Los ciudadanos de a pie comunes y corrientes, aquellos que no salen en los programas de televisión o en las portadas de los periódicos, son quienes sufren las consecuencias de la inseguridad ciudadana. Para ellos, muy poco es lo que ha hecho al respecto el alcalde Luis Castañeda Lossio en sus dos mandatos consecutivos al frente de la Municipalidad de Lima.
Eso es lo que piensan las madres que rezan para que sus hijos lleguen sanos y salvos a casa y no sean blanco de pandillas, eso es lo que sostienen los cambistas que encomiendan su vida cada día para evitar ser víctimas de asaltantes al paso, eso es lo que dicen los taxistas que esperan que las carreras que aceptan sean verdaderas carreras y no anzuelos o trampas mortales...
Justamente conversaba con un taxista que como tantos fue víctima de la delincuencia. Al menos tuvo suerte: no perdió la vida. Lo que perdió fue el instrumento de su trabajo: el auto que recién había terminado de pagar tres meses atrás. También perdió la movilidad de su brazo derecho y terminó con la mandíbula rota y sin un par de dientes.
¿Su pecado? Resistirse al robo, intentar por todos los medios evitar que le quitaran el fruto de su esfuerzo. Terminó tirado en un arenal apartado. Nadie vio cuando lo dejaron medio muerto. Cuando recobró la consciencia luego de la brutal golpiza, sacó fuerzas de flaqueza para movilizarse lentamente y buscar ayuda.
Este taxista cree firmemente que quienes lo asaltaron, lo golpearon y abandonaron en un arenal apartado para dejarlo morir, esos dos hombres armados que le quitaron su instrumento de trabajo, eran policías. Así como lo lee.
¿Por qué llegó a esa conclusión? Por las armas usadas y el vocabulario empleado. El taxista no era ajeno a las formas militares y policiales y fácilmente puedo reconocer el modo policial que caracterizaba a estos dos sujetos que distaban de ser simples ladronzuelos.
El taxista puede estar o no equivocado pero es algo que no puede ser descartado. Yo misma he sido testigo posterior de la utilización de policías con fines delictivos.
Un familiar muy cercano a mí, que ya descansa en paz, me confesó algunos años antes de morir que mandó secuestrar a su ex esposa para asustarla. Los secuestradores se llevaron a la mujer, pero no la violaron, no le robaron; le metieron un cuentazo que ni ellos mismos se lo creían y luego de varias horas de incertidumbre la dejaron libre en un paraje desolado.
Felizmente las rencillas entre la ex pareja quedaron en el olvido dando paso a un entrañable cariño y amistad. Él estaba arrepentido de aquel suceso. Me contó que en aquella ocasión había “contratado” a cuatro policías en actividad para que le hicieran ‘el servicio’ de secuestrar a su ex mujer y darle un gran susto. Aquellos hombres que deberían resguardar el orden y la seguridad se prestaron a ello a cambio de unos cuantos soles.
Es por tal razón que no puedo ignorar la hipótesis de aquel taxista que cree firmemente que los dos hombres que lo asaltaron eran policías que en sus días de franco hacen uso y abuso de las armas que el Estado les entrega para proteger al pueblo.
No es la primera vez y posiblemente no será la última que llegue a nuestros oídos acusaciones de esta naturaleza y eso es algo que la próxima alcaldesa de Lima y los ministros del Interior y de Defensa deben tener muy en cuenta.