El tiempo de Álvaro Uribe ha llegado a su fin en Colombia. Después de dos periodos consecutivos en la Casa de Nariño (2002 y 2006), el mandatario no podrá participar en las elecciones del 30 de mayo.
La Corte Constitucional del país falló en contra de la realización de un referéndum que le habría permitido al mandatario presentarse para una segunda reelección, lo que hubiera significado modificar la Constitución –de nuevo– y echarse abajo la institucionalidad democrática.
“Gana la patria, ganamos todos”, fue el sentir mayoritario de la población y la clase política colombiana, entre ellos la oposición de izquierda, pero también de muchos fieles seguidores del gobernante.
Uribe, quien es considerado el mejor presidente de la historia republicana colombiana y goza de una popularidad por encima del 70 por ciento, hubiera ganado los comicios fácilmente, pero un tercer mandato era visto como un signo de “angurria política”, típica del estilo chavista.
En sus ocho años de gobierno, el presidente ha tenido grandes logros como haber asestado golpes certeros y mortales a los grupos guerrilleros de las FARC y el ELN. Si en el 2002 viajar por carretera era una locura y se corría el riesgo de ser secuestrado, hoy los rebeldes han sido confinados al monte.
Su política de Seguridad Democrática, que mezcla mano dura militar contra los narcoterroristas y apoyo económico a las víctimas de la guerra interna, ha devuelto la esperanza a Colombia.
Colombia también ha fortalecido su economía y se ha aumentado los programas de subsidios sociales, lo que ha hecho que ese país soporte muy bien el embate de la última crisis económica mundial.
SOMBRAS EN EL URIBISMO
Pero, con el paso del tiempo, no hay dudas de que hay un desgaste en el gobierno y las sombras a la gestión uribista han aumentado. Hay serias denuncias de corrupción entre algunos legisladores del oficialismo a los que se les acusa de compra de votos para aprobar la Ley del Referéndum en el 2009.
También investigaciones judiciales y periodísticas han revelado las turbias relaciones entre gente allegada al mandatario, como su primo Mario Uribe, con miembros de los desmovilizados grupos paramilitares, responsables de más de 30,000 asesinatos en el periodo 1985-2005.
Se dice incluso que las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), habrían apoyado militar y económicamente a Uribe en la campaña del 2002, denuncia que ha sido rechazada con contundencia por el mandatario, que habla de una campaña sucia en su contra.
El país tampoco ha sido pacificado del todo. Uribe, si bien demostró tener sus dotes de líder en la guerra, ha sido torpe en el manejo de la paz, al negarse a dialogar con la guerrilla.
Siempre se mostró desconfiando de llegar a un acuerdo humanitario para el canje de rehenes por guerrilleros y prefirió el rescate militar, lo que ocasionó las críticas de los familiares de cientos de militares y policías, que llevan años cautivos en la selva.
ALIANZA CON EE.UU.
En el plano regional, Uribe deja tras suyo una política exterior que se caracterizó por la profundización de la relación con Estados Unidos. Bogotá se ha convertido en el mayor aliado de Washington en la región, y ello ha causado malestar en América Latina, donde la izquierda –tan desconfiada de la Casa Blanca–, ha ganado peso en influencia.
Para alegría de Bush, antes, y Obama, ahora, Uribe ha sido un importante contrapeso a la figura del presidente venezolano Hugo Chávez, con quien lleva una pésima relación. En la última cumbre del Grupo de Río, celebrada en México, ambos mandatarios tuvieron una fuerte discusión al punto de mandarse al carajo y querer agarrarse a golpes.
Colombia, bajo el liderazgo del ex político liberal, se convirtió en una isla solitaria de la derecha latinoamericana, pero que con el paso de los años fue sumando amigos a su causa como el caso del Perú, con Alan García.
Su política de Seguridad Democrática lo llevó, incluso, a bombardear un campamento de las FARC en territorio ecuatoriano para dar muerte a uno de sus máximos líderes, Raúl Reyes.
El bombardeo y las futuras declaraciones de que Uribe apoyaba la política de ataque preventivo en cualquier territorio –fuera de sus fronteras– para defender a la población colombiana, llevó a la ruptura de las relaciones con Ecuador.
El punto más álgido y de fricción con la región fue la firma de un acuerdo para el uso de bases colombianas por parte de militares norteamericanos, que ha causado la preocupación de países enemigos como Venezuela y Bolivia, y neutrales, como Brasil y Chile.
Lo curioso es que esta amistad con Washington no ha podido asegurarle a la administración de Uribe la aprobación en el Congreso norteamericano del acuerdo de libre comercio con EE.UU. cuya negociación duró dos años.
Congresistas demócratas –del partido de Obama– acusan al gobierno de Uribe de no hacer suficientes esfuerzos en materia de derechos humanos y ven con preocupación la muerte de líderes sindicalistas y la matanza de campesinos por parte de las Fuerzas Armadas colombianas, conocidos como “falsos positivos”.
Ante este panorama, los seguidores del mandatario ven con alivio su salida de la campaña electoral y aseguran que es un momento de un recambio que de nuevos aires al uribismo.
El problema es que el oficialismo se muestra fragmentado y el tiempo apremia para las elecciones en mayo. Hay tres candidatos con fuertes posibilidades, entre ellos, el ex ministro de Defensa, Juan Manuel Santos –enemigo acérrimo de las FARC y Chávez–, quien se declara un fiel seguidor de Uribe.
El mandatario, mientras tanto, ha evitado dar su bendición oficial a cualquier candidato y estudia quién es lo suficientemente fuerte para seguir su política de Seguridad Democrática en los próximos cuatro años. Y quien es tan débil y manejable para dejarle paso en el 2014 cuando vuelva con todo a dirigir el destino de su querida Colombia.