Osama Bin Laden ha caído y con ello se abre un nuevo escenario para la política internacional en Medio Oriente que ha tenido en la guerra contra el terrorismo un elemento preponderante. Aquí un breve vistazo a algunos países que pueden vivir algunos cambios a corto plazo tras la desaparición del sanguinario terrorista.
Afganistán: Tras el 11-S se convirtió en el primer país en aplicarse la “doctrina Bush” –del están conmigo o contra mí– en la guerra contra el terrorismo. Es después de Vietnam, con sus 13 años, la guerra que más ha entrampado a las tropas norteamericanas. Ya van una década.
La situación no es halagüeña. Estados Unidos y sus aliados de la OTAN dominan los principales centros poblados del país, pero son incapaces de frenar el desarrollo de grupos extremistas como el Talibán en las zonas rurales, donde Al Qaeda es visto con simpatía.
La muerte de Bin Laden le da la excusa perfecta al presidente Hamid Karzai, acusado de corrupción y fraude electoral, de decir que su país no apoyó al terrorista saudita. Cosa que no es cierta. Osama no se habrá escondido en terreno afgano pero sí tiene en el país miles de hectáreas de amapolas que van a parar al mercado de la droga y que han hecho del país un narco-Estado con el que se financian los ataques terroristas en varias partes del mundo.
Obama ha señalado que retirará sus tropas del país apenas comience a verse una mejoría en la seguridad y cuando las fuerzas militares afganas sean lo suficientemente fuertes para hacerse cargo de la seguridad. Con un Al Qaeda debilitado y sin Osama, los talibanes podrían replegarse pero es muy difícil que renuncien a las armas
Irak: Vivió un verdadero infierno tras la invasión norteamericana en el 2003, pero hoy goza de una inédita estabilidad que no es lo mismo a decir prosperidad, pero ya es mucho en una región como el Medio Oriente. Con todos sus defectos y diferencias interreligiosas es una democracia naciente –aun débil– que ha logrado organizar varias elecciones legislativas, locales y presidenciales.
Tiene una nueva Constitución, más pluralista. Y pese a su cercanía con el fundamentalista Irán, su comunidad chiíta está aprendiendo a vivir sin revanchismos tras décadas de sufrir el oprobio y la vejación del régimen de Sadam Husein.
El aumento de las tropas norteamericanas en el 2007 y 2008 permitió la captura y muerte de varios líderes integristas vinculados a la red Al Qaeda. Ojo, quedan muchos y peligrosos remanentes, pero sin Bin Laden el tenue lazo que los unía con Al Qaeda favorece a su paulatina contención o desaparición.
El presidente Barack Obama ha prometido sacar las tropas norteamericanas a fin de año y a partir de ese momento su futuro quedará en sus manos. Ojalá logre caminar solo. Se lo merece.
Pakistán: La muerte de Osama en una localidad al norte de la capital pakistaní, Islamabad, y muy cerca de la mayor academia militar, ha dejado al descubierto que el país, pese a ser uno de los principales socios en la guerra antiterrorista, no es para nada confiable.
Si se comprueba que un sector importante de los militares está apoyando a Al Qaeda, Washington tendrá que replantear su alianza y estrategia con Islamabad. El riesgo es demasiado grande pues las Fuerzas Armadas tienen acceso a decenas sino cientos de ojivas nucleares.
Como ya alertó la CIA, Al Qaeda tiene como unos de sus objetivos principales conseguir material atómico para atentados a gran escala. El panorama es sombrío.
Estados Unidos: La muerte del enemigo número uno de Washington supone una gran victoria en su lucha contra el terrorismo pero abre una nueva etapa para terminar de destruir al nuevo liderazgo de Al Qaeda.
Por lo pronto, fuera de juego Osama Bin Laden, la Casa Blanca tiene un motivo importante menos para justificar invasiones como la de Afganistán. El público podría presionar para sacar a sus hijos de semejante atolladero lo más pronto cuando ello no necesariamente sea lo mejor en torno a su política de defensa de sus intereses geoestratégicos.
En un plano más local, Obama se apunta un punto muy importante en su camino por la reelección y demuestra a los estadounidenses que, en el aspecto de la seguridad nacional, los republicanos no son los únicos buenos: también lo son los demócratas. Lo único que podría cambiar la situación es que la administración de Obama no logre evitar un nuevo atentado terrorista como el 11-S. Hasta ahora lo ha logrado pero nadie puede asegurar que así será siempre.
El mundo árabe: La muerte de Bin Laden llega en momentos de una revolución democrática en la región que ya ha tumbado regímenes autoritarios en Túnez y Egipto, y amenaza con hacer lo mismo en Yemen y Siria. El despertar democrático es abrazado por cientos de miles de jóvenes preparados y con acceso a las nuevas tecnologías de la comunicación que buscan mejores oportunidades y desarrollo económico.
Sin Osama puede albergarse la esperanza de que el fundamentalismo islámico sea desterrado como la solución a todos los males en Medio Oriente. Pero, nadie puede garantizar que así sea.
Israel y Palestina: Israel es, sin duda, uno de los países más vulnerables al extremismo islámico. La gente olvida que antes del 11-S el Estado judío ya vivía –y vive aún– la pesadilla de los ataques suicidas contra objetivos civiles. Sin ir muy lejos, en la franja de Gaza un grupo como Hamás llama a su destrucción y lanza cohetes que provocan el terror en las ciudades del sur del país.
Es Hamás el mismo grupo que tras enterarse de la muerte de Osama Bin Laden lamentó su asesinato y lo calificó de “guerrero santo árabe”. Y es esta misma organización, que no teme en enviar a sus kamikazes para reventarse contra inocentes –niños, mujeres y ancianos–, con el que el grupo Al-Fatah, que controla la Autoridad Nacional Palestina ha firmado un acuerdo de reconciliación.
La pregunta que queda hacerse es: ¿podrá Israel negociar la paz en Medio Oriente con un gobierno palestino que acoge en su seno a asesinos confesos? Las perspectivas de un acuerdo final son mínimas y preocupantes.