Efectos de un acuerdo

Por César Campos R. Diario EXPRESO Miércoles, 04 de mayo

El Perú en conjunto celebra la fijación de los límites marítimos entre nuestro país y Ecuador, fruto de negociaciones inteligentes y reservadas que cierra un capítulo fronterizo indefinido pero también abre nuevos escenarios en las relaciones políticas entre las naciones sudamericanas adyacentes al océano Pacífico.Lo primero a destacar es la voluntad del presidente ecuatoriano Rafael Correa de allanarse sin tapujos a una solución que sólo debía tener implicancias para su patria. Jugó esta partida con cartas limpias y directas, dejando atrás esa humillante vocación de muchos de sus antecesores que aguardaban el beneplácito del palacio de La Moneda de Chile para tomar una determinación relacionada al Perú.Ecuador fue por muchos años una bodega del armamentismo chileno, tributario de sus manipulaciones y algunas veces socio real del proyecto expansivo de los mapuches. La última vez durante la dictadura de 18 años de Augusto Pinochet, militar que sí amaba a ese país (tanto como odiaba al Perú) donde ofició como profesor de la Academia de Guerra entre los años 1956 y 1959, durante el gobierno de Camilo Ponce Enríquez.En la novela “La guerra de la funeraria” del periodista ecuatoriano Byron Rodríguez se llega a insinuar que durante ese periodo, Pinochet tuvo un hijo con una dama llamada Piedad, pianista y distinguida integrante de la sociedad quiteña. Definitivamente, el dictador tenía razones para amar a nuestros vecinos del norte.Correa señaló en la conferencia de prensa sobre el anuncio del acuerdo que no pudo atender una primera llamada del presidente Sebastián Piñera pues no se encontraba en su despacho. Gesto por demás elocuente con el que los ecuatorianos – en esta era de comunicaciones rápidas y visualizaciones on line como el asesinato de Osama Bin Laden – grafican su distancia con las actitudes prepotentes de quien se cree autorizado a pedir explicaciones sobre una decisión autónoma.  Lo segundo es que la clase política chilena vuelve a descolocarse con el intachable proceder jurídico del Perú. Llama a risa el argumento de Piñera, su canciller Mariano Fernández y la recua de parlamentarios antiperuanos como Tarud y Pizarro, en torno a que el reconocimiento del paralelo geográfico con Ecuador se extiende al diferendo que mantenemos con ellos.No es así. Lo prioritario es que se ha sustraído la categoría de supuestos tratados limítrofes a dos menudos convenios pesqueros, los de 1952 y 1954, con los cuales los chilenos construyeron su plataforma de respuesta a la legítima demanda peruana. Y también la absoluta consolidación del trato bilateral como vía para resolver cuestiones de límites. Estas no se determinan entre tres, cuatro o cinco naciones. Es ridículo.Y lo tercero será esperar el cargamontón que soportará Piñera de los halcones de su país, quienes lo culparán de exceder sus coqueteos por el gobierno de Alan García, a quien – dicho sea de paso – debemos atribuirle la magnífica dirección de la política exterior peruana y dejarle en bandeja a su sucesor (a) el gol definitivo ante la Corte Internacional de La Haya. Ojalá que estas voces no perjudiquen la vitalidad del recientemente firmado Acuerdo del Pacífico (Perú, México, Colombia y Chile), cuerda aparte de nuestra visión de desarrollo.