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REVISTA

Israel y Palestina por la paz

Por quinta vez buscan acuerdo definitivo en la región
Estados Unidos actuará una vez más como mediador de un conflicto que lleva más de 60 años desangrando a Medio Oriente. No hay ni euforia ni optimismo en el terreno, pero la esperanza es lo último que se pierde.
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Israel y Palestina por la paz

Tras más de 15 meses de estancamiento diplomático, israelíes y palestinos anunciaron recientemente que volverán otra vez a sentarse y hablar en forma “directa” para encontrar una solución al conflicto en Medio Oriente.

Sin embargo, el anuncio hecho desde Washington por la secretaria de Estado norteamericana Hillary Clinton no ha causado mucha expectativa, y más bien parece que las opiniones se decantan hacia el pesimismo o la incredulidad.

Y es que han pasado 17 años desde el inicio formal de las negociaciones directas entre Israel y Palestina que comenzaron en Oslo y Washington en 1993. Continuaron: Camp David (Estados Unidos) en el 2000; Taba (Egipto), en el 2001; y Annapolis (EE. UU.), en el 2007. Los resultados, aunque esperanzadores en un principio, terminaron en un fiasco.

“¿Qué podría ser diferente hoy? Se han dicho tantas palabras, ha corrido tanta tinta, pero también tanta sangre que es mejor mantenerse cauto”, señaló una editorial del periódico Yediot Aharonot, el de mayor lectoría en Israel.

En un encuentro con la prensa días atrás, Clinton dio algunas generalidades sobre el nuevo proceso de paz: las conversaciones entre israelíes y palestinos empezarán el 2 de setiembre en una cumbre en Washington a la que están invitados también Egipto y Jordania. No se han estipulado condiciones previas para el diálogo, que será mediado –como siempre– por la Casa Blanca, y el plazo máximo para un acuerdo final es de un año.

El último punto, sin duda, causa la mayor de las suspicacias en las poblaciones involucradas y hay quienes dicen que a estas alturas y con la experiencia histórica previa, Washington –y Obama– peca de ingenuo… o de tonto.

Jerusalén, la evacuación o reubicación de colonos judíos y/o refugiados palestinos, las fronteras definitivas entre los dos Estados, las garantías de seguridad mutuas, son, quizá, los temas más complejos de la diplomacia internacional. Una solución de aquí a un año podría darse si las condiciones son las mejores, pero este no es el caso.

Basta echar un vistazo a todos los actores involucrados para saber cómo llegan a la mesa de negociaciones y la inmensidad del reto que se han puesto. Aquí unos alcances:

ISRAEL. El gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu ha asegurado que espera “sorprender” a los escépticos y que pese, a las dificultades, es posible alcanzar la paz en la región. Bonitas palabras, pero que tendrán que ser refrendadas con acciones difíciles y dolorosas.  

Netanyahu proviene de un partido, el Likud, con marcados tintes nacionalistas, que le desagrada la idea de un Estado palestino, que ve más una exigencia de la “blanda” comunidad internacional. Lo acepta, pero a regañadientes.

Su gobierno ha puesto tres objetivos –no condiciones– para ir a las conversaciones de paz. Primero, mecanismos de seguridad auténticos y sostenibles. Segundo, el reconocimiento de Israel como el Estando nacional del pueblo judío, lo que significa que la solución al retorno de los refugiados palestinos debe realizarse en territorio del Estado palestino. Y tercero, el fin del conflicto, lo que supone que no habrá reclamaciones de ningún tipo en el futuro.

Pero Netanyahu no está solo. Su gobierno está sostenido por partidos de la ultradederecha israelí que pueden dar más de un problema a la hora de las negociaciones. Basta nombrar a Israel Beitenu, del actual canciller Avigdor Lieberman, quien es un férreo defensor de la extensión de las colonias judías en Cisjordania y Jerusalén Este.

En noviembre del 2009 y presionado por EE. UU., Netanyahu anunció la moratoria de 10 meses sobre la construcción de asentamientos judíos en la Rivera Occidental –más no en Jerusalén oriental– y así, destrabar el proceso de paz. El plazo vence el 26 de setiembre y el primer ministro ya ha adelantado que no prolongará la moratoria.

De hacerlo, según Netanyahu, supondría el fin de su coalición y, por ende, la caída de su gobierno y el anuncio de elecciones anticipadas que terminarían por echar abajo las negociaciones directas con los palestinos hasta tiempo indefinido. Otra vez.

Netanyahu está pues atado de manos en su gobierno a unos socios que no cederían ni un ápice en las negociaciones en temas tan delicados como la evacuación de colonias en los territorios palestinos ocupados, y menos aún, en la división de Jerusalén.

PALESTINA. El gobierno del presidente Mahmoud Abbas tampoco la tiene fácil. Aunque en un principio se dijo que las conversaciones directas no estarían atadas a condiciones previas, en los últimos días se supo que los palestinos han amenazado con dejar plantado a EE. UU., si Israel reanuda la construcción de los asentamientos en territorios ocupados.

“Israel debe elegir entre el proyecto colonizador o la paz, entre la continuación de la ocupación o la resolución del conflicto árabe-israelí. No hay puntos medios”, declaró Saeb Erakat, jefe del equipo negociador palestino.

Los palestinos exigen también que el diálogo no comience de cero, pues las negociaciones anteriores –las del 2007 en Annapolis– habían cubierto un largo camino. Fuentes diplomáticas de Ramala han señalado que Ehud Olmert –el anterior primer ministro israelí– acordó un intercambio para que tres grandes asentamientos judíos en Cisjordania fueran anexados por Israel a cambio de terrenos equivalentes a los palestinos en otros lugares.

Netanyahu ha dicho, avalado por el Derecho internacional, que las concesiones hechas por su predecesor no son relevantes y que las conversaciones del 2007 se basaron en la fórmula de que “nada está acordado hasta que todo lo está”.

En el plano interno, Abbas asiste a las negociaciones debilitado pues no tiene el pleno control de su pueblo. El grupo terrorista e islamista Hamás controla la franja de Gaza desde el 2007 y no hay señales de que ceda el poder a Al Fatah –el movimiento secular al que pertenece el presidente palestino–.

Hamás ya ha dicho que no piensa reconocer cualquier acuerdo que se llegue a alcanzar en las negociaciones y hará todo lo posible por boicotearlas.

El mandatario palestino, pese a su apoyo en el exterior, todavía tiene una deuda con su pueblo y la posibilidad de que, al final, solo alcance un mini-Estado desmilitarizado, sin soberanía en su espacio aéreo, y aprisionado entre Israel y Jordania, que le restaría legitimidad.

Como aseguran algunos expertos, la frustración en el resarcimiento a las demandas históricas de los palestinos –sean justas o no– puede mantener el odio y el resentimiento en la población, y ser la semilla de futuras guerras en un círculo de muerte de nunca acabar.     

Abbas ha dicho también que puede llevar a cabo un proceso de reconciliación con Hamás, pero ello es una mera utopía. Para los extremistas, el Estado palestino no es lo importante. Su visión central, su objetivo máximo es la formación de una sociedad islámica en la región que expulse a los judíos al mar.

De alcanzarse una paz definitiva con los israelíes, ¿cómo se aplicará en Gaza?, ¿quién responderá por los ataques con cohetes que los extremistas lancen desde la estrecha franja hacia territorio israelí?, ¿valen menos los palestinos de Gaza, que los palestinos de Cisjordania?, son algunas de las preguntas que circulan en los círculos diplomáticos.

A la luz de estos acontecimientos, solo quedaría esperar a que ambas partes se sienten y tengan presente que de lo que se trata acá es de hacer sacrificios máximos y dolorosos. Y, como diría George Mitchell, el mediador estadounidense en la región, “la solución menos imperfecta de hoy puede llegar a ser la paz más perfecta del mañana”.

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