Columna: Agenda Política Título: Majadería Por: César Campos R. No soy de los columnistas políticos que gozan la gimnasia periodística de maletear al Congreso todo el tiempo y por cualquier cosa. El Parlamento es una institución de la democracia donde un conjunto de personas ejercen la representación popular y llegan a su seno vía el voto ciudadano. Sólo refleja nuestra decisión en las urnas, mala o buena, esperanzadora o frustrante. Muchos de los que vivimos la adolescencia y el ingreso a la juventud privados de un Poder Legislativo donde fluyera el debate de las distintas ideas sobre la cosa pública – los doce años de la dictadura castrense – quizás valoremos mejor su institucionalidad. Recuerdo como ayer el día de julio de 1978 que tuve la gran fortuna de observar, desde la privilegiada galería diplomática del Hemiciclo, la instalación de las juntas preparatorias de la Asamblea Constituyente, el ingreso majestuoso y convulsionado de Víctor Raúl Haya de la Torre, los gritos de las barras del APRA y el PPC todavía enconadas sin presagiar que ambos partidos darían juntos al pueblo la carta de 1979, y el “desfleme” de los grupos de izquierda cuyo esotérico lenguaje marxista fascinaba a varios de mis contemporáneos. Eso era el ejercicio democrático simple y puro, sin adjetivos. Allí glorificamos las intervenciones de los grandes maestros (Haya de la Torre, Luis Bedoya Reyes, Luis Alberto Sánchez, Mario Polar, Andrés Townsend, Roberto Ramírez del Villar y otros) y las de los jóvenes rostros de la política peruana (Alan García, Javier Diez Canseco, Javier Valle Riestra), cada cual con su propia dialéctica. Era un Parlamento que daba sólidos motivos para sentirnos orgullosos del mismo. Me sirven todas estas consideraciones como premisa para decir que respeto al Congreso, más allá de sus avatares de siempre y las incongruencias en la administración de sus recursos. Sin embargo, la actual Mesa Directiva presidida por Daniel Abugattas llega a colmar mi paciencia con una torpe e inexplicable iniciativa, la cual es “descentralizar” sus sesiones plenarias trasladando a los 130 legisladores y la burocracia correspondiente a localidades distantes de Lima. La primera elegida ha sido la ciudad de Ica. ¿Qué hace suponer a Abugattas y compañía que la eficacia parlamentaria requiere este despliegue aparatoso mediante el cual se habilita otras sedes donde realizar sus plenos? ¿Quién le ha dicho que el método óptimo de “acercar el Congreso al pueblo” es paseando a sus integrantes por el interior del país, en una parafernalia grotesca e incómoda para los anfitriones de cada jurisdicción? ¿Cómo se ha diseñado la idea de imitar a los circos ambulantes que instalan sus carpas donde el negocio y el aplauso estén garantizados? El equívoco es de cabo a rabo. Cada región tiene sus propios representantes y son estos los que deben encargarse de otorgarle vigencia a las propuestas beneficiosas para sus coterráneos. A los compatriotas de Huancavelica les importa un rábano recibir la visita de un congresista de Loreto pues sólo aspiran a que “su” legislador cumpla con las obligaciones para las cuales fue elegido y en provecho de los huancavelicanos. El traslado de las sesiones plenarias es otra majadería de la gestión de Abugattas que debemos combatir sin denuedo y hasta que la sensatez se imponga.