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TERREMOTO EN CHILE

Testimonio de un sobreviviente
La madrugada del sábado 27 de febrero un terremoto de 8.8 grados en la escala de Richter hizo saltar a los chilenos de sus camas. Este es el testimonio de Ricardo Aguirre, ciudadano peruano que radica desde hace nueve años en la ciudad de Concepción, una de las zonas más afectadas por el potente sismo.
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TERREMOTO EN CHILE

Las cifras y las informaciones de las agencias de noticias sirven para resumir de manera exacta las consecuencias del terremoto más devastador que ha azotado al país sureño en los últimos 50 años, tras el sismo de Valdivia de 1960, conocido también como el Gran Terremoto de Chile, el mayor registrado en la historia de la humanidad con una magnitud de 9.6 grados.

El terremoto del sábado 27 se inició a las 3:34 a.m. (hora local), tuvo una duración de 126 segundos y una intensidad mucho más fuerte que el sismo que desoló Haití el pasado 12 de enero. Su epicentro estuvo localizado a 59,4 kilómetros de profundidad en el mar, en la región del Biobío, a 300 kilómetros de la capital Santiago de Chile.

El maremoto que le siguió al sismo puso en alerta a todo el Pacífico Sur (incluyendo al Perú), cuyas aguas retrocedieron entre 30 y 50 metros del litoral. Sus efectos se dejaron sentir en lugares como Nueva Zelanda, Tonga, Samoa, Hawái, la Polinesia Francesa y Japón.

Expertos han asegurado que el terremoto en Chile ha modificado el eje mismo de la Tierra y que esto ha traído como consecuencia que los días se acorten en 1,26 microsegundos.

Las víctimas mortales bordean las 800 y el número de damnificados alcanza los dos millones. Las pérdidas en infraestructura superan los 30 mil millones de dólares, el 15% del PBI chileno. 

Sin embargo, todos estos números no reflejan con certeza los instantes de terror que vivieron los habitantes de las ciudades afectadas. Para eso hace falta algo más que cifras.

TESTIMONIO UN SOBREVIVIENTE

Por ese motivo, Generacción buscó el testimonio de un compatriota que vivió la terrible experiencia en el sitio mismo de la tragedia.

Ricardo Aguirre (34) vive y trabaja desde hace casi 10 años en la ciudad de Concepción, capital de la región del Bíobío, de más de 200 mil habitantes. Este es su testimonio.  

“De un momento a otro me despertó un ruido que venía de muy abajo, como del fondo de la tierra, y de la nada todo empezó a dar vueltas y a temblar y temblar. Salté de la cama junto a mi mujer y corrimos al cuarto de mi hija de 7 años. La encontramos llorando y abrazada a su almohada. Salimos lo más rápido que pudimos a la calle, cayéndonos, porque tampoco se podía caminar ni correr ya que la tierra se movía de arriba abajo”.

“Afuera se escuchaban gritos y llantos de niños, jóvenes, mujeres y adultos, pero muy bajo, porque lo que más se oía era el sonido de la tierra. Sonaba como cuando uno parte una galleta pero un millón de veces más fuerte. En eso se vio una luz en el cielo, como un relámpago, y todo quedó a oscuras. Fue una experiencia verdaderamente atroz. Parecía de verdad el fin del mundo. Algunos rezaban, pedían perdón a Dios. Por un momento pensé de verdad que podía ser el fin del mundo”.

“Cuando la tierra dejó de moverse y sonar, recién se escucharon con fuerza los gritos y los llantos de las personas. Yo sentía que las piernas me temblaban. Mi hijita seguía llorando. Mi mujer también. No me había dado cuenta, pero yo también estaba llorando. Los tres nos abrazábamos con fuerza”.

“Cuando amaneció vi que nuestra casa estaba destruida. Mi casa, que era de dos pisos, estaba casi de cabeza. Era como si un gigante hubiera venido y la hubiera volteado por jugar. Mi carro había salido despedido hasta la calle de enfrente, 50 metros más allá. Todas las casas estaban en el piso y los carros de cabeza. Los edificios estaban de costado, a punto de caerse. El puente que daba a la carretera estaba destruido. Los postes de luz en el piso. Las veredas y las pistas levantadas. Parecía una pesadilla. O una película de ciencia ficción”.

“Las primeras caras que vi fueron de miedo, de pavor, pero luego solamente vi caras de sorpresa. Nadie podía creer lo que había pasado. Algunos ni siquiera lloraban, solo miraban sus propiedades en estado de shock, con la boca abierta. Otros buscaban a sus familiares entre los escombros, los llamaban a gritos. Nadie sabía qué hacer”.

“El domingo en la mañana empezaron los saqueos. La gente estaba desesperada porque lo había perdido todo y la ayuda del gobierno no llegaba. Empezaron a meterse a los supermercados, a las gasolineras, a las farmacias, destrozando puertas y ventanas, llevándose lo que podían. Pero no solo agua o cosas para comer, sino que también otros aprovecharon y se robaron televisores, computadoras, refrigeradoras, lavadoras. Era un caos. Nadie ponía orden”.

“Incluso llegaron a saquear e incendiar un (supermercado) Santa Isabel que estaba a unos bloques de mi casa. También invadieron las casas de los barrios residenciales para saquearlas y robar lo que pudieran”.

“En la tarde del domingo llegaron los carabineros y los militares, después del toque de queda (decretado por el gobierno de Michelle Bachelet). Hicieron disparos de advertencia y arrojaron gases lacrimógenos para dispersar a la gente que no paraba de reclamar. Detuvieron a decenas de personas entre jóvenes y adultos, todos varones”.

“Nadie sabe lo qué va a pasar. La gente tiene miedo de que haya más réplicas. Yo he perdido todo. Mi casa con todo lo que tenía adentro, que me tomó años comprar. Mi trabajo, porque el local de la empresa se ha venido abajo. Lo único que tengo es mi mujer y mi hija. Supongo que dentro de la desgracia se podría decir que tengo suerte, porque he visto que otras personas han perdido hasta sus propias familias”.

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