Por Augusto Álvarez Rodrich¿Cuánto debe conocer la gente sobre Alan García?
Fallar en la noticia de que estaba en camino el sétimo hijo del presidente es un error grande pues una cosa es equivocarse con, digamos, Paolo Guerrero, y otra con Alan García, quien no desperdició la oportunidad para sermonear –esta vez con razón– sobre periodismo.
Nadie con algún tiempo transitado en este oficio fisgón cree en la infalibilidad. Yo no, al menos. De paso, lo sucedido a Claudia Cisneros confirma que, si ya se metió la pata, la mejor manera de sacarla es reconociéndolo sin dudas ni condicionales y al toque, pues demorar el duro mea culpa agrava las cosas.
Pero una cosa es no fallar en noticias sobre la intimidad presidencial y otra si el periodismo debe ocuparse de ellas. Acá colisionan dos derechos: el de todas las personas a la privacidad, y el de los ciudadanos a conocer sobre la vida de un político al que le han entregado la potestad de decidir sobre su futuro.
El periodismo no es un oficio mecánico de selección de noticias sino de sentido común que depende de la situación específica y del estilo de cocinar de cada chef. Sin criticar a quienes actúan diferente, yo prefiero darle prioridad al derecho de todos –incluidos los políticos– a que se respete su privacidad.
La excepción ocurre cuando es necesario revelar información privada porque afecta al interés común, como el mal uso del presupuesto público, tráfico de influencias, o el reconocimiento negado de un derecho legítimo como la paternidad.
¿La gente tiene derecho a saber de un nuevo hijo del presidente García o del distanciamiento de su esposa? Según lo señalado antes, serían asuntos privados de interés exclusivo de ellos, pero César Hildebrandt ha aportado un enfoque que justificaría lo contrario: cuando García está mal con Pilar Nores, decide muy mal, algo que, sin duda, sí nos preocupa a todos.
García exigió esta semana respeto a su privacidad, pero cuando Hildebrandt dio la primicia de Federico Dantón, en octubre de 2006, declaró lo siguiente: “Quiero decirle al país que el Presidente no tiene vida personal, el Presidente no tiene vida privada porque personifica a la Nación y los peruanos deben saber todo lo que atañe a todos los aspectos de su vida”.
Él mismo dio, por tanto, luz verde para fisgonear en su intimidad, pero esa invitación hay que usarla con prudencia. Antes que temas matrimoniales, que sigo creyendo que son privados y se deben respetar, convendría ocuparse de otras intimidades como las conversaciones privadas de García con el marino Manuel Ponce Feijoo en la última elección, o el origen de sus propiedades en Lima o París. A mí esas intimidades me parecen más fascinantes.Fuente: La República