En este fin de semana de recogimiento y lecturas, vuelvo tras los pasos de un favorito de cabecera a quien hace poco traje a colación en un conversatorio con inteligentes colegas moqueguanos, a propósito de una charla sobre los temas de la ética, la responsabilidad de la prensa y la libertad de expresión. Me refiero al polémico escritor irlandés Óscar Wilde (1854-1900).La cita de Wilde es razonable y directa, aunque algunos la califiquen de cínica: “la MORAL es la actitud que adoptamos ante la gente que personalmente nos disgusta”. La utilicé como correlato de otro maravilloso enunciado de un novelista y ensayista inglés no tan famoso como el autor de “El retrato de Dorian Gray”, Samuel Butler, quien escribió: “MORAL es la costumbre del propio país y el sentimiento predominante de nuestros mayores. El canibalismo es moral en un país caníbal”.Pero de todos sus ensayos críticos sobre la estética – ítem obsesivo a lo largo de su obra – Wilde disfrutaba mucho el opúsculo “The Decay of Lying” (La decadencia de la mentira) donde combate el arte realista de su época a través de un diálogo ficticio entre Cyril y Vivian en la biblioteca de una casa de campo ubicada en el Nottinghamshire. Vivian es la que lleva la carga reflexiva del tema en cuestión.Entre sus observaciones denuncia “el culto monstruoso de los hechos” que busca ser el espejo de la vida con toda exactitud. Por eso el arte nunca debe imitar a la vida, ya que “no expresa otra cosa que a sí mismo” y jamás debe renunciar a su medio imaginativo. Concluye que la mentira, contar cosas bellas y falsas, es el objetivo propio del arte.Es notable su recuerdo de una frase de Aristóteles: “La naturaleza tiene buenas intenciones, pero no sabe hacerlas realidad” porque es imperfecta y es el arte la que la hace atractiva. “Si la naturaleza hubiera sido cómoda, entonces la humanidad no habría inventado la arquitectura”, añade Vivian.Este personaje también se pregunta: “¿Quién pretende ser congruente? El obtuso, el doctrinario, la gente insoportable que lleva sus principios hasta el vergonzoso extremo de la acción, hasta la reductio ad absurdum de la práctica. Yo no”. Y cuando Cyril le espeta que la mentira es un estandarte que los políticos mantienen en un alto nivel, Vivian responde: “te aseguro que no. No se elevan más allá de la tergiversación e incluso se rebajan a demostrar, discutir y argumentar. ¡Qué lejos están de lo que es el verdadero mentiroso, con sus afirmaciones francas e intrépidas, su soberbia irresponsabilidad, su sano y natural desprecio de toda clase de pruebas!”.Añade que quizás el buen mentiroso es el abogado. “Sus fingidas vehemencias, su retórica irreal, son deliciosas”, dice y luego se lamenta del proceso degenerativo de los periódicos de su época: “ahora son absolutamente de fiar”. Y finaliza señalando que no hay mucho bueno que decir del abogado ni del periodista.Grande Wilde. Como para leerlo cien veces en estos días.