Columna: Agenda Política Título: INPE Tour S.A. Por: César Campos R. Las cómodas y numerosas conferencias de prensa que ha venido ofreciendo Antauro Humala desde el penal de Piedras Gordas (luego de la investidura presidencial de su hermano Ollanta), sumadas ahora a la comprobación de que el interno José Francisco Crousillat sale como Pedro de su casa del penal de San Jorge, habla a gritos de un escandaloso núcleo corrupto imperante en el sistema penitenciario nacional hace muchos años, sin que las autoridades hayan frenado un ápice su metástasis en el mismo. Las deficiencias de los centros de reclusión resultan familiares para el conjunto de los peruanos. Desde las ventajas que algunos prisioneros gozan para introducir en sus celdas artefactos tecnológicos, pasando por el montaje de operativos criminales por el uso de equipos telefónicos móviles hasta el comercio ilegal de drogas o licores impuesto por células mafiosas. Sin embargo, nadie suponía que los internos podían abandonar perentoriamente los penales trasladándose a otros destinos en un taxi y retornar por el mismo medio de transporte, apenas con un agente policial como compañía. Menos que dichos internos demandaran su reingreso tocando la puerta, como si llegaran a un club privado o su propio domicilio. Y era inimaginable que esto se produjera por la falta de una logística básica. Las primeras reacciones en contra de Crousillat – a la sombra del indulto otorgado a su padre hace tres años, debido a consideraciones humanitarias no justificables – carecen de razón y apenas se alimentan del encono más primitivo de ciertos cerebros parasitarios. Porque aquí está clara la podredumbre del Instituto Nacional Penitenciario (INPE) y quizás otros niveles vinculados al control de las cárceles. De rey a paje están contaminados por el libreto de la inmoralidad. Sea por acción u omisión, pecan todos los días estimulando un modelo institucional que en nada abona la resocialización de los internos. Por el contrario, consolida la industria del crimen y a los penales como su centro de irradiación. El caso de Antauro Humala y su privilegiado acceso a cuanto medio de prensa se le ponga por delante (ya lo quisieran Alberto Fujimori, Vladimiro Montesinos o Abimael Guzmán), no parece sustentarse en disposiciones del flamante gobierno de su fraternísimo. Aparenta más bien la inercia de la burocracia penitenciaria en la búsqueda de ganarse avemarías con la nueva administración. La creen posible tratando con guantes de seda a un elemento de la familia presidencial. Es factible también que el patriarca, don Isaac Humala, haya roncado para conseguir esa ventaja.Y Crousillat no tiene porqué ser el objeto de las puyas, siendo un actor pasivo de este drama donde el costo de la cabeza de la directora del penal de San Jorge resulta todavía un óbolo de rectificación. Que no haya más rasgadas de vestiduras y que el nuevo ministro de Justicia, Francisco Eguiguren, explique muy pronto algo coherente sobre esta kafkiana realidad penitenciaria. Ciertamente, carece de responsabilidad por el origen del problema. Pero será la suya su enraizamiento y los visos de perpetuación.