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REVISTA

AFGANISTÁN, HORA CERO

EE. UU. y aliados inician ofensiva militar
Washington busca poner fin a guerra en país centroasiático pero encuentra la resistencia de su presidente Hamid Karzai.
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AFGANISTÁN, HORA CERO

En noviembre del 2001, la administración del presidente George W.Bush puso en marcha la invasión de Afganistán con los objetivos fundamentales de capturar a Osama Bin Laden y poner fin a su red Al Qaeda, responsable de los ataques del 11-S.

Más de nueve años después, ninguna de las dos metas principales ha sido cumplida. La guerra continúa implacable, sangrienta, con la muerte de civiles inocentes, sea producto de bombardeos o atentados terroristas.

Osama sigue refugiado en alguna cueva de la frontera afgano-paquistaní, y los talibanes –la milicia integrista islámica– continúan dominado importantes bolsones territoriales en el sur del país gracias a sus tácticas guerrilleras de sorprender, atacar y replegarse, en un claro desafío a Washington y su tecnología militar de punta.

LA ESTRETEGIA BUSH

Del 2001 al 2009 la estrategia del gobierno norteamericano fue la siguiente: Estrecha colaboración política y de Inteligencia con las autoridades de Kabul y una fuerza militar mediana que lanzaba ataques relámpagos a los poblados más vinculados al mulá Omar y sus hombres.

Desde un comienzo, la Casa Blanca de Bush rechazó cualquier acercamiento o diálogo con los rebeldes a los que consideraba terroristas y se dedicó a la defensa principal de las grandes ciudades como Kabul, símbolo del poder político y económico del país.

Afganistán ciertamente cambió. Agobiada por más de 30 años de guerra interna entre milicias islámicas y señores de la guerra que defendían fieramente sus feudos, la nación centroasiática ha disfrutado de una tensa paz en algunas localidades.

Las mujeres, ahora, pueden volver al trabajo y sus hijas a los colegios. Los sofocantes burkas quedaron atrás, mientras los hombres no están obligados a dejarse la barba. La música vuelve a sonar en la radio y el baile ya no es considerado pecaminoso.

Sin embargo, en lo más profundo de sus pensamientos, millones de afganos miraban a las montañas y se preguntaban cuándo es que los talibanes bajarían otra vez a imponer la sangrienta sharia o ley islámica.  

UNA NUEVA FÓRMULA

En diciembre del 2009, la suerte de Afganistán quedó nuevamente echada. El nuevo gobierno de Obama presentó –ante la insistencia de sus críticos– una nueva estrategia político-militar para el país asiático, que se ha vuelto prioridad “A1” en la guerra antiterrorista de Washington.

Esta vez, Obama, ya sin la presión que suponía Iraq, aumentó el número de tropas que llegarán a 100,000 a fines de agosto. La idea es mejorar la seguridad en las ciudades claves y arrebatar sus feudos a los talibanes, que tendían a regresar poco tiempo después a las localidades donde los aliados los expulsaban.   

La Casa Blanca quiere dejar atrás el peligroso inmovilismo en el que se ha visto envuelto Afganistán y no repetir la desastrosa experiencia que vivió la URSS en la década de los ochenta.

Según los planes de Obama, el objetivo fundamental del gran despliegue militar es crear una atmósfera propicia para que las autoridades afganas asuman progresivamente el control de la seguridad del país.

Para ello es indispensable el aumento del número de los efectivos afganos, una tarea que algunos observadores consideran “titánica”, por no decir, imposible. Así, el Ejército Nacional Afgano (ANA, por sus siglas en inglés) deberá pasar de sus actuales 100,000 efectivos a 172,000 en octubre, mientras la Policía con sus 100,000 hombres debe llegar a 134,000.

El aumento de las fuerzas de seguridad, sin embargo, se ha visto trabada por el analfabetismo y la necesidad de buscar un equilibrio étnico que refleje la compleja demografía nacional afgana: Pastunes (44%), tayikos (31%), hazaras (11%), uzbekos (9%), y otros grupos.

Hasta el momento, las autoridades han registrado solo una participación del 3% de los pastunes, una etnia clave dominante el sur del país y que suponen el núcleo de la resistencia talibán.

Muchos de ellos, pobres, ignorantes y celosamente religiosos, prefieren sumarse a la resistencia que paga bien antes de trabajar para el gobierno central que tiene sueldos miserables.

En ese sentido, el gobierno de Obama también hará un aumento de dinero en su presupuesto para la guerra que incluya más obras de infraestructura en un país que podría pasar de medieval.

La Casa Blanca ha aumentado también la presión para que el gobierno del presidente Karzai construya más escuelas, hospitales, cree puestos de trabajo y elimine el cáncer que ha infectado a la sociedad afgana a lo largo de su historia: la corrupción.

CONDICIÓN IMPRESCINDIBLE

En su visita sorpresa a Afganistán a fines de marzo, Obama fue muy claro al decirle a Karzai y a su gabinete que exigía limpieza, transparencia y excelencia en la gestión pública como condiciones “imprescindibles” para seguir contando con apoyo internacional.

La reacción del presidente afgano fue de apoyo a las palabras de su homólogo estadounidense, aunque la reacción posterior de Karzai ha denotado molestia e incomodidad.

Hace unos días, el mandatario afgano llegó incluso a responsabilizar a Occidente del fraude electoral en los comicios de su país el año pasado, en los que él mismo ganó su reelección.

El portavoz de la Casa Blanca, Robert Gibbs, aseguró que las declaraciones de Karzai son “genuinamente preocupantes” y “esencialmente ridículas y fuera de la verdad”.

Estados Unidos se declaró “frustrado” aún más al conocer unas declaraciones del presidente afgano, quien dijo que si Occidente seguía presionándolo se uniría a la resistencia talibán, lo que deja en estado grave las relaciones entre Washington y Kabul.

Hasta el cierre de este informe, la Casa Blanca estudiaba la cancelación de una reunión el 12 de mayo en Washington entre Obama y Karzai, mientras el Pentágono culminaba los preparativos de una gran ofensiva militar en Kandahar, un bastión de los talibanes. 

Los ataques se iniciarían en junio, pero la posibilidad de que haya una ruptura política entre Washington y Kabul, pondría en peligro una operación que dejaría herida de muerte a la insurgencia y minaría las esperanzas de paz en Afganistán que, una vez más, está en su hora cero con la historia.

MÁS DATOS

Hay más de 120,000 soldados de Occidente desplegados en Afganistán, incluyendo más de 80,000 efectivos estadounidenses.

El gobierno afgano ha iniciado conversaciones de paz con el grupo Hizb-i-Islami, contrario a los talibanes, en un paso hacia la “reconciliación nacional”.

En febrero las fuerzas de EE. UU. y la OTAN recuperaron la localidad de Marjah, antes bajo dominio talibán.

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