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Belén: ciudad de paz y de guerra

Una mirada por el poblado en el que nació Jesús
De la ciudad judía en la que vino al mundo el hijo de Dios no queda prácticamente nada. Hoy es un poblado palestino en el que musulmanes y cristianos viven recelosos.
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Belén: ciudad de paz y de guerra

Esta es la historia de un pequeño pueblo de pastores y agricultores que en medio de su humildad y simpleza fue cuna de grandes reyes y el hogar del salvador de la humanidad. Ya sea uno cristiano, judío o musulmán, su nombre evoca santidad pero también tragedia.

Bayt Lahm, en árabe; Bet Lehem, en hebreo; o simplemente Belén, es después de Jerusalén, la ciudad de la que más se ha escrito por ser el escenario de un acontecimiento que cambió para siempre la historia de las religiones: el nacimiento de Jesús.

Ubicada en una zona de terrazas y suaves laderas a seis kilómetros de la Ciudad Santa, Belén vive hoy una lucha diaria por su sobrevivencia en un mundo que cree menos en lo divino y más en las superficialidades humanas.

Tuve la oportunidad de visitarla hace apenas unos años y la primera sensación que sentí fue de decepción por el mito hecho añicos. Pobreza, ocupación militar, muros de seguridad, son el primer bosquejo de su descuidado paisaje.

La gente parece vivir en medio de un letargo insoportable esperando quizá tiempos mejores, pero acumulando también ira y resentimiento por una situación que ellos no buscaron y de la que son víctimas día a día: la guerra entre árabes e israelíes en pleno Medio Oriente.  

Pero Belén no fue siempre así. En estas líneas intentaré contar parte de su larga historia que ha conocido tiempos de esplendor pero también días aciagos en los que la guerra ha sido el común denominador.

UNA CIUDAD JUDÍA

Para comenzar debería recalcar que el Belén de estos días no guarda ninguna similitud con el poblado de hace más de dos mil años. En aquellos tiempos era una ciudad enteramente judía y con una gran historia sobre sus hombros.

Sus pobladores tenían orígenes en la tribu de Judá y fue allí donde nació y se proclamó rey a David en reemplazo de Saúl y quien trajo la unificación y la prosperidad al reino de Israel.

Tal impactó causó David que los profetas proclamaron que su dinastía no acabaría nunca. “Y será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente” (2 Sm 7:16).

Las antiguas escrituras dijeron que sería un descendiente de David, nacido en Belén, el que daría al pueblo judío a su tan esperado Mesías, capaz de liberarlos del yugo de los invasores.

“Más tú, Belén Efrata, aunque eres la menor entre las familias de Judá, de ti me ha de salir aquel que ha de dominar en Israel, y cuyos orígenes son de antigüedad, desde los días de antaño”, dice la profecía de Miqueas.

Para una pequeña parte de los judíos, Jesús cumplía esos requisitos. Al nacer en Belén y ser hijo del carpintero José –descendiente directo de David– se alzaba como el salvador, el Mesías tan largamente esperado.

Sin embargo, una gran mayoría consideró que sugerir que Jesús era hijo de Dios era una “blasfemia” por lo que aquí nace la gran división entre los judíos y los creyentes de Jesús, el Cristo… o los cristianos.

En el año 70, Roma sofoca una gran rebelión de los judíos, quienes al perder la guerra son expulsados de sus ciudades iniciándose la famosa diáspora. Entre esos pueblos estaba Belén que cayó en un abandono infernal hasta que en el siglo VII empieza a ser poblada por grupos provenientes de la península arábiga que profesaban una nueva religión: el Islam.

Durante cientos de años Belén, ese poblado otrora judío, se arabizó y se islamizó pero nunca dejó de tener entre su gente a creyentes cristianos que, liderados por el emperador Constantino El Grande, construyeron sobre la cueva en la que nació Jesús –y no un pesebre– una basílica que, tras una remodelación en el siglo VI d. C., perdura hasta nuestros días.

La basílica es fea y cuesta creer para el que la visita que un día hace mucho tiempo todo fue parte de un paisaje rural. Lo que más llama la atención es su pequeñísima puerta que fue tapeada en la época de las cruzadas para impedir que los musulmanes tomaran el lugar santo con sus caballos.

Hoy, incluso, hay que agacharse o encorvarse para ingresar a la iglesia mientras el lugar ‘exacto’ donde posaron al bebé Jesús se encuentra cubierto con una estrella de plata con un agujero en la que uno ingresa su mano para tocar suelo santo.

UNA CIUDAD PALESTINA

Belén en la actualidad tiene una población mayoritariamente árabe, entre musulmanes y cristianos, y sueña con ser parte en un futuro del Estado palestino. Hasta que ese día llegue la ciudad vive la ocupación de las tropas israelíes que ganaron la Guerra de los Seis Días en 1967.  

Según los Acuerdos de Oslo de 1994, Belén está bajo la administración de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), pero lo cierto es que la ciudad vive una ocupación militar israelí asfixiante, rodeada de unos enormes muros de seguridad que la han separado de su hermana de siempre, Jerusalén.

Quienes visitan Belén por primera vez quedan impactados por los enormes muros de hormigón que rodean la ciudad y que la convierten casi en una especie de gueto para los pobladores palestinos.

Argumentando razones de seguridad, la barrera bordea carreteras, atraviesa campos de cultivos, hasta colegios. Según estimaciones de organizaciones de derechos humanos, solamente en el área de Belén hay 32 barreras físicas erigidas por el ejército israelí –incluyendo puestos de control, bloques de carreteras, montes de tierra y puertas– lo que limita la libertad de movimiento de miles de palestinos.

Recuerdo claramente que ingresé a Belén a través del conocido “Checkpoint 300” en donde los soldados israelíes te examinan minuciosamente –aunque no tanto como a los palestinos– en medio de un ambiente cargado de abarrotes metálicos, al mismo estilo de una prisión de máxima seguridad.

Desde su instalación, la economía palestina se ha visto dañada en sectores como el turismo, la agricultura y el comercio, mientras el desempleo en Belén se coloca en un 23%.   

Los otrora fértiles campos de Belén en donde se cultivaban infinidad de frutas y legumbres, incluidos los añejos olivares, parecen ser cosa del pasado o un asunto exclusivo de miles de judíos que se han asentado en colonias como Gilo, Har Homa, Betar Illir, entre otras.

Los colonos judíos, la mayoría fanáticos religiosos, creen que cumplen la voluntad de Dios al vivir en Belén, ubicada en lo que consideran parte histórica de la antigua Judea y Samaria y han levantado enormes bloques de asentamientos que son fuente de discusiones y resentimientos con sus vecinos palestinos.

Son estos mismos asentamientos uno de los principales obstáculos para lograr la paz en la región. Israel querría conservarlos como parte de su Estado, mientras los palestinos los quieren fuera sin posibilidades de canje por otros territorios. 

PUGNA CON LOS CRISTIANOS

Pero la desconfianza no solo se da entre palestinos e israelíes. También hay una especie de pugna entre cristianos y musulmanes, ambos culturalmente árabes en lengua y escritura.

Pese a que la ANP asegura que las relaciones entre ambas comunidades son “excelentes” lo cierto es que en las últimas décadas cada vez más cristianos huyen de Belén.

Los musulmanes consideran a sus hermanos cristianos demasiado “cosmopolitas”, preocupados más en sus fortunas familiares que por luchar contra la ocupación israelí. Mientras, los cristianos rechazan el radicalismo islámico que se apodera de las nuevas generaciones palestinas.

Por algo el muro de seguridad tiene su razón de ser. Durante la intifada de Al Aksa en el 2001, Belén se convirtió en la base de operaciones desde donde partían decenas de extremistas musulmanes cargados de bombas que se reventaban en autobuses o restaurantes judíos en Jerusalén.

Hoy la barrera de seguridad ha frenado los atentados pero nadie garantiza que tras su desmantelamiento los terroristas vuelvan a brotar como el pus en una llaga infectada.

Una lástima para una pueblo como Belén que hace tiempo cambió los villancicos por el sonido de la guerra.

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