De Corea del Norte se dice mucho pero se conoce poco. Que es un régimen comunista, el país más aislado del mundo, pobre y hambriento, pero con un poderío militar tan grande que causa temor en Asia.
Días atrás sus provocaciones llegaron al extremo de disparar torpedos contra un barco de guerra surcoreano –el “Cheonan”– en aguas del Mar Amarillo y hundirlo, matando a 46 personas.
El ataque ha elevado el nivel de alerta al punto que Corea del Sur, Estados Unidos y Japón se han unido en un solo frente político-militar y no descartan la guerra para dar una lección a Pyongyang, que ha negado los disparos pese a que las pruebas lo condenan.
“Esta es una muestra más del cinismo que caracteriza al régimen norcoreano que busca con la coerción militar obtener beneficios en una mesa de negociaciones. No lo logrará”, dijo enfáticamente la secretaria de estado norteamericana Hillary Clinton, en su reciente visita a Seúl.
Corea del Norte, por su parte, ha roto todo contacto diplomático y militar con Corea del Sur, ha puesto en alerta máxima sus Fuerzas Armadas y ha dicho que de continuar las “calumnias” iniciará una “guerra total” contra sus enemigos. Es decir, aplica la política de: “o se callan o los callo”.
SINIESTRO HEREDERO
Los vientos de guerra que soplan en Asia han devuelto a la palestra pública a un país que no solo es uno de los últimos regímenes comunistas que quedan -el otro puede ser Cuba–, sino que es el último heredero de lo peor que supuso el estalinismo en la URSS y el maoísmo en China: muerte en masa y cero libertades.
Aunque la cultura coreana es milenaria y ha sobrevivido a crueles invasiones –la última fue la japonesa– su territorio fue dividido tras la Segunda Guerra Mundial y con el comienzo de la Guerra Fría.
Las potencias hegemónicas de esa época vieron en la pequeña península su área de influencia y tras una guerra civil (1950/53) el territorio quedó separado en el paralelo 38. El sur, bajo el auspicio de Estados Unidos, viró hacia el capitalismo; y el norte, bajo el paraguas de la Unión Soviética y China, desarrolló el comunismo.
Desde 1948, el norte fue dirigido con puño de hierro por el megalómano Kim Il Sung, conocido como el “Gran Líder”, y quien pese a su muerte en 1994, fue nombrado “presidente vitalicio”.
Lo sucedió su hijo Kim Jong Il –el “Amado Líder”, quien hoy a sus 64 años, mantiene la misma línea de su padre, con un fuerte culto a la personalidad y un régimen basado en el terror.
Los pocos que han logrado escapar de esa gran cárcel que es Corea del Norte describen el fanatismo enfermizo hacia sus líderes que se les enseña desde niños.
Por ejemplo, la versión oficial señala que Kim Il Sung fue “el más grande pensador que ha dado la humanidad”, después de Marx y Lenin. Lo cierto es que con la justas sabía leer y escribir y era poco dado al estudio.
De su hijo dicen que nació en la más alta montaña del país bajo un cielo con dos arcoíris y una brillante estrella, cuando lo verdadero es que nació en la fría estepa siberiana mientras su padre estaba exiliado en una base militar de la URSS.
La idolatría llega a extremos al punto de ser obligatorio que todos los hogares norcoreanos tengan los retratos de sus líderes y, en caso de incendio, salvarlos de las llamas antes que cualquier cosa, incluso sus propias vidas.
En el país no hay ni una pizca de libertad individual, ni mucho menos la crítica al gobierno. Aquel que se atreva a hablar mal del régimen corre el riesgo de ser condenado a muerte o, si es “afortunado”, a ser trasladado a los tantos campos de concentración –reeducación, según el gobierno– que hay en el país.
Informes de organismos de derechos humanos afirman que, al menos, 200,000 personas agonizan en gulags, solo vistos en la época de Stalin.
FILOSOFIA “JUNCHE”
Mientras, la economía es una ruina que no produce absolutamente. Desde un comienzo el gobierno implantó la filosofía del “Junche” o autosuficiencia en la que nada se compra del exterior y todo lo deben producir las masas proletarias. No importa si no tienen dinero y la tecnología: primero muertos, antes que depender de Estados Unidos y Occidente.
Esta política ha aislado al país en todos los sentidos y ha propagado la pobreza a niveles subsaharianos. En Corea del Norte la población no conoce lo que es Internet ni los teléfonos móviles. Solo la élite del Partido Comunista puede disfrutar de esas comodidades, mientras hay gente que no sabe aún que el hombre llegó a la Luna.
Los campesinos, sin dinero gubernamental, ni tecnología, ni las nuevas técnicas agrícolas, viven en niveles del siglo XIX. En tiempos normales el país solo logra cubrir un tercio de sus necesidades alimenticias, pero las sequías de los últimos años han dejado los campos desolados.
Por lo menos seis millones de los 23 millones de norcoreanos dependen de la ayuda internacional y la ONU ya advirtió que el país se encamina hacia una hambruna peor que la que sufrió a mediados de los noventa cuando dos millones de personas murieron de inanición.
Naciones Unidas ha dicho que Corea del Norte necesita, mínimo, 800,000 toneladas de alimentos para lo que resta del año, pero solo pueden proveer 450,000. El régimen no puede ni quiere destinar más dinero, mientras el 90% del presupuesto nacional se va al sector Defensa.
El gobierno comunista defiende la militarización del país, que cuenta con unas Fuerzas Armadas de 1.2 millones de personas –la potencia número 14 del mundo– y un programa nuclear que gasta cientos de millones de dólares en su mantenimiento.
Corea del Norte asegura que es vital gastar en armas para mantener a raya a Estados Unidos y sus aliados que buscan derrocar al régimen de Kim Jong Il.
Las negociaciones entre Washington y Pyongyang se encuentran en un punto muerto y el ataque al buque “Cheonan” buscaría presionar a la Casa Blanca para que ceda su postura ante un gobierno comunista, que se sabe en la ruina económica pero que tiene en el armamento nuclear, su carta más importante para lograr su subsistencia.