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REVISTA

GORDON BROWN

Busca una cuarta victoria para los laboristas británicos
Gordon Brown ha capeado la peor crisis económica de los últimos 60 años, pero no logra conectar con la gente.
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GORDON BROWN

“Inteligente pero aburrido”. De esta forma los británicos pueden definir a su primer ministro Gordon Brown, quien estos días se juega su destino político y tratará de dar una cuarta victoria a los laboristas en las legislativas más reñidas de los últimos 20 años en Reino Unido.

La tarea no se ve nada fácil. Brown enfrenta a dos jóvenes carismáticos como el conservador David Cameron y el liberal-demócrata Nick Clegg, quienes pese a sus diferencias ideológicas, enarbolan la bandera del cambio en un país hastiado de 13 años del “nuevo laborismo”.

Brown, de 59 años, casado y con dos hijos, ha sido comparado con un boxeador noqueado que se resiste a arrojar la toalla. Ha sido caricaturizado como un hombre viejo y cansado, que no puede con el peso de todos los puñales que lleva clavados en la espalda.

Los puñales, claro está, fueron propinados por sus propios correligionarios que ven en su líder a un lastre que los llevará a la derrota. Un panorama muy distinto al que se vivía en junio del 2007, cuando un congreso laborista en Manchester desechó a Tony Blair y puso los laureles de la victoria a Brown, el salvador.

En aquel año, los laboristas decidieron entregarle la batuta –y el premierato­– a Brown, luego que Blair no soportara más la presión mediática por las irregularidades cometidas en la guerra de Iraq, en las que se falseó o tergiversó informes de Inteligencia.

En su discurso de investidura, Brown advirtió que el partido que encabezaba “más que una lista de políticas debía tener un alma” y prometió que en su gobierno daría prioridad a educación y vivienda. “Me comprometo a erradicar la pobreza infantil y a dar más a los británicos mediante reformas constitucionales”, dijo.

En sus casi tres años que lleva en el poder, poco o casi nada ha cumplido. Por el contrario, Reino Unido recién está saliendo, aunque lentamente, de la peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial originada por la crisis financiera internacional.

En el 2009, la economía se contrajo 1% y el desempleo está, según cifras actualizadas, en un 8%, el nivel más alto de los últimos 14 años, con 2.5 millones de personas pateando latas.

El malestar en el laborismo es comprensible teniendo en cuenta que el partido se ha caracterizado por su preocupación en el tema social. “Si el pueblo lo resiente, el partido lo resiente”, señalan en la agrupación, que a fines de los noventa se sacudió el viejo polvo del socialismo y el marxismo.

UN LÍDER DIFERENTE

Los laboristas de hoy añoran las épocas de esplendor cuando la economía británica era la joya de Europa con déficit mínimo, baja inflación y alto crecimiento.

Curiosamente, el responsable de tal bonanza fue el mismo Brown, quien por 10 años fue ministro de Economía de Blair, una época en la que se le alabó su sobriedad y frialdad para manejar las finanzas públicas y su animadversión para explicarlas a la prensa. Para eso estaba Blair, el carismático, quien era el encargado de salir frente a las cámaras, mientras Brown, el retraído, prefería quedarse en su oficina sacando cuentas y cuadrando números.

Sin embargo, al llegar Brown al Premierato, todo eso cambió. Los medios y el público, en general, exigían un mayor protagonismo de su líder que vio desnuda su personalidad ante los flashes y los reflectores.

Los británicos ya no tenían más a un primer ministro carismático y sonriente como Blair, pulcro como Major, intimidante como Thatcher, o señorial como Churchill.

Brown, hijo de un pastor protestante, siempre anda desgarbado, retraído y casi nunca sonríe. Al morir su primogénita en el 2002, sorprendió a propios y extraños al dejar caer unas lágrimas en un discurso pues se había dejado llevar por un sentimentalismo que detesta.

Quienes lo conocen aseguran que tiene un sentido del humor particular y que puede llegar a ser un “Stalin” al tratar a sus subalternos, pero lo hace porque busca la excelencia.

Lo que le falta de carisma le sobra en inteligencia. Puede decirse, sin dudas, que Brown es un genio. A los 16 años ingresó a la Universidad de Edimburgo, donde se doctoró en historia y a los 21 ya era rector.

Fue esa misma inteligencia la que utilizó para entrar a la política siendo un adolescente y llegar a ser diputado por el laborismo en 1983, el mismo año que conoció a su mejor amigo y mayor adversario, Tony Blair, de quien vivió siempre a la sombra.

Brown espera ahora sacudirse de ese lastre y poder ganar por sí solo unas elecciones con la promesa de un país con una “sociedad de clases medias, más justa y desarrollada”.

“Si se trata de lo externo y de las relaciones públicas: ¡sin mí! Pero si se trata de grandes decisiones, capacidad de discernimiento y un futuro mejor, soy vuestro hombre”, brama el viejo Gordon, quien se resiste a creer que unas elecciones se ganan tanto en el fondo… como en la forma.

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