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REVISTA

Sudán se separa para sobrevivir

Los cristianos en el sur y los musulmanes en el norte
Referéndum intenta dar solución a una tragedia humanitaria que ha desgarrado por décadas al país más grande del continente africano.
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Sudán se separa para sobrevivir

Es común escuchar en África que no es necesario morir para saber lo se siente estar en el infierno. Existe un lugar en este mundo en donde la muerte y el sufrimiento son los amos absolutos que se ensañan con todos, tanto buenos y malos, en una espiral de violencia maldita: Sudán.

El que es considerado el país más grande del continente africano lleva más de cinco décadas en una guerra interna que ha dejado dos millones y medio de muertos, cuatro millones de desplazados y un millón de exiliados.

Las cifras han sido difíciles de creer incluso para los activistas internacionales más experimentados, que se caracterizan por tener el “temple de acero” propio de aquellos que han visto la muerte tantas veces y de las maneras más espeluznantes.

“Al llegar a Sudán hace más de 10 años me he preguntado infinidad de veces si Dios no se habrá olvidado de esta tierra. ¿Cómo se puede sufrir tanto? A mí, simplemente, se me acabaron las lágrimas”, señaló Jane Baker, miembro del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas (WFP) en entrevista para la cadena CNN.

Desde que se independizó de Gran Bretaña en 1955 el país que un día albergó el centro de la cultura egipcia durante la época conocida como la de los “Faraones Negros”, no ha conocido más que violencia y muerte en uno de los peores dramas humanitarios de la historia que ha sido callado u olvidado por la prensa occidental.

Y es que lo que pasaba en Sudán no llamaba tanto la atención de la gente como lo que ocurría en otras partes del mundo como el Medio Oriente, Europa o, mejor aún, en Estados Unidos.

¿Para qué cubrir el drama de estos pobres negros que se matan entre sí si no nos afecta en nada?, era lo que se preguntaban con cierto tinte racista los grandes medios y cadenas internacionales, para vergüenza de todos.

JORNADA ELECTORAL HISTÓRICA

Estos días, sin embargo, la situación es un tanto distinta. El mundo parece virar sus ojos hacia Sudán que vive una jornada electoral histórica. Desde el pasado 9 de enero hasta el próximo día 15, más de cuatro millones de personas en el sur del país irán a las urnas para decidir si mantienen la unidad del país o, por el contrario, deciden separarse del norte y formar el Estado número 54 del continente africano.

El referéndum forma parte de un acuerdo global que se alcanzó en el 2005 entre el gobierno central de Jartum, árabe musulmán, y los rebeldes del Movimiento de Liberación Popular de Sudán (MLPS), negros y cristianos.  

Ambos grupos han estado en constantes choques desde mediados de los cincuenta en una especie de guerra santa a la africana que ha estado avivada por el fracaso del Estado-nación que no proporcionó respuestas a problemas étnicos, religiosos, de identidad comunitaria y conflictos por la posesión de las tierras y el agua.

Desde el comienzo, los cristianos, aglomerados en el sur del país, lucharon por mantener una cierta autonomía económica y manejar sus propios recursos pero fueron controlados por una élite política musulmana –si puede llamarse así– que se concentró en el norte del país.

La situación se tensó aún más luego que en los ochenta la clase dirigente fue abrazando una radicalización del discurso islámico y trató de imponerla a toda la población, creyentes o no de Alá.

De pronto, miles de mujeres cristianas fueron obligas a usar el hiyab –velo islámico–, a no trabajar ni recibir educación, mientras los hombres fueron prohibidos de comprar ni beber bebidas alcohólicas, según los dictados del profeta Mahoma y el libro sagrado del Corán.

“Sharia para todo el mundo” ordenó el gobierno del presidente Omar al Bashir, un sátrapa de la peor calaña que llegó al poder en 1989 luego de un golpe de Estado y que ha sido considerado como el responsable de atroces crímenes y genocidio en Darfur. La Corte Penal Internacional (CPI) ha pedido su captura internacional pero él se sienta en la noticia.

Cuando en el 2005 se firmó el Acuerdo General de Paz (CPA, por sus siglas en inglés) se quedó en que Jartum haría todos los esfuerzos para preservar la unidad del país y reconocer la diversidad cultural de Sudán en un intento por reconciliar a musulmanes y cristianos. Si pasado seis años no se cumplía estos objetivos se llamaría a un referéndum para determinar el destino final de los sursudaneses, que se está llevando a cabo estos días.

Al principio Al Bashir se negó a la secesión pero no por amor a su patria, sino por un asunto meramente económico que ponía en peligro su continuidad en el poder. Y es que en el sur se encuentra el 75% de las gigantescas reservas de petróleo que tiene Sudán, aunque las plantas para su procesamiento se hallan en el norte.

Tras una fuerte presión el mandatario sudanés logró que el CPA garantizara que, aun si se produjera la independencia del sur, los cuantiosos ingresos del petróleo se dividirían 50-50.

ENORMES RETOS POR DELANTE

Aunque los resultados del referéndum no se conocerán hasta dentro de un mes, es más que seguro que los sursudaneses elegirán la independencia que sería proclamada el próximo 9 de julio.

Sudán del Sur nacería, así, en un territorio de 600,000 kilómetros cuadrados –casi del tamaño de la península ibérica– y tendría delante suyo una serie de retos, tanto internos como externos, que de no cumplirse podrían volcarlo en un nuevo ejemplo de “Estado fallido”.

Para comenzar habría que elaborar e implementar un ambicioso plan de construcción de infraestructura. En el sur no hay casi carreteras, ni colegios ni hospitales, mientras los servicios básicos como la electricidad, el agua potable y alcantarillado son más un sueño que una realidad.

El 85% de la población es analfabeta, razón por la cual las cédulas de votación tenían símbolos y no escritura, y la desnutrición infantil afecta al 70% de los niños menores de 3 años.

También es necesaria la construcción de instituciones gubernamentales y una clase dirigencial medianamente capaz de llevar los destinos de una nación. El problema surge cuando la mayoría de los jóvenes y adultos están muertos o mutilados tras años de conflicto.

Mientras en el plano externo, Sudán del Sur deberá lidiar con un posible boicot de los países árabes que temen que el mal ejemplo secesionista sudanés anime a las minorías de sus países.

También tendrá que aprender a convivir en paz con su vecino del norte que, como respuesta a Occidente impulsará aun más la implementación de la Sharia creando un régimen tan extremista como en su día lo fue el Afganistán de los talibanes.

No hay que olvidar que Sudán una vez albergó a Osama Bin Laden y Washington teme que se convierta en un nuevo campo de entrenamiento de terroristas islámicos, todo un reto para la seguridad de un país con una frontera que se augura una débil coladera.

Ante este desolador panorama solo cabría decir que Sudán no está listo para dividirse a menos que la comunidad internacional esté dispuesta darle la mano, en especial el Estados Unidos de Barack Obama.

La gran incógnita es si Washington, con dos guerras a cuestas –la de Iraq y Afganistán– y una grave crisis económica, se animará a entrar al avispero sudanés del que puede salir mal parado. Otra vez.

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