La posibilidad de iniciar una guerra en Libia para expulsar del poder al dictador Muamar Gadafi todavía no termina de convencer a Estados Unidos y a sus aliados europeos. En los últimos días, con la misma rapidez que se habla de preparativos militares en el país africano, surgen voces negando, siquiera, que la carta militar sea una opción viable.
Lo cierto es que Washington y sus aliados han comenzado una serie demovilizaciones a gran escala de sus principales buques de guerra, entre ellos fragatas y hasta un portaaviones nuclear, pero nadie quiere asumir el liderazgo de un operativo que podría provocar la peor crisis de seguridad que ha sufrido el Mediterráneo en las últimas décadas.
Y es que Libia, pese ser poco conocido en Occidente, es la segunda potencia más importante del norte de África –después de Egipto– y uno de los 10 países con las reservas más grandes de petróleo y gas en el mundo.
Desde 1969, el país ha sido gobernado con puño de hierro por Gadafi, quien destronó al rey Idris I en un golpe de Estado y proclamó una República árabe y nacionalista que por años coqueteó con el socialismo de la Unión Soviética.
En temas políticos Gadafi siempre fue un paria para Occidente. Sus discursos racistas contra Israel, su patrocinio a grupos terroristas y su implicancia directa en atentados como el derribo de un avión de pasajeros en la década de los setenta, hizo del régimen poco menos que un “apestado” para la foto pública.
Sin embargo, en cuestiones económicas y el plano privado, la situación fue distinta. En sus más de 40 años, Gadafi ha hecho jugosos contratos con empresas transnacionales para la exploración y explotación de crudo que iban a parar a los grifos de los despreocupados europeos.
Con el inicio de las revueltas el pasado 15 de febrero, el dictador ha ido perdiendo el control de extensas zonas del país, en especial en el este donde se ubican los estratégicos pozos petroleros. Ahí ha sido que Estados Unidos y Europa, al ver peligrar su suministro de combustible, han empezado a armarse para defender sus intereses.
PROS Y CONTRAS
Pero, como diría el secretario de Defensa norteamericano Robert Gates, una guerra en estos tiempos no es tan fácil como parece. El funcionario es de los pocos que creen que Washington debe liderar una ofensiva militar para evitar mayores ataques de Gadafi contra su pueblo, sin embargo, hay que sopesar muy bien los pros y contras de la crisis.
Por ejemplo, la guerra no debe hacerse por la vía unilateral de algunos países sino por un consenso que pase por las Naciones Unidas, algo muy lejos todavía de alcanzar.
Hasta ahora, solo Gran Bretaña –quizá movido por su alianza histórica con Washington– baraja la carta militar para deshacerse de Gadafi, pero otros países claves y con poder de veto dentro de Consejo de Seguridad, como es el caso de Francia, se niegan.
Tanto el presidente galo Nicolás Sarkozy como la canciller alemana Ángela Merkel han hecho un pedido “urgente” para que Gadafi renuncie pero temen también que su partida suponga problemas con los miles de millones de dólares que tiene invertido el dictador en fondos de inversión del Viejo Continente, claves para una región que no termina de recuperarse de la crisis financiera internacional.
El mismo presidente Barack Obama duda de la conveniencia de la guerra. Razones tiene por montones. En primer lugar, Estados Unidos, que no termina de levantar cabeza tras la mega crisis financiera del 2008, no está en condiciones de afrontar un conflicto de largo plazo que merme aún más la capacidad económica del país.
Un cálculo ligero estima que Washington podría necesitar US$ 5,000 millones para una primera fase de ataques aéreos, que se triplicaría si se habla de enviar soldados al país africano. ¿De dónde saldría el dinero? Nadie lo sabe.
Hay quienes creen que el Pentágono estaría a favor de de desarrollar una estrategia usada durante la guerra en Yugoslavia y las primeras fase en las campañas contra Iraq y Afganistán.
Es decir, con ayuda de su fuerza aérea tomaría el control absoluto sobre el espacio aéreo libio para destruir con cazas bombarderos toda la aviación de combate, aeródromos, estaciones de radar, comunicaciones y centros operativos de mando del Ejército libio.
Una vez neutralizada la infraestructura de la aviación de guerra libia, los cazas estadounidenses con misiles de alta precisión y largo alcance, sin mucho riesgo podrán atacar y aniquilar sistemáticamente los arsenales, bases de tanques y artillería pesada de Gadafi.
El problema con esta estrategia, y que ha sido constatada en conflictos anteriores, es que una vez dominado los cielos en necesario siempre asegurar el control de lo que pasa en tierra. Si la Casa Blanca no envía tropas suyas o de la OTAN, los grupos rebeldes podrían empezar a pelear entre sí desatando la guerra civil en el país africano.
Por lo demás, la presencia de tropas occidentales ya ha sido rechazada por la mayoría de los países árabes, aliados o no de Estados Unidos, que no ven con buenos ojos que un tercer país musulmán esté bajo el control del Pentágono y sus hombres.
Países como Arabia Saudita y Jordania también temerían que el apoyo militar de Obama pueda envalentonar a otros grupos rebeldes en Medio Oriente que no tardarían en sublevarse a sabiendas que Washington correría a su auxilio apenas vean represiones en las calles.
OTRAS ALTERNATIVAS
Otras de las posibilidades que se barajan en este escenario bélico es imponer una zona de exclusión área o armar a los grupos rebeldes para que ellos mismos puedan deshacerse de Gadafi.
La primera es técnicamente viable pero de difícil consenso. Se necesitaría un portaaviones y unos 400 cazabombarderos así como la posibilidad utilizar las bases terrestres del Mediterráneo, como las de Italia, Chipre, España y Turquía.
Países como Italia y Turquía ya adelantaron que cederían sus bases solo si hay un cuadro de legitimidad internacional, con la ONU a la cabeza, pero ni China ni Rusia quieren oír hablar de una intervención extranjera en Libia.
Según la Carta de la ONU, ningún Estado miembro puede atacar a otro si no es en legítima defensa. Por lo tanto, si el Consejo de Seguridad no lo aprueba, cualquier iniciativa que establezca una zona de exclusión aérea sobre Libia estará fuera de la legalidad internacional.
Sobre la segunda posibilidad, de armar a los rebeldes, hay quienes creen que Estados Unidos podría cometer el mismo error que en Afganistán en la década de los ochenta cuando dio armamento sofisticado a los muyahidines, que más tarde formarían las agrupaciones Talibán y Al Qaeda.
Hasta el momento informes de prensa dan cuenta que organizaciones islamistas ya llegaron a Libia para librar una guerra santa contra Gadafi que, quizá, en un futuro pueda volcarse contra Washington. Entonces, Obama habría de reconocer que el remedio fue peor que la enfermedad.