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REVISTA

El fin del Partido Laborista israelí

Conmoción tras la renuncia de Ehud Barak
Tras ocho décadas empieza a apagarse la flama del laborismo que moldeó los destinos del moderno Estado de Israel.
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El fin del Partido Laborista israelí

En 1948 con la fundación del Estado de Israel muchos dudaron que el pequeño país pudiera sobrevivir. No solo por las extremas condiciones físicas a las que estaba atada una región árida y sin recursos naturales, sino porque había decidido vivir bajo un régimen hasta ese momento desconocido en el Medio Oriente: la democracia.

Ir a elecciones libres, ceñirse a un estado de derecho, formar poderes independientes y vivir bajo la representación de partidos políticos eran para los árabes –que dominaban la región– un burdo invento de Occidente o un truco para apoderarse de la zona. Pero, no lo fue para los judíos.

Desde un comienzo los padres fundadores de Israel se juntaron en innovadoras organizaciones sociales, económicas y políticas que buscaban aunar fuerzas en torno a la construcción de una patria.

Una de esas organizaciones ha sido el legendario Partido Laborista (PL) que estos días ha recibido una estocada mortal del ex primer ministro Ehud Barak quien anunció su salida de la formación junto a otros cuatro importantes dirigentes.

La noticia dejó sorprendidos a millones de israelíes que saben que están asistiendo a la muerte lenta de un partido que estuvo en los momentos más importantes de la historia contemporánea del pueblo judío, pero que no supo adaptarse a los cambios de los últimos años.

Barak, en conferencia de prensa, señaló que abandonaba el laborismo junto a otros cuatro diputados para formar una nueva agrupación a la que ha llamado Atzmaut (Independencia, en hebreo) de tendencia centrista, democrática y sionista.

El actual ministro de Defensa justificó su medida a las constantes críticas que venía recibiendo de sus propios correligionarios que estaban hartos de que el PL se mantuviera en la coalición de gobierno que sostiene al primer ministro Benjamín Netanyahu.

Una alianza que surgió en mayo del 2009 y que mezcló pensamientos tan disímiles como el izquierdismo laborista, la derecha del Likud y el nacionalismo extremista de Israel Beitenu.

En esos días Netanyahu señaló que la presencia de los laboristas garantizaba –sobre todo a la comunidad internacional– que Israel estaba comprometido a hallar una paz con los palestinos.

Sin embargo, en todos estos años el proceso de negociación se ha visto estancado innumerables veces por la decisión del gobierno israelí de continuar la construcción de nuevas viviendas para judíos en territorios en disputa de Cisjordania y Jerusalén Oriental.

Construcciones que, no necesariamente, rechazan los laboristas, pero sí favorecen a una congelación hasta que finalice el proceso de paz.

UN PASADO IZQUIERDISTA

Hay que destacar que el laborismo israelí de estos días no es el mismo del de hace 80 años atrás.

La agrupación, originariamente, nació en 1930 con la unión del marxista Ahut HaAvoda y el menos dogmático Hapo-el Hatzair que dio paso al Mapai (acrónimo de Mifleget Poalei Eretz Israel o Partido de los Trabajadores del País de Israel).

El Mapai mantuvo su nombre hasta 1968 en que, después de varias fusiones y coaliciones electorales, adoptó el nombre actual de Partido Laborista israelí.

En aquellos días del protectorado británico, en la Palestina que heredó del Imperio Otomano, muchos de los inmigrantes provenían de varios países de Europa que bullía de ideas izquierdistas por lo que creyeron que el “socialismo sionista” era la respuesta para la construcción nacional.

Su máximo representante fue el mítico David Ben Gurión, quien ya en 1921 se convirtió en el jefe máximo de la Histadrut o Federación General de Trabajadores que aunaba la voz de cientos de miles de judíos.

En 1949, un año después de declararse la independencia, Israel llamó a elecciones generales y fue el Avoda el principal partido ganador y Ben Gurión nombrado Primer Ministro, un cargo que ostentó en dos oportunidades.

La figura de Ben Gurión es hasta ahora apreciada por los israelíes que reconocen en él al guía cuyo temple y carácter iracundo moldeó y defendió los intereses de la “patria judía” en esos primeros años caracterizados por la guerra con los árabes, la explosión demográfica y la construcción de la economía de los kibutz.

Aunque en sus últimos años renunció al laborismo, su figura permanece ligada al PL que lo ve como una especie de padre, al mismo estilo de Haya de la Torre para los apristas.

Otra de las figuras máximas del laborismo fue Golda Meir, la primera mujer premier en Israel y la primera en ser jefe de gobierno en el Medio Oriente. Siendo abuela lideró a su país en la Guerra del Yom Kipur en 1973 y se ganó el título “Señora de Hierro”, años antes que Margaret Thatcher llegara al poder en el Reino Unido.

Aquí habría que resaltar un tema importe respeto a los cambios que ha sufrido el laborismo israelí con el paso del tiempo: su desempeño en la guerra y las relaciones con los palestinos.

Por décadas, los líderes del laborismo negaron la existencia del pueblo palestino al que solo tildaban de “árabes” por lo que pedían su integración a países como Egipto, Siria o la misma Jordania.

Sin embargo, esta posición dio un giro radical con la victoria en 1992 de Yitzhak Rabin, héroe en casi todas las guerras que sufrió el país (1948, 1956 y 1967) y quien experimentó una metamorfosis sorprendente al pasar de “halcón” a “paloma”.

Como militar aplicó mano dura para aplastar la primera Intifada en la década de los ochenta pero convertido en político, y hastiado de los costos del conflicto, se decantó por la política de “paz por territorios” y se sentó a negociar con su enemigos históricos, la OLP (Organización para la Liberación Palestina) y Yaser Arafat.

Convencido por su rival en el laborismo, Shimon Peres, Rabin impulsó negociaciones directas que dieron como fruto los Acuerdos de Oslo de 1993, que dieron origen al reconocimiento de los derechos nacionales palestinos.

Por su valentía fue asesinado por un extremista judío en 1994 que lo consideraba un “traidor” pero su legado dura hasta nuestros días.

El laborismo, desde entonces, tiene como uno de sus ejes principales la resolución del conflicto a través de negociaciones que pueden dar paso a “concesiones dolorosas”.

El problema es que con el paso de los años, el crecimiento de grupos extremistas palestinos asociados al terrorismo islámico –Hamás y la Yihad Islámica– ha hecho de la sociedad israelí muy desconfiada en el tema de conveniencia de las negociaciones y ve como muy “débiles” a los laboristas.

La aparición de agrupaciones como la centrista Kadima, que apela al eslogan de “paz con seguridad”, también le ha minado votos y peso político.

OTROS FACTORES DE DESENCANTO

Pero la seguridad no solo ha mellado el otrora prestigio del Partido Laborista israelí, sino también factores económicos y sociales.

La aplicación de reformas neoliberales que han dado buenos resultados en los últimos años han desmantelado también los pilares en los que se fundamentaba el laborismo, como el sindicalismo y el cooperativismo. 

Los kibutz agonizan lentamente y se estima que desaparecerán en los próximos 20 años, mientras la Histadrut, base del PL, pierde influencia día a día.

Mientras tanto, la llegada de cientos de miles de judíos inmigrantes de Oriente –Rusia, en particular–, que se sienten excluidos por la élite burocrática asquenazí –y socialista– que ha moldeado el Estado que los discrimina, ha aumentado la influencia de partidos de corte más nacionalista como Israel Beitenu, del canciller Avigdor Lieberman.

En consecuencia, el PL ya no es más el partido de las grandes masas israelíes sino un remedo político que está condenado a la muerte para pena del viejo Ben Gurión.

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