La gente que se declara en contra de Keiko Fujimori manifiesta que su padre, el ex presidente Alberto Fujimori, fue un autócrata que, aliado con Vladimiro Montesinos, disolvió el Congreso, anuló la Constitución que había jurado respetar, estableció una nueva que se amoldase a sus intereses y que, desde entonces, gobernó el país de manera dictatorial, agrediendo los derechos humanos y sometiendo instituciones como el Poder Judicial, el Poder Legislativo, las Fuerzas Armadas, la Policía, los medios de comunicación y los gremios empresariales.
La gente que desprecia a Alberto Fujimori por estas razones tiene toda la razón. El problema es que Ollanta Humala haría lo que hizo Fujimori en 1992, pero también lo que hizo Velasco en 1968 y además lo que quería hacer García en 1987, todo junto en un sancochado infernal.
De ser elegido, Humala cerrará el Congreso, cambiará la Constitución, se reelegirá sucesivamente, recortará todo tipo de libertades, estatizará las empresas y sumirá al país en la miseria y el caos, favoreciendo además la corrupción y el robo entre sus allegados, por los siglos de los siglos.
Es seguro que Keiko Fujimori indultará a su papá, pero si los peruanos tenemos que asistir al horrible espectáculo de ver salir en libertad a un dictador de setenta y tantos años que le hizo muchísimo daño al Perú en el pasado, con la condición de que no entre otro que le podría hacer todavía más daño en el futuro, habrá que aguantarse las arcadas, del mismo modo que en el 2006 se votó por García tapándose la nariz. Así juega Perú.