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IRÁN TRAS LA BOMBA ATÓMICA

Intensifica producción de uranio enriquecido
Estados Unidos pierde la paciencia e inicia campaña internacional para aplicar sanciones en la Organización de las Naciones Unidas (ONU). También se prepara militarmente.
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IRÁN TRAS LA BOMBA ATÓMICA

“Irán es un caso perdido. Le hemos dado todas las oportunidades para rectificarse y no entiende por las buenas. Es hora de apretar el puño antes de que logren la bomba atómica”.

De esta forma explicó a la cadena BBC un diplomático estadounidense –que prefirió mantener el anonimato– la molestia que existe en el gobierno de Barack Obama por la intransigencia del régimen iraní para ampliar su programa nuclear.

Haciendo oídos sordos a las preocupaciones de la comunidad internacional, el presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, ordenó recientemente a sus científicos la producción de uranio altamente enriquecido al 20 por ciento en la planta de Natanz (sur del país).

El anuncio supone un grave avance del régimen islámico en su programa nuclear, que según Teherán tiene objetivos pacíficos, pero que Occidente piensa solo busca hacerse con la bomba atómica.

Y no son temores vagos, como dicen algunos escépticos. Un informe del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), filtrado por la prensa, reveló los temores de la ONU de que los iraníes estén fabricando una bomba nuclear.

Según el OIEA, Irán ha obstaculizado el trabajo de los inspectores internacionales a los que les ha impedido su ingreso a algunas plantas donde se sospecha que hay material radioactivo prohibido.

Irán sostiene que necesita el uranio al 20% para alimentar un reactor nuclear que produce isótopos radioactivos empleados en la cura del cáncer para 200 hospitales, y para la creación de más plantas nucleares que puedan dar energía eléctrica al centro y sur del país.

Cosa curiosa, Irán, pese a ser uno de los mayores productores de petróleo y sus derivados, atraviesa por una severa crisis energética, que afecta al desempeño del sector industrial.

UN RIESGO REGIONAL

Desde que llegó a la Casa Blanca, en enero del 2009, Obama aseguró que intensificaría el diálogo con los iraníes, sin condiciones previas, para llegar a un acuerdo y evitar que Irán se convierta en una potencia nuclear en Medio Oriente –la segunda después de Israel–.

Washington teme que un Irán nuclear pueda desestabilizar la seguridad de la región por su odio visceral hacia Israel, al que llama a destruir, y por sus contactos con grupos terroristas como Hezbollah, con fuerte presencia en el Líbano. 

También teme que la bomba atómica sea usada por el régimen islámico chiíta iraní contra sus enemigos fraternales en fe: los árabes suniítas, cuyas monarquías y dictaduras dominan una zona rica en petróleo y gas.

El uso de armas de destrucción masiva en la zona no es nuevo. Durante la guerra entre Irán e Iraq, de 1980 a 1988, el régimen de Sadam Hussein bombardeó con armas químicas y biológicas a las Fuerzas Armadas iraníes, dejando miles de muertos.

La Casa Blanca no quiere semejante panorama otra vez, porque pone en riesgo sus intereses en la región. Irán comparte fronteras con Iraq y Afganistán, dos países en los que EE.UU. tiene una importante fuerza militar de ocupación y que son ejes de su guerra contra el terrorismo mundial.

Sin contar también lo que significa en términos de control de importantes fuentes de energía. Iraq, es el segundo país con mayores reservas de petróleo probadas, mientras el subsuelo de Afganistán es rico en gas y minerales. 

Es por ello que EE.UU. y sus aliados en la ONU ofrecieron en noviembre a Irán una propuesta para resolver la crisis nuclear: Teherán entregaría el 70% de su uranio enriquecido al 3.5% para después recibir combustible producido en el exterior –se dijo que en Rusia– a partir de un enriquecimiento de 20%. 

Ahmadineyad rechazó la propuesta y dijo que era poco seria por lo que las conversaciones han quedado estancadas.

CLINTON DE GIRA

El anuncio de la intensificación de la producción de uranio enriquecido ha colmado la paciencia de la Casa Blanca, que ha iniciado una campaña diplomática para imponer una cuarta ronda de sanciones a Irán con el auspicio del Consejo de Seguridad de la ONU.

La secretaria de Estado estadounidense, Hilary Clinton, realizó una gira diplomática por Medio Oriente y se entrevistó con los líderes de dos países claves para la ofensiva norteamericana: Arabia Saudita y Qatar, viejos aliados de Washington, pero que son renuentes a apretar el puño contra Irán.

En Riad, Clinton pidió al rey Abdalá que use sus buenos oficios para convencer a China de imponer sanciones a Irán en el Consejo de Seguridad. Beijing, con poder de veto, teme que de hacerlo pueda quedar desabastecido de petróleo pues Irán le vende entre 300,000 y 400,000 barriles de crudo diarios.

Para la diplomacia  norteamericana solo los saudíes podrían cubrir ese vacío y, por tanto, su garantía limaría las reticencias chinas.

En Qatar, la jefa de la diplomacia estadounidense ofreció garantías de seguridad a cambio de “disminuir” su amistad con Teherán. El pequeño emirato del golfo tiene una buena vecindad con Irán, impulsada por sus negocios de gas, pero teme a la posibilidad de que tenga armas nucleares.

No se puede decir que la gira de Clinton haya sido un fracaso, pero las respuestas que consiguió de los viejos aliados no han colmado sus expectativas.

El canciller saudita, Saud Al-Faisal, cuestionó la conveniencia de imponer más sanciones a Irán, pero las consideró una “solución a largo plazo”. A ellos tampoco les conviene que Irán se fortalezca militarmente, pues pasaría a convertirse en su competencia en el liderazgo del mundo islámico. 

Sobre las presiones a China, el canciller saudita señaló que los chinos “no necesitan la persuasión de nadie para hacer lo que crean deben hacer”. “Beijing sabrá asumir sus responsabilidades dentro del Consejo de Seguridad”, dijo Al-Faisal, causando una leve molestia en el rostro de Clinton.

LOS PLANES DEL PENTÁGONO

Preguntada por la prensa internacional sobre la posibilidad de que se desate una guerra contra Irán, Clinton, de momento, ha alejado ese fantasma.

“EE.UU. no quiere que Irán sea una potencia nuclear, pero estamos examinando solo sanciones”, dijo la jefa de la diplomacia estadounidense en una entrevista a la cadena de noticias Al Arabiya

La postura oficial es agotar la vía diplomática, pero el Pentágono –que no es la especialidad ni el área de Clinton– ya prepara planes de contingencia.

Informes de prensa han revelado que militares de EE.UU. e Israel se han reunido para estudiar la posibilidad de un ataque conjunto contra Irán, mientras Washington ha expandido sus sistemas de defensa terrestre y marítima en y alrededor del golfo Pérsico, ruta crucial para los suministros mundiales de petróleo.

Desde hace un buen tiempo Israel –el mayor aliado de EE.UU. en la región- quiere destruir con un ataque relámpago las plantas iraníes y así atrasar su programa nuclear, como lo hizo con Iraq en 1981, y con Siria en el 2007. 

La Casa Blanca les ha pedido paciencia a los israelíes, con la esperanza de que las sanciones dobleguen la determinación del régimen iraní, pero sectores más radicales del gobierno hebreo aseguran que es inútil hablar y que hay que pasar a la acción.

Las reservas del gobierno norteamericano –que no son pocas– se basan en el vasto poderío militar que ha desarrollado Irán en los últimos años, y que no tienen comparación con las pobres defensas de los iraquíes o sirios.

Irán cuenta con aviones de última generación y baterías de defensa antiaérea que son un peligro en caso de una incursión extranjera. Además, cuenta con cientos de misiles de largo y mediano alcance capaces de llegar y destruir ciudades en Israel, e incluso, el sur de Europa.

Por lo pronto, EE.UU. apura la instalación de decenas de baterías de misiles de defensa Patriot en Kuwait, Emiratos Árabes Unidos y Bahréin, y ya anunció la construcción de su escudo antimisiles en Europa del Este. 

Una muestra clara de que Obama, a pesar de que quiere que lo vean como un “hombre de paz”, si tiene que pegar lo hará y fuerte.

OTRO DATO

El Consejo de Seguridad prohibió en diciembre del 2006 el comercio de material nuclear y congeló los activos de empresas e individuos relacionados con el programa atómico iraní. En marzo del 2007, prohibió el comercio de armas y reforzó las sanciones financieras, que volvió a endurecer en el 2008.

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