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REVISTA

Hosni Mubarak cerca del fin

Crisis en Egipto
Revueltas en Egipto están por culminar una dictadura de 30 años que violó los derechos humanos pero dio cierta estabilidad en la región.
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Hosni Mubarak cerca del fin

La crisis desatada en Egipto estos días ha puesto otra vez ante la luz pública internacional al presidente Hosni Mubarak, quien lleva en el poder tres décadas gobernando el país de los faraones con puño de hierro.

Muchos quizá nunca habían escuchado de él u otros quizá creyeron que se trataba de un dictadorzuelo más del Tercer Mundo, intrascendente en la escena geopolítica internacional. Pero se equivocaron.

La gravedad de las protestas y el involucramiento de Estados Unidos, Europa o las Naciones Unidas dan cuenta de la importancia de un líder que lleva las riendas del país más importante e influyente en la órbita del mundo árabe.

Un país que fue cuna de una milenaria civilización y que tiene más de 80 millones de habitantes. La mayoría vivía en un ambiente y resignación que fue caldeando los ánimos hasta convertir a esa nación árabe en una olla a presión que terminó por estallar. 

Allí no existía, como en los países democráticos, la esperanza del cambio que representa –aunque sea en forma momentánea– la realización de elecciones libres. “Siempre las mismas caras, siempre los mismos políticos”, se repetían los cairotas en sus viejos cafés desvencijados por el abrasador sol del Medio Oriente.

Sin embargo, la revolución en Túnez, que terminó de expulsar del poder al presidente Ben Alí, despertó a los egipcios de un largo letargo y ahora millones claman la salida del viejo dictador, quien llegó al poder en 1981 tras el trágico asesinato de Anwar el-Sadat por parte de extremistas musulmanes que lo tildaron de “traidor” por haber firmado la paz con los israelíes.

En aquellos días, los egipcios vieron la llegada de Mubarak con optimismo, pues pese a su falta de carisma, el rais garantizaba la continuidad de un pensamiento nacionalista árabe, aunque más moderado y sin el apasionamiento del mítico Nasser.

Sin embargo, nadie pudo prever que durara tanto y hasta se pensó que viviría para siempre, una especie de ser inmortal que alimenta la campaña oficial del tipo mesiánica.

Hoy con 84 años a cuestas, los rumores sobre su delicado estado de salud han sido la comidilla del pueblo egipcio, pero también de los gobiernos en Occidente que se consideran sus aliados más cercanos.

En marzo del 2010 fue hospitalizado en Alemania para someterse a una operación de vesícula biliar, en la que le extirparon unos pólipos. Durante las seis semanas que estuvo convaleciente delegó el poder al ex primer ministro Ahmed Nasif.

La situación era inédita pues, según las leyes –que el mismo mandatario se ha encargado de maquinar para que nadie le haga sombra–, no existe en Egipto el cargo de vicepresidente.   

En los últimos meses a Mubarak se le ha visto más delgado, demacrado y cansado y la alarma general se encendió cuando el diario estadounidense The Washington Times reveló, según fuentes secretas en Medio Oriente, que el rais sufría de cáncer terminal al esófago y que le daban entre 12 y 18 meses de vida.

La oficina presidencial desmintió categóricamente estas informaciones, pero nadie en El Cairo, Luxor y Taba, entre otras ciudades egipcias, duda de que haya algo de verdad en los rumores.

Ahora, los egipcios creen que si no es por alguna enfermedad serán ellos mismos quienes sacarán del poder a Mubarak, aunque ello suponga un terremoto para la estabilidad de una región tan complicada como es el Medio Oriente.

GARANTE DE ESTABILIDAD

Y es que Mubarak es un “viejo mal conocido” con el que se ha aprendido a lidiar y que es garante de cierta estabilidad. No por algo en sus 30 años de gobierno, Egipto se ha abstenido de participar en algún conflicto militar, y aun así no ha rebajado su liderazgo en el mundo árabe musulmán.

El rais también ha logrado contener la aparición y expansión de grupos extremistas islámicos –en aumento en la región– que hoy más que ayer tienen un mensaje anti Occidental y pro religioso que simpatizan con organizaciones terroristas como Al Qaeda y la Yihad Islámica.

Fue en la década de los noventa que estos grupos lanzaron una fuerte ofensiva contra cientos de turistas extranjeros. Basta recordar la matanza de 1997 en Luxor, cuando un comando de disidentes de la Gamaa Islamiya mató a 57 turistas.

La fuerzas de seguridad y los servicios secretos mantienen un férreo cerco –a base de desapariciones, torturas y arrestos denunciados por organizaciones de derechos humanos– contra grupos integristas que, pese a sus éxitos, no han podido evitar atentados como los registrados en los balnearios de Taba, Sharm el Sheij y Dahab.

PAGAR UN ALTO PRECIO

Pero mantener el férreo control interno del país ha costado un elevado precio: cero democracia y violación sistemática de los derechos humanos. Los egipcios no conocen lo que es ir a elecciones libres, no hay un Poder Judicial independiente, y la libertad de prensa es una utopía.

La “tibia” oposición, compuesta por izquierdistas, liberales e islamistas, denuncia constantes intentos de intimidación por parte del Estado. En El Cairo ha sido común que la Policía arremeta contra manifestantes que piden cambios en el régimen.

Los militantes de la Hermandad Musulmana, que ocupa alrededor del 20% de los escaños en el Parlamento, corren cada hora el riesgo de ser encarcelados.

Mientras, el estado de excepción, que fue decretado a raíz del asesinato de Sadat y que, a juicio de defensores de los derechos humanos, restringe la libertad de expresión y posibilita fallos jurídicos dudosos, aún sigue vigente.

Además, 29 años de poder del oficialista Partido Nacional Democrático (PND) ha dado paso a una enorme élite corrupta que controla, junto a altos cargos en las Fuerzas Armadas, la vida económica del país.

El despegue financiero de los últimos años –incentivado en parte por importantes reformas liberales– no ha podido, sin embargo, bajar los elevados niveles de pobreza del país del Nilo. Según informes de las Naciones Unidas, cerca del 40% de los 83 millones de egipcios viven con menos de dos dólares diarios.

Los egipcios, sin duda, no han tenido buenos motivos para ser felices por su rais y si de ellos hubiera dependido, hace rato que lo hubieran depuesto. Pero la sobrevivencia de Mubarak puede explicarse por su importancia en el contexto internacional. Su gobierno moderado y laico ha sido una garantía para la presencia norteamericana en la región frente a sus archienemigos de Irán e Iraq –en la época de Saddam Hussein–.

Mubarak también ha ayudado a Washington en sus planes de paz y ha funcionado como un importante mediador entre el mundo árabe más recalcitrante e Israel. Según fuentes diplomáticas israelíes, no se podría concebir un acuerdo final con los palestinos sin la participación de El Cairo.

Es quizá por ello que tanto los servicios secretos israelíes y norteamericanos han velado por la seguridad de Mubarak en todos estos años y al que han alertado en seis ocasiones de intentos de asesinato.

POSIBLES SUCESORES

Hoy, el gran temor de Washington y Jerusalén es que si las revueltas dan resultado y Mubarak termina por renunciar y huir del país, ¿quién podría sucederlo?

Se hablan de muchos nombres para sucederlo pero hay dos que destacan con fuerza. Uno, Omar Suleiman, jefe de los servicios secretos egipcios, gran amigo y aliado de Mubarak. A sus 74 años ha sido nombrado vicepresidente del país y tiene importantes contactos con las Fuerzas Armadas.

Está también Mohamed el-Baradei, ex director del Organismo Internacional de Energía Atómica y Premio Nobel de la Paz. Un candidato interesante y respetado en el exterior, pero sin las mañas y el temple para controlar al PND y a los militares.

El que más opciones tendría en quedarse sería Suleiman, pero su cercanía con el dictador podría hacer de su gobierno un régimen transitorio y no definitivo. Los egipcios ya lo dejaron claro, no quieren más la tiranía de Mubarak, o de alguien que se le asemeje.

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