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REVISTA

Caída de Mubarak: golpe geopolítico

Consecuencias del fin del gobierno del presidente egipcio
Estados Unidos e Israel ven con frustración la lenta caída de su viejo aliado.
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Caída de Mubarak: golpe geopolítico

El fin de tres décadas del gobierno del presidente egipcio Hosni Mubarak -acosado estos días por las revueltas que han dejado más de 150 muertos– supone el golpe geopolítico más importante de los últimos años en una región en compás de guerra permanente como es el Medio Oriente.

No solo porque se reacomoda el equilibrio de fuerzas en el mundo árabe musulmán, sino también porque obligará a replantear la política regional de dos países hasta ahora confiados en su buena suerte estratégica: Estados Unidos e Israel.

Comencemos por el primero. Durante tres décadas, la dictadura de Mubarak fue una bendición para las distintas administraciones norteamericanas. Sea con Reagan, los dos Bush y Clinton, el rais egipcio fue la carta más importante de Washington para lidiar con el complicado mundo árabe.

Por su milenaria historia, su ubicación estratégica –en el norte de África y el sur de Europa–, y el control del Canal de Suez –eje estratégico del comercio internacional–, Egipto siempre fue la estrella política y diplomática de la región.

Durante mediados del siglo XX, la antigua Unión Soviética intentó llevarla a su área de influencia pero fueron los acuerdos de paz con Israel, que firmó Anwar el-Sadat en 1979, los que terminaron por llevar a El Cairo hacia los dominios de Washington.

Se calcula que gracias a su “fidelidad”, desde principios de los ochenta, el gobierno de Estados Unidos ha dado a Egipto alrededor de US$ 50,000 millones en ayuda económica y militar, lo que convierte a ese país en el segundo receptor de ayuda estadounidense, detrás de Israel.

El acuerdo fue simple: a cambio de mantener la paz en la región y renunciar a cualquier tipo de revanchismo histórico con el Estado judío, la Casa Blanca le desembolsaría anualmente US$ 1,500 millones para modernizar sus Fuerzas Armadas, que son las décimo más poderosas del mundo.

Aunque no hay una confirmación oficial sobre el acuerdo, se sabe que este poderoso Ejército “jamás” podrá ser usado contra Israel, pero sí tiene un enorme poder de disuasión en el mundo árabe.

Washington también vio en el liderazgo de Egipto –y por ende, el de Mubarak–, el contrapeso para frenar la influencia de Irán, que se convirtió en 1979 en una República Islámica liderada por la figura casi mística del Ayatola Jomeini.

Para agrado de la Casa Blanca, Mubarak mantuvo siempre a Egipto como un país musulmán suniíta, moderado y laico en su estructuración política y con unos servicios de Inteligencia muy poderosos, gracias a la obra del actual vicepresidente Omar Suleimán.

Con un Mubarak todavía tambaleante, Washington también teme dejar de lado a un aliado importantísimo en su lucha contra el terrorismo que conoce muy bien las capacidades de grupos extremistas como Hamás o Hezbolá.

Lo curioso del caso es que la estabilidad que tanto valoró EE. UU. se fue tornando en un arma de doble filo para el Departamento de Estado que en los últimos años veía con preocupación el aumento del descontento de la población egipcia con sus autoridades.

Fue, incluso, en una ciudad como El Cairo donde el presidente Barack Obama dio su primer mensaje al mundo musulmán en el 2009 y les pidió que luchasen por reformas democráticas y el respeto de los derechos humanos. Mubarak, ciertamente, no quiso escuchar.

Hoy EE. UU. se enfrenta al dilema moral de apoyar las legítimas aspiraciones de libertad de un pueblo egipcio harto de tres décadas de cruel dictadura o mantener en el ruedo lo más que se pueda al presidente Mubarak quien, pese a todos sus defectos, ha sabido mantener a raya a los grupos radicales y fundamentalistas que son la mayor amenaza de estos tiempos.

En unas declaraciones hechas en las últimas horas, Obama aseguró que habló con Mubarak a quien le dijo que está a favor de una transición ordenada y que debe comenzar “ahora”.

Sus palabras podrían hacer pensar que EE. UU. le bajó el dedo al rais egipcio, pero lo cierto es que la Casa Blanca nunca da un paso en falso y ya hay quienes creen que Washington se decantaría por un gobierno de transición liderado por Suleimán, el brazo derecho del presidente egipcio.

Es decir, dejar fuera a Mubarak pero mantener lo más intacto posible su régimen político-militar que tanto favorece a los intereses estadounidenses.

ELEMENTO DE CONTENCIÓN

De otro lado, pero no menos importante, tenemos a Israel. El Estado judío sería también otro de los grandes perjudicados ante la salida del poder de Hosni Mubarak.

No solo porque durante su gobierno se implementaron los acuerdos de paz de fines de los setenta, sino también porque el presidente egipcio fue un elemento de contención en un mundo árabe en pie de guerra con Israel.

Israel, de apenas seis millones de habitantes, vive rodeado de 300 millones de árabes musulmanes que ven al joven Estado judío como un “error” e “injusticia de la historia”.

La mayoría, si pudiera, lo desaparecería de la faz de la Tierra, pero Mubarak siempre ha sido el líder que ha llamado a la calma y a la negociación.

Durante 30 años ha participado en el tortuoso proceso de paz con los palestinos, en el que ha actuado como “garante”, y ha servido de freno para la islamización del conflicto.

En esta crisis, Israel ha visto con preocupación la “traición” de Obama a Mubarak y algunos sectores de la diplomacia hebrea creen que la política de la Casa Blanca es “ingenua, engreída, insular y desatenta de los riesgos”.

Aunque cueste creerlo, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu se ha alzado como uno de los pocos líderes, sino el único, que ha pedido mantener al presidente Mubarak en el cargo.

Y es que sin él, la frontera sur, que ya se creía un tema saldado en la política exterior israelí, puede volver a surgir como un problema de seguridad nacional.

Una vuelta a la página preocupante si se confirma que el nuevo gobierno egipcio que suplante a Mubarak tiene contactos con organizaciones fundamentalistas que, al fin de cuentas, son la punta de lanza de grupos como Al Qaeda.

Esa posibilidad sería una pesadilla de horror para las autoridades hebreas que ya están preocupadas por el programa nuclear iraní, que no tiene vistos de paralizarse.

Si cae Mubarak, no hay dudas, la retaguardia israelí quedaría expuesta a merced de organizaciones como la Hermandad Musulmana que, lejos de mantener la paz regional, tiene un marcado discurso antisemita.

Se inicia la cuenta regresiva.

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