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REVISTA

Osama Bin Laden: su muerte no pone fin a la guerra

Al Qaeda tras la desaparición de su líder máximo
Estados Unidos debe evitar fáciles triunfalismos pese al golpe mortal dado a la red terrorista.
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Osama Bin Laden: su muerte no pone fin a la guerra

Estados Unidos ha sorprendido al mundo entero al anunciar en plena noche del domingo y cuando ya todos se aprestaban a irse a dormir que Osama Bin Laden estaba muerto. Así, la noticia que se pensaba era la más esperada de los últimos años pasó entre gallos y media noche en un hecho que, es obvio, no fue por pura casualidad.

Barack Obama y sus asesores de seguridad intentaron minimizar el primer impacto que puede suponer la desaparición del que era el terrorista más buscado del mundo.

Por lo pronto, y hasta el cierre de esta nota, se filtraban informes de que los servicios de inteligencia ya habían puesto en alerta durante el día a todas las embajadas, aeropuertos, puertos, compañías biotecnológicas y hasta plantas de petróleo.

Sin quererlo, Osama cumplía hasta muerto el objetivo por el que luchó en las dos últimas décadas de su vida: atemorizar al país más poderoso del mundo.

En las principales ciudades de Estados Unidos la gente se ha lanzado a las calles a celebrar y decir, apresuradamente, que esto es el fin de una época de terror y han llamado al presidente a retirar las tropas de Irak y Afganistán.

Sin embargo, las cosas están muy lejos de ello. Es cierto que la muerte de Bin Laden supone un golpe tremendo a la red terrorista Al Qaeda y sus huestes, pero ello no detendrá a sus herederos y a los que quedan, más violentos y sanguinarios que el propio jefe.

Informes de Inteligencia de la CIA ya lo han advertido y es bueno recordarlo: el “mérito” de Osama fue descentralizar la línea de comando del grupo terrorista al punto de generar cientos sino miles de células, autónomas en su accionar, en varios países de Asia, Europa y hasta el propio Estados Unidos.

Desde hace un buen tiempo integristas musulmanes sunitas y hasta chiítas ya han realizado atentados sangrientos en países como Turquía, Egipto, Yemen, España, Reino Unido, Rusia, sin el involucramiento directo del saudita.

En Irak, pese al descenso de la violencia y los atentados, los fundamentalistas siguen presentes, dormidos, expectantes de que las fuerzas de seguridad bajen la guardia para volver a atacar. Es en este país árabe donde las tropas norteamericanas ya alistan sus maletas para volver a casa a mediados de años, tal como lo prometió Obama y, sin dudas, lo hará. Pero, ¿estarán listos los servicios de inteligencia y las fuerzas armadas iraquíes para la tarea titánica de mantener la estabilidad en la región?

En Afganistán, mientras tanto, las fuerzas aliadas se preparan para iniciar una nueva ofensiva militar en la primavera para reducir la influencia de grupos extremistas como el talibán, pero nadie garantiza que de resultados.

Y es que el mensaje de Osama visto fuera de la visión occidental va más allá que la simplista “lógica del terror”. En varias zonas tribales del sudoeste asiático y el norte africano, donde la pobreza generalizada es moneda corriente, lo de Al Qaeda no es terrorismo sino reivindicación social, política y lo más peligrosa… religiosa.

Mientras en esas regiones haya millones de personas ignorantes, imbuidas en esa cultura islámica que apela a Alá y su justicia divina –y militar– como el único miedo para enfrentar lo que consideran los abusos de Estados Unidos y sus aliados para depredar cultural y económicamente sus países, santos por ser islámicos, la amenaza del surgimiento de un nuevo Osama es cuestión de tiempo.

Por lo pronto, sus seguidores ya no se encuentran solo en la chusma sin dinero. Tengamos presentes siempre que la infiltración de Al Qaeda alcanza incluso a miembros distinguidos de la casas monárquicas del Medio Oriente.

La familia Bin Laden tenía estrechos contactos con la casa de Saud en Arabia Saudita. Lo tenían antes del 11-S y lo seguían teniendo después. Estados Unidos lo sabe, Barack Obama lo sabe, pese al discurso oficial de halago hacia la cooperación antiterrorista entre Washington y Riad.

Y, miremos bien, también lo tiene entre la casta militar de Pakistán. Si no, ¿por qué Osama fue ultimado en una “mansión” en la localidad pakistaní de Abottabad?

Esto confirma que un sector importante de los militares y los servicios de inteligencia paquistaníes, a los que Washington le provee millones de dólares desde hace años, protegían a Osama, quien no vivía escondido en una “cueva” de la frontera con Afganistán.

Obama, de todas formas, alabó el trabajo conjunto entre Estados Unidos y Pakistán, pero es un hecho que estas circunstancias confirman los temores del Pentágono y de la CIA que Islamabad es un socio muy poco fiable.

La muerte de Osama Bin Laden, sin dudas, es un duro golpe moral para los integristas musulmanes y, como dijo el presidente estadounidense, una muestra de que Estados Unidos a pesar del tiempo siempre hace cumplir su justicia.

Celebremos la muerte de este asesino, pero no cantemos victoria. Se ganó una batalla, más no la guerra. Aún queda, por ejemplo, el número dos de Al Qaeda, el egipcio Aymán al Zawahirí. Estemos preparados.

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COMENTARIOS
3 comentarios      
sha-sha
02 de mayo 2011
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02 de mayo 2011
yaki suki
03 de mayo 2011
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