Chakanos
En el tramo final de toda elección presidencial quien no avanza retrocede.
Alejandro Toledo se ha estancado en 28 por ciento y se pregunta qué está sucediendo.
La respuesta es simple. La crítica del conjunto de adversarios simultáneamente concentrados en él han surtido efecto.
La reciente campaña municipal demostró lo letal que es asociar a un candidato como aliado del narcotráfico. A Lourdes Flores le costó la victoria su amistad con Cesar Cataño. Toledo ha sido acusado de ser un consumidor frecuente de cocaína.
Así como nunca se sometió a la prueba del ADN para demostrar que no era padre de Zarai, ahora no acepta dejar una muestra de cabello en el laboratorio clínico para descartar que sea drogadicto.
En esta ocasión, el líder ancashino oculta a sus familiares directos y mantiene con la boca cerrada a su esposa Eliane Karp.
Sin embargo, además de los golpes bajos de sus rivales, le han faltado el respeto en el mismo periodo de tiempo, el director del semanario Caretas Marco Zileri, el arzobispo de Lima Juan
Luis Cipriani, la embajadora de Estados Unidos en Lima y el excomandante general del Ejército
Otto Guibovich.
Toledo está aislado. Sus socios Fernando Andrade de Somos Perú y Javier Alva de Acción Popular no le sirven de nada.
En el 2001, Toledo venció porque era quien mejor representaba a los valores democráticos frente al autoritarismo de Alberto Fujimori.
Hoy, sabemos que en la campaña presidencial del 2006, Toledo utilizo su poder para sabotear el desarrollo de Ollanta Humala.
Es decir, su imagen de demócrata también ha sido manchada.
En los últimos días, el jefe chakanista se ha dedicado a prometer y prometer.
La demagogia es síntoma de desesperación. Toledo debe detener su campaña y autoexaminarse.
Necesita urgente neutralizar a sus oponentes más severos y ganar nuevos amigos a cambio de ofrecer participación en su hipotético gobierno.
Si los chakanos no cambian pronto de actitud, caerán descontroladamente.