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Sábado 25 de junio 2011

Gustavo Gorriti: La lucha contra el crimen

Reproducción de la columna ?Las Palabras? publicada en la edición 2186 de la revista ?Caretas?.
Sábado 25 de junio 2011
Gustavo Gorriti: La lucha contra el crimen

Reproducción de la columna ‘Las Palabras’ publicada en la edición 2186 de la revista ‘Caretas’.

La lucha contra el crimen

Los niños repiten las historias. Los adultos, los conceptos. Las historias nunca se marchitan porque la ensoñación las renueva en cada relato. Pero si los conceptos no se desarrollan, se convierten en lugares comunes. Como el de seguridad ciudadana, que a fuerza de vacías repeticiones termina sonando a jerga gris y yerma.

Pero el hecho es que nada le importa más a la gente en este país que liberarse de la criminalidad.

Aunque las encuestas producen grandes variaciones en preferencias y rechazos, mantienen una jerarquía casi invariable en los problemas que la gente siente que hay que resolver antes que nada: corrupción, inseguridad y crimen.

La última encuesta de opinión pública post electoral de Ipsos Apoyo, publicada el domingo 19 en un diario local (como con frecuencia se refiere dicho diario a otras publicaciones), confirma y enfatiza dicha tendencia.

A la pregunta de: “¿Qué cosas debiera cambiar Ollanta Humala en su próximo gobierno?”, una mayoría del 55% responde que la corrupción (combatirla, se entiende); el 52% responde, en segundo lugar, que “la inseguridad y la violencia en las calles”; en tercer lugar, el 34% afirma que, “el narcotráfico y el terrorismo”. Solo después de eso viene el reclamo de reformas económicas y sociales: El 32% cree que se debería impedir “el abuso de algunas empresas contra sus trabajadores. El 28% piensa que se debería mejorar “la mala calidad de la educación”; y solo un comparativamente sorprendente 23% siente que habría que eliminar “la falta de apoyo del Estado a los más pobres”.

En tanto la corrupción, la inseguridad, la violencia en las calles, el narcotráfico y el terrorismo son, todos ellos, crímenes y delitos, queda claro que para la abrumadora mayoría de peruanos, el principal problema por resolver en el país es el del crimen y la inseguridad.

¿Por qué la gente le da tanta importancia a la lucha contra el crimen en este país, que está lejos de sufrir los índices pavorosos de violencia homicida de, por ejemplo, Guatemala, Honduras, México o Venezuela?

No los habrá, pero la aprensión, el temor o la experiencia de haber sido víctima de delitos o crímenes no letales, son muy altos.

Para una sociedad que, luego de sobrevivir las consecuencias de una guerra interna y varios siniestros económicos, encontró en sí misma la energía para crecer, la criminalidad representa la confiscación brutal de los esfuerzos, de los ahorros, las esperanzas y a veces de la vida.

Por eso los más pobres son quienes más necesitan seguridad, porque son quienes menos la tienen y porque para ellos el daño del crimen suele ser mayor.

De hecho, la inequidad del ingreso se multiplica en la inequidad de la seguridad en el país. Quienes tienen mucho dinero tienen, por lo general, mucha seguridad; quienes tienen poco, poca seguridad; y quienes tienen nada, no tienen ninguna.

Si existe tanta necesidad y tanto reclamo de mejora, cualquier gobernante puede estar seguro que una gestión por mejorar la seguridad de la gente contará con el apoyo y la colaboración de la mayoría.

¿Por qué no se hace entonces? Por varias razones: por corrupción; por no darle la prioridad suficiente al problema; y porque las estrategias que han probado su eficacia, son laboriosas y requieren una aplicación disciplinada y sistemática de medidas en el corto, mediano y largo plazo.

Pero la buena noticia es que una mejora clara y visible de la seguridad ciudadana es plenamente posible en un lapso relativamente corto y a través de medidas que, en casi todos los casos, suponen muy poca violencia, poco trauma, pero exigen un alto grado de organización comunitaria.

En años recientes vi varios casos locales de éxito en la lucha contra el crimen, y a la vez, varios otros de sabotaje a esos esfuerzos y de corrupción disfrazada de seguridad. ¿Quieren ejemplos de cada uno? Aquí van:

• En el campo, las rondas campesinas de Cajamarca lograron eliminar virtualmente el abigeato y disminuir considerablemente otras formas de delito. Eso, en uno de los departamentos más pobres del Perú. Vi de cerca el trabajo de los ronderos de Bambamarca, ejemplares en su buena organización, calidad democrática y la búsqueda constante de progreso y perfeccionamiento. Cuando la Policía y el Poder Judicial colaboraron con ellos, los resultados fueron mucho mejores.

• En Lima, la terca valentía de un grupo de vecinos de Cerro El Pino, dirigidos por Susano Enciso, los llevó a enfrentar una grave infestación delincuencial a través de juntas vecinales que limpiaron, poco a poco, el vecindario. La Policía los ayudó algunas veces y, cuando les tocó oficiales corruptos, auxilió a los delincuentes. Con avances y retrocesos en una de las zonas más difíciles de Lima, don Susano y sus valientes vecinos lograron despejar lo suficiente sus espacios de vida y de trabajo como para poder sostener pequeños talleres y negocios en lo que antes era tierra de nadie.

• En Trujillo, asolada por criminalidad, la labor relativamente breve del general PNP Eduardo Arteta, en 2010, logró un reconocido progreso. Arteta es uno de los pocos altos oficiales de la Policía que conoce y practica los criterios de Policía Comunitaria. Llevó como colaboradores a algunos oficiales que habían tenido resultados sobresalientes como policías comunitarios en sus comisarías. El más destacado, quizá, fue el hiperactivo comandante PNP Julio Díaz Zuloeta.

El principio de la Policía Comunitaria es sencillo: poner a la Policía al servicio del distrito, la comunidad en la que sirven; ayudar a la gente a organizarse en juntas vecinales, y trabajar con ellos en un plano de igualdad y respeto. Eso significó, por ejemplo, como hizo Díaz Zuloeta cuando fue comisario en Huaral, que las juntas vecinales controlaran el desplazamiento y abastecimiento de combustible de los patrulleros.

Vecinos y policías comunitarios se potencian mutuamente. Si a eso se le agrega la participación activa y dirigente del alcalde distrital y la presencia de jueces de paz para imponer sanciones de restitución comunitaria a faltas menores, el progreso se notará de inmediato. Por último, si las fuerzas vivas del distrito intervienen en programas de educación, deportes y entrenamiento laboral para población en riesgo, (como se planificó y debiera ejecutarse en Villa El Salvador), la gente habrá avanzado considerablemente en conquistar la seguridad en su distrito.

EL general Arteta progresó mucho en Trujillo. Se acercaban las elecciones regionales y municipales, sin embargo, y varios caciques apristas quisieron utilizarlo. Arteta se negó y Luis Alva Castro pidió su cambio. La movilización de juntas vecinales frustró su remoción en el primer intento. La segunda vez, Alva Castro logró que el presidente Alan García Pérez ordenara imperativamente su salida, cosa que el dócil ministro del Interior cumplió de inmediato.

¿El resultado? Se perdió lo avanzado en Policía Comunitaria y se desorganizó al equipo de policías, pese a la protesta de la gente. Mandaron a Arteta a Tumbes. Hubo, sin embargo, alguna justicia poética: el Apra perdió las elecciones y Alva Castro también.

Oficiales como Arteta o Díaz Zuloeta tampoco serán emulados por otros destacados policías como los prestigiosos generales Edwin Palomino o Mauro Medina, que fueron escandalosamente pasados al retiro a fines del año pasado, mientras eran ascendidos o protegidos oficiales cuyas hojas de vida profesional bordeaban el prontuario. No hay Policía de alto grado que no sepa que se pagó, y cuánto se pagó, por esos ascensos.

Así que, por vía de esos ejemplos, vuelvo al principio y los principios: la estrategia exitosa de lucha contra el crimen es sencilla de describir y difícil de aplicar. El teatro de acción es el distrito, el método el de la Policía Comunitaria, el liderazgo el del alcalde, la organización, coordinación y fuerza la de todos. No es cara sino laboriosa. Bien aplicada, de éxito seguro.

Su peor enemigo es, por supuesto, la corrupción.

Fuente: http://idl-reporteros.pe/

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