Mañana parte a los Estados Unidos el presidente electo Ollanta Humala, donde habrá de entrevistarse con su futuro homólogo, Barack Obama. El encuentro trasciende los cánones protocolares y el ritual de los jefes de Estado latinoamericanos de comparecer ante el líder de la nación más poderosa del hemisferio apenas inician su gobierno. En realidad inaugurará un proceso decantador de las relaciones entre nuestros países para situarlas en una esfera distinta a la actual, no necesariamente de tensión pero sí con una agenda fastidiosa para los cerebros de Washington. Lo primero que debe atenderse es la menor proporción de influencia gringa que tendrán las decisiones de política internacional del Perú. Sumidos en la urgencia de darle forma y camino al tratado de libre comercio, los gobiernos de Alejandro Toledo y Alan García abdicaron visiblemente de manejarse con cierta autonomía respecto a los intereses de la Casa Blanca.El chakano, por ejemplo, frustró la adhesión inicial de nuestro país a la conformación del G-20 de las naciones emergentes que con tanto esfuerzo moldeó Luiz Inacio “Lula” Da Silva y que el ex canciller Allan Wagner había aceptado integrar. Los Estados Unidos de George Bush jr miraban entonces con recelo este foro al que luego Obama impulsaría y el Perú pasó a formar parte.Y el aprista sorprendió a todos manifestándose a nombre del Perú como el primer país de América Latina en reconocer la independencia de Kosovo, donde los norteamericanos tenían su base militar más grande de Europa y buscaban quebrar la unidad de Serbia con dudosas pretensiones geopolíticas en los Balcanes. Serbia cerró su misión diplomática en Lima y la Federación Rusa puso una lupa al acontecimiento.Sin la aprensión de la firma del TLC y con una ayuda declinante en la lucha contra el narcotráfico, Ollanta podrá tomar distancia de toda clase de sumisión al diktat estadounidense. Precisamente, la exigencia de nuevas formas de cooperación en la lucha contra el flagelo del tráfico de drogas será el segundo punto por prestarle atención en la gira de Humala.Lo tercero es la factura todavía incobrable del efecto Wikileaks. La torpeza con que se han manejado no sólo las autoridades que reglaron el modelo de información de sus embajadas respecto a los hechos políticos del mundo, sino en particular la representación diplomática de los EE.UU. en Lima, merece que el presidente electo enrostre en la cara de Obama las falencias de la misma.Humala ha sido menos que una zapatilla de arriero en los informes de los dos anteriores embajadores estadounidenses. Pero encima ha tenido que lidiar con la incomprensible conducta de la actual, Rose Likins, apurada primero por anticipar a los actores de los Wikileaks sus contenidos (canalizando un sinnúmero de especulaciones…¡en plena campaña electoral presidencial!) y luego por acentuar la debilidad de su misión diplomática ante el proceso. Hay humalistas que creen que la señora Likins hacía evidente su simpatía por Keiko Fujimori en la segunda vuelta.En suma, Ollanta tiene la llave maestra con la cual darle vuelta a nuestras relaciones con los Estados Unidos, sin complicarlas al extremo de una ruptura o algo menos radical. Se acomodará a un renovado lenguaje anti yanqui en la región que tanto gusta a sus allegados rojos. Sabrá cómo entretener a éstos porque Washington ya no es lo que fue.