DAVID CAMERON

En 1997 el “Nuevo Laborismo” del joven y carismático Tony Blair ganó de forma arrolladora las legislativas y no solo alejó del poder a los conservadores en Reino Unido tras 18 años, sino que les propinó su mayor derrota histórica: obtuvieron 106 escaños de los 650 en el Parlamento.

Trece años y tres derrotas consecutivas después, los “tories” aún sueñan con reivindicarse de esa humillación, pero esta vez tienen motivos para sentirse seguros de una victoria el próximo 6 de mayo gracias al liderazgo de David Cameron.

Todavía no está claro si será una victoria mayoritaria –como sería lo recomendable–, debido a la irrupción inesperada del liberal demócrata Nick Clegg, pero los sondeos han mostrado en las últimas horas un repunte importante del Partido Conservador, que acercan cada vez más a Cameron al 10 de Downing Street. 

El camino no ha sido fácil. David, quien funge como líder tory desde el 2005, ha tenido que lidiar una doble batalla, personal y partidaria, para transformar a su agrupación y hacerla una alternativa atractiva frente a un laborismo que encandiló a los británicos con su utópica “tercera vía”.

Popularizada por el sociólogo Anthony Giddens y puesta en práctica por Blair, la tercera vía buscaba encontrar lo mejor del capitalismo y el socialismo y creó términos tan ambiguos y criticables como “Estado social inversor”, “igualdad inclusiva” o “humanismo económico”.

Lo cierto fue que solo se trataba de una socialdemocracia renovada que se aprovechó de los beneficios de la reforma económica de Margaret Thatcher en la década de los ochenta. Como pasó con Clinton y Reagan en Estados Unidos.

Las reformas de la ex Dama de Hierro, ciertamente fueron exitosas, pero doloras en términos sociales y ello fue un dolor de cabeza para Cameron y su gente, quienes ven en la octogenaria política a una líder histórica –quizá su heroína– pero también a un obstáculo para el regreso al poder.

“Lo mejor es valorar su enorme aporte al desarrollo del país, pero pasar de manera delicada una página que ya pertenece a los anales de nuestra historia”, señalan miembros de su equipo de campaña.

PROYECTO COMPASIVO

Fue así que Cameron decidió transformar el viejo Partido Conservador y llevarlo hacia posiciones más centristas, o como dirían algunos, a un “centro compasivo” –¿alguien recuerda a Bush en la campaña del 2000? –.

Aunque su proyecto político es todavía difuso por la falta de un ideólogo como lo fue Giddens para los laboristas, la prensa inglesa ha reportado que Cameron ha hecho contacto con dos “think tanks” que guían al conservadurismo hacia una revolución.

El primero, The Centre for Social Justice (CSJ), cuya cabeza visible es Ian Duncan Smith, un católico convencido y antiguo líder conservador, que pide la regeneración de la sociedad británica a través de la promoción del matrimonio y la estabilidad familiar.

El segundo, ResPublica, que es dirigida por el filósofo Phillip Blond, quien ha publicado recientemente el libro “The Red Tory” (“El Tory Rojo”) en el que expone la ideas de un conservadurismo radical, no en el sentido “neocon”, sino en la profundización en sus raíces comunitarias.

“Es un conservadurismo que quiere generar una economía que beneficia a todo el mundo, en especial a la mitad inferior de la sociedad. Un conservadurismo que cree en la familia y en las relaciones humanas y critica el modelo neoliberal”, resume Blond.

El nuevo conservadurismo de Cameron, entonces, va más allá de la visión thatcherista que podía resumirse en un papel mínimo del Estado, la desregulación del mercado y la reducción de impuestos.

Cameron ha señalado que Gran Bretaña atraviesa por un momento de crisis económica, fractura social y fragmentación cultural producto de la permisividad y excesivo paternalismo estatal de los laboristas, y que los tories arreglarán las cosas con una “responsabilidad social y un propósito moral compartido”.

Esta nueva actitud centrista ha hecho que los conservadores adopten causas hasta hace unos años impensables como la defensa del medio ambiente, los servicios públicos y hasta la igualdad de los homosexuales, que debe ir “más lejos y más rápido”. No cede, eso sí, al aborto y ni al matrimonio gay.

CRÌTICAS FRATERNAS

Cameron habla de convertirse en un reformador social tan radical como lo fue Thatcher en lo económico, pero su llamado ha recibido las críticas de no pocos de sus correligionarios que creen que ha cedido demasiado.

El sector más duro del partido cree que declaraciones del líder tory de que “admira” la educación de la socialista Suecia y a Saul Alinsky –un coordinador social de Chicago que los republicanos estadounidenses consideran el padrino socialista de Obama y equiparan a un “demonio”– son lamentables.

En política exterior, las diferencias aún son mayores. Cameron, aunque no lo haya admitido, simpatiza más con el presidente estadounidense Barack Obama, que con la oposición republicana, que tras la derrota de noviembre del 2008 ha virado más a la derecha que al centro.

Desde las armas, Dios, el calentamiento global y los impuestos, los tories de Cameron y los republicanos norteamericanos van en caminos políticos diferentes. Incluso, el líder tory sugirió el año pasado que la relación entre Estados Unidos y Reino Unido se había vuelto demasiado “servil”. 

De llegar al poder no sería descabellado pensar que Cameron enfríe el eje Londres-Washington –que Thatcher y Reagan iniciaron con adoraciones mutuas– y lo piense dos veces antes de verse inmiscuido en guerras impopulares como las de Iraq y Afganistán. 

Cameron preferiría recuperar el liderazgo británico en el mundo que dé especial importancia a las relaciones transatlánticas, pero que mantenga prudente distancia de una Europa demasiado entrometida y burocratizada que camina lento con el euro.

Nadie puede asegurar que funcione, pero Cameron, quien alguna vez fue llamado “Tory Blair”, se mantiene optimista en su camino al poder.