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REVISTA

GUILLERMO FARIÑAS Y SU VALIENTE LUCHA

Cuba aprieta el puño contra los prisioneros políticos
América Latina guarda silencio una vez más ante los abusos del régimen castrista.
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GUILLERMO FARIÑAS Y SU VALIENTE LUCHA

En momentos en que usted lee esta nota la vida del disidente y periodista independiente cubano Guillermo Fariñas se va apagando.

“Coco”, como le dicen sus amigos más cercanos, ha sido ingresado a un hospital de Santa Clara y se encuentra en cuidados intensivos tras más de dos semanas de huelga de hambre y sed.

Fariñas, quien cumple arresto domiciliario, pide a las autoridades cubanas la liberación de 26 presos políticos –de los más de 200 que hay en la isla– cuyo estado de salud es muy grave y que convierte su estancia entre barrotes en una tortura lenta y dolorosa.

El régimen de Raúl Castro, por supuesto, ha dicho no y ha reafirmado su condición de tiranía cruel y despiadada que busca callar o eliminar cualquier voz crítica a la revolución. “No son más que mercenarios asalariados por el imperio, por lo que no aceptamos sus chantajes”, justificó en un editorial el diario oficial cubano Granma.

Pero en tiempos del boom de las redes sociales e Internet, el drama de la oposición cubana ha adquirido un nuevo impulso. Fueron los blogs independientes –esos poquísimos que logran esquivar la censura oficial– los primeros que revelaron el drama de Fariñas y que informaron también del detonante de la crisis: la muerte el 23 de febrero del disidente Orlando Zapata Tamayo, de 42 años.

“El negro” Tamayo no sobrevivió en prisión a una huelga de 85 días –un récord mundial, quizá– que buscaba la liberación de sus compañeros enfermos, todos ellos hechos prisioneros en la “Primavera Negra” del 2003.

En aquellos días el castrismo los metió a la cárcel por el grave delito de pensar distinto, de cuestionar la legalidad de la dictadura y pedir elecciones libres y justas. Fueron 75 opositores los condenados a penas de hasta 28 años de cárcel.

Hoy Fariñas con su cuerpo debilitado, pero con una fortaleza moral incuestionable sigue la lucha que Zapata dejó inconclusa y no ha dejado dudas de que seguirá hasta el final.

“Voy a aceptar este desafío hasta las últimas consecuencias. Yo quisiera vivir, si mi conciencia me lo permite, cuando esté seguro que nadie más se va a morir”, señaló recientemente en una entrevista a la agencia EFE.

El disidente ha aclarado al gobierno que él no está pidiendo un cambio de régimen, ni que el Partido Comunista deje de ser hegemónico en la política cubana –cosas que harían bien a Latinoamérica–, sino un gesto humanitario y de buena voluntad del castrismo con los 26 presos enfermos.

BALDE DE AGUA FRÍA

La protesta ha caído como un balde de agua fría en momentos en que Raúl Castro ha iniciado un proceso de reformas políticas y económicas dentro de la isla y cuya política exterior busca acercarse a la comunidad internacional.

Ahí están los históricos coqueteos entre La Habana y Washington, desde que Barack Obama llegó al poder en enero del 2008, y el acercamiento político entre Cuba y la Unión Europea , que ha sido impulsado por el gobierno del socialista español José Luis Rodríguez Zapatero.

La muerte de Zapata y la agonía lenta de Fariñas cancela cualquier intento de descongelamiento de las relaciones con Estados Unidos y ha devuelto a la palestra a los viejos opositores de La Habana que consideraban un error bajar la guardia ante los Castro y eliminar el embargo de 48 años.

De igual manera, en el viejo continente se ha iniciado un duro debate sobre la conveniencia de seguir un acercamiento con un régimen torturador y que viola todas las libertades del hombre que son la esencia misma de la Unión Europea.

Francia, bajo el liderazgo del conservador Nicolás Sarkozy, por lo pronto, ya pidió a Cuba la libertad de todos los presos políticos. Mientras, en España, la oposición ha descargado toda su artillería pesada contra un débil Zapatero, quien insiste en mantener su amistad con los Castro.

Pero lo más triste de todo, es que sea América Latina en donde la mayoría de los gobiernos ha mostrado un vergonzante silencio ante la situación de los presos políticos en Cuba.

El 23 de febrero cuando murió Zapata y la Cumbre de Río culminaba sus sesiones en México, ningún presidente expresó su malestar a Raúl Castro, presente en la cita y feliz por las muestras de simpatía que recibía de sus colegas  de Venezuela, Argentina, Bolivia, Brasil, Chile y Nicaragua.

Un día después, el presidente brasileño Luiz Inacio Lula da Silva llegó a la isla y se reunió con Fidel. No dijo una palabra. Sí lo hizo el pasado 9 de marzo cuando pidió “respeto”  ante la detención de los disidentes cubanos, a los que comparó con “bandidos” de Sao Paulo y calificó a la huelga de hambre como una “insania”, olvidando que él mismo la había practicado durante sus años de sindicalista contra la dictadura militar de Brasil (1964-1985).

Tristes palabras para un mandatario que se jactó de ser un defensor de la democracia en la crisis hondureña, pero que se hace de la vista gorda cuando los violadores de los derechos humanos son sus ídolos ideológicos. 

Sin embargo, ahí están Zapata y Fariñas para recordarnos lo que es la decencia y la dignidad en una Cuba que, pese a la dictadura, sigue soñando con la libertad. ¡Fuerza Coco!

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