Muamar Gadafi ha caído y con ello Libia dice, por fin, a 42 años de cruel dictadura en la que el líder nacionalista árabe convirtió la nación africana en un feudo personal que le permitió amasar una fortuna de más de US$ 120,000 millones.
Aunque la noticia ha hecho salir a las calles de Trípoli, Bengasi y Misrata a miles de libios eufóricos por esta repentina “libertad”, en Estados Unidos y Europa la situación no termina de convencer a sus líderes.
Y es que Gadafi, pese a sus excesos –brutales e inaceptables–, era una carta de estabilidad en la zona del Magreb, en el norte de África, pues podía contener desde sus costas la masiva inmigración ilegal que desde las “pateras” intentaban llegar al territorio del Viejo Continente.
En el 2007 el coronel ya había renunciado a su programa de armas de destrucción masiva y se había comprometido de “palabra y acción” en la lucha contra el terrorismo al punto que recibió en Trípoli a la secretaria de Estado de entonces, Condoleezza Rice.
La reunión fue fructífera y permitió a Washington levantar las sanciones que desde 1980 había impuesto el ex presidente Ronald Reagan, quien calificó a Gadafi de “perro rabioso”.
Valgan verdades, ni Washington ni Bruselas querían que cayera Gadafi y tampoco imaginaron que la región se vería envuelta en la denominada “primavera árabe” que derrumbó regímenes tiránicos en Túnez y Egipto.
Sin embargo, a diferencia de lo vivido en esos países, lo de Libia derivó en la formación paulatina de una milicia. Se trata de la primera revuelta armada de la región en más de medio siglo, algo que solo podría compararse a la revolución islámica en Irán en 1978.
Desde el norte del país, la oposición dejó claro que lo suyo no serían protestas civiles sino una confrontación directa contra el régimen gadafista y sus fuerzas armadas, una de las mejores armadas de la región.
Tuvieron que pasar dos meses para que Estados Unidos y sus aliados se animaran a respaldar a los rebeldes a través de la ONU, primero, y la OTAN, después.
¿INTERESES PARTICULARES?
Fuentes cercanas a la Casa Blanca dijeron al diario The Washington Post en marzo que Obama y sus asesores no estaban convencidos de la fiabilidad de la oposición libia porque no eran un grupo monolítico sino una reunión de líderes con diferentes visiones políticas, religiosas y económicas del país.
Lo que los unió fue la salida de Gadafi y ahora que el tirano ya está sin posibilidades de regresar, existe el temor de que intentarán de anteponer sus intereses particulares.
Cabe destacar que el Consejo Nacional de Transición es la organización que unifica a la oposición. Son, en total, 31 agrupaciones que representan las diferentes regiones y ciudades del país.
Por un lado, podemos encontrar desde empresarios, universitarios, intelectuales, destacados miembros de la clase media libia, panarabistas, socialistas, tecnócratas y organizaciones laicas y defensoras de los derechos de las mujeres.
Por otro, y aquí están centradas las preocupaciones occidentales, están los grupos islamistas que veían a Gadafi como un símbolo del mundo corrupto que supone el laicismo. Para ellos no existe mejor camino para Libia que el regreso a la Sharia o ley islámica.
Todavía no está claro cuán arraigadas están sus ideas dentro de la sociedad libia, pero la posibilidad de que el país ingrese al sendero fundamentalista es una amenaza para los intereses de Estados Unidos y sus aliados que ya tienen suficiente con Afganistán y Pakistán.
Otro motivo de preocupación en Libia son las marcadas diferencias étnicas y tribales. La sociedad libia se basa en lealtades de clan y tribu, de las que el propio Gadafi se sirvió para afianzar su poder.
Basta destacar el reciente asesinato del jefe de Estado Mayor rebelde, Abdel Fatah Yunes, a manos de un comando disidente, dejó al descubierto fuertes divisiones al interior del CNT. Yunes, ex ministro del interior y pese a sus denuncias sobre la corrupción del régimen, fue asesinado presumiblemente por pertenecer al clan de los Obeidi, muy ligada a Gadafi.
Por último, pero no menos importante es la pobre o nula experiencia democrática de los opositores. Después de más de cuatro décadas de dictadura gadafista, el CNT no cuenta con figuras independientes de prestigio internacional que pueda asegurar que la transición a la democracia sea un éxito.
Estados Unidos ya ha dicho que no quiere imponer el modelo de su democracia pero sí espera cosas mínimas como elecciones libres y separación de los poderes del Estado, cosas a las que no están familiarizados los opositores libios.
Durante muchos años no se les permitió hablar y solo apelaban a las armas para hacerse escuchar. ¿Estarán listos, ahora, los opositores para renunciar a las armas e iniciar una guerra de ideas por el bien del país? El optimismo, ciertamente, no domina a la mayoría de los líderes occidentales, sin embargo, y como dice el dicho “la esperanza es lo último que se pierde”.