vestiduras pretendiendo que estos candidatos oculten la pauta demagógica vigente en toda campaña política nacional o internacional. La frontera entre sus deseos y la realidad es tan elástica como la imaginación del ciudadano común por ver resuelto mañana mismo sus más graves problemas. Además, el voluntarismo de los líderes todavía constituye el item de mayor peso para que los electores decidan su voto. El otro extremo es la conducta principista del postulante que, al estilo Mario Vargas Llosa 1990, anuncia un destino cercano de sangre, sudor y lágrimas. La derrota queda asegurada aunque los registros de la historia aplaudan tanta sinceridad Sin embargo, una cosa es el entusiasmo por cambiar el statu quo e impulsar el provecho de las mayorías, y otra muy distinta la mentira deliberada, la propuesta construida sobre proyecciones inexistentes, el fácil recurso de extraer bajo la manga un rosario de imposibles siendo consientes de ello. Como ya se ha dicho, el saldo que pagamos en frustración cuando el prometedor compulsivo asume las riendas del gobierno y no cumple un ápice las antiguas ofertas, es grande. Pero a eso se añade en nuestro país la enorme potencialidad de los conflictos sociales que durante la última década ha desbordado la capacidad de la administración central para controlarlos o derivarlos hacia acuerdos armoniosos. El tema es serio. Vivimos una etapa sin duda provechosa en lo económico y sensata en el manejo de políticas públicas generales que la hacen posible. Pero aún floja en lo que concierne a la integración de las distintas comunidades nacionales en un solo proyecto de desarrollo. Y falta mucho, mucho camino por recorrer para alcanzar mínimos consensos sobre la materia. Sostiene Martín Tanaka que la conflictividad social se estabilizó relativamente hacia finales del 2009 y ha experimentado un lento descenso a la fecha convirtiéndose en una especie de “tregua”, mientras se espera a las nuevas autoridades del Ejecutivo. Y es posible que esa conflictividad recrudezca el último trimestre del año por el estímulo a los proyectos de inversión relacionados con industrias extractivas y planes hidroenergéticos. Sí, resulta factible. Pero incorporemos también como elemento detonante la posibilidad no deseada de que uno de los más grandes demagogos de esta campaña llegue (o vuelva) a Palacio y muchos compatriotas le pasen la factura a sus promesas mediante la radicalización y multiplicación de las protestas. El costo de mentir puede superar el volumen de todas nuestras billeteras juntas.