"El Chino" Carlos Domínguez

El chino Por César Campos R.     Yo sabía tanto de su obra que un día no pudo sorprenderme cuando desplegó sobre la  mesa de mi departamento innumerables fotografías “inéditas” de Víctor Raúl Haya de la Torre, con las cuales haríamos – posiblemente, alguna vez, ojalá – un libro de oro sobre el fundador del APRA.   “Chino pendejo; éstas aparecieron en Caretas en tal y cual fecha. Esta otra en una revista llamada Vistazo. Las de más allá en Impacto o La Tribuna. ¿Qué tienen de inéditas?”, le dije cargando las ganas a una vaso de ron Havanna Club, muy difícil de conseguir en Lima durante los años 80 del siglo pasado. Y el chino hizo estallar aquella risa afónica que licenciaba a la vista los prominentes caninos insertados en su faz de jabalí, apelativo zoológico impuesto por la fauna criolla del “Mono” Manuel Acosta Ojeda, el “perro” Alberto Romero, el “oso” Julio Pizarro y el “pato” Gianotti.   Carlos Domínguez reía conmigo y yo reía mucho con Carlos Domínguez. Conocerlo, tratarlo e insertarme en el privilegiado círculo de su cariño, suscribe la gratitud que le doy a la vida por pisar la sombra de un personaje digno de tanta admiración y a quien siempre mantuve en el pedestal de mis más grandes afectos.   Alan García lo llamó “el ojo del Perú” al presentar uno de sus tantos libros gráficos. Y la dimensión de ese concepto rompe toda clase de fronteras en lo que a testimonio visual se refiere. El chino poseía una inspiración fotográfica íntimamente ligada a la apuesta social, al cambio de estructuras y la reivindicación del rostro común del compatriota.   En cierta oportunidad me obsequió el cuadro de una foto que exhibía a un  niño huérfano por la violencia en Ayacucho. El infante, descalzo y con una  delgada soga que se extraviaba entre sus pequeños pies, estaba sentado en el suelo del segundo piso de la Corte Superior de Huamanga. Miraba a la cámara, asustado. Aparecía en un primer plano y la proyección de su espalda daba hacia uno de los arcos de la sede judicial.   “Mira, ese arco – me dijo Domínguez – y te darás cuenta que se parece al nicho de un cementerio. Si no hacemos algo, ese será el destino del niño”. Muy emocionado contemplé largo rato esa dramática perspectiva del Perú real, desolado e incoherente que vivíamos en tales años y que el chino captaba con una fluidez nacida de sus entrañas revolucionarias.   Siendo director de la Biblioteca Nacional, Hugo Neira tuvo el acierto de bautizar una de las salas de la flamante sede de San Borja con el nombre de Carlos “chino” Domínguez. Allí estuvo el tributario del homenaje, con la tropa familiar que incluía bisnietos, sin esperar la hora póstuma para merecerlo. Y allí estuve con él, como también los últimos 04 de noviembre que celebramos su cumpleaños junto a Pepe Villalobos, Chema Salcedo, Fernando Obregón, Charo Thorndike, Reynaldo Naranjo, Alberto Escalante y tantos amigos de siempre, para siempre.    Hoy sigo contigo, querido chino, revelando esa hermosa película que ya te brinda la eternidad.