La gran transformación

La primera reflexión que nos dejan las elecciones peruanas es que Ollanta Humala, a pesar de sus nuevos y sorprendentes aliados liberales, no es el Milton Friedman de los Andes que algunos se empeñan en maquillar. Por el contrario, a lo largo de once años de vida pública y hasta hace apenas dos meses, el nuevo presidente era la versión peruana del chavismo bolivariano. El marketing político brasileño, que Humala y los suyos negaron durante mucho tiempo, y que hoy pasean sin pudor, buscaba que Ollanta se acercara al pueblo con mensajes populistas, sin modificar el trasfondo su ideología estatista y revolucionaria. La dulcificó, sin eliminarla. Por eso, ayer no sorprendió en absoluto que Humala rugiese ante la multitud de sus seguidores las consignas de la primera vuelta, tan lejanas al paraíso liberal. La utopía que Ollanta ha defendido en los fastos de su triunfo es la que siempre sostuvo como estandarte de guerra: "la Gran Transformación".

La victoria de Humala es el triunfo de un proyecto político largamente meditado que puede virar hacia el espectro político del centro izquierda o aferrarse al radicalismo primitivo de Caracas. Todo depende de Ollanta y su buró político. Si la crisálida etno-cacerista se transforma en una mariposa de centro no será por la entente cordiale que compromete a Humala con Alejandro Toledo y el minúsculo grupo de los liberales peruanos. Si el nuevo presidente decide convertirse en un líder a imagen y semejanza de Lula da Silva no será por las presiones de sus aliados. Humala mutará sí y solo sí está absolutamente convencido de que tal metamorfosis es el camino adecuado para afianzar su posición. Las próximas semanas serán cruciales para conocer las intenciones reales de Humala. El factor importante, el dinero, lo controla el humalismo. Y con la plata baila el mono populista. No sería la primera vez que el pueblo peruano se contornea gustoso ante el falso becerro del poder.

No habrá luna de miel para el nuevo presidente. Aunque desorganizada y profundamente dividida por rencores avivados a lo largo de esta campaña, la oposición, si no busca el suicidio, pronto se organizará en un bloque unificado. Los fujimoristas pretenderán liderarla, pero su derrota condena a su movimiento a un papel marginal. Alan García, el APRA, el Partido Popular Cristiano y los remanentes de un centro-derecha absolutamente desprestigiado forman el núcleo de la oposición democrática al humalismo, aunque se avizora el surgimiento de nuevos liderazgos.

La clase política peruana se encuentra profundamente desprestigiada y el triunfo del humalismo constata la crisis endémica que se viene denunciando desde hace más de un siglo desde las más diversas tradiciones. El anarquista González Prada lo hizo en sus Pájinas Libres; el novecentista Belaunde en su obra Meditaciones Peruanas; el fundador del socialismo sudamericano, José Carlos Mariátegui, en los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana y el aprista Víctor Raúl Haya de la Torre en el escrito fundacional El antiimperialismo y el APRA. La elite le ha fallado al país.

El Perú está dividido y sumamente polarizado. Aunque a lo largo del siglo XX ha crecido de manera constante no ha logrado conjurar los grandes males republicanos: el cesarismo autocrático, el mesianismo militar, la corrupción endémica y la pobreza extrema. La corrupción de la República ha convertido al electorado peruano en uno de los más volátiles del continente y por eso esta elección se ha decidido en una final de infarto. La oposición entre la costa fenicia y la miseria de los Andes ha pasado factura. Sin embargo, Ollanta no tiene en sus manos un cheque en blanco.

La gran transformación apenas empieza. Muy pronto sabremos si nos enfrentamos a una justa revuelta o a la más amarga revolución.