Es cierto. El hecho de que Keiko Fujimori tenga altas probabilidades de resultar elegida significa un agravio para la memoria de la nación y para la historia del Perú, por los asesinatos y los robos que cometieron su papá, el ex presidente Alberto Fujimori, y el socio de este, Vladimiro Montesinos, y por la manera en que ambos corrompieron la vida entera del país.
Miles de peruanos recuerdan al ex dictador con cariño, como el presidente que derrotó al terrorismo, acabó con la hiperinflación, creó una serie de programas sociales y los visitaba cada cierto tiempo allí donde ningún otro gobernante había llegado.
Pero hay otros miles de peruanos que no recuerdan al ex dictador con cariño ni con gratitud, sino con repugnancia y horror, porque son conscientes de que su gobierno fue corrupto, ladrón y asesino. Estas personas no imaginaron jamás la posibilidad de votar por Keiko Fujimori, pero al mismo tiempo han llegado a la conclusión de que un gobierno de Ollanta Humala sería mucho más dañino para el país.
Estas personas se han dado cuenta de que el 5 de junio no se va a poner en juego su dignidad ni su integridad moral, ni los principios y valores que rigen sus vidas, ni la dignidad y la integridad moral de los universitarios que a fines de los noventas salieron a las calles a protestar legítimamente contra la dictadura y que ahora, treintones ellos, se han transformado en asiduos de las redes sociales.
Ese domingo estará en juego algo muchísimo más relevante y perecedero: el futuro de un país.
La dignidad, la indignidad, el miedo y la valentía, son emociones individuales que las personas manifiestan (o deberían hacerlo) de manera personal, en sus vidas públicas y privadas, en sus relaciones con las demás personas, en las decisiones que toman o dejan de tomar cuando únicamente los afectarán a ellos, no a un país.
Si una persona decide realizar una serie de esfuerzos y disfuerzos para concretar su vocación de dramaturgo y guionista, entonces su comportamiento resulta digno y valiente. Si consigue redondear una buena interpretación de “Esclavo” en La ciudad y los perros, película homónima de la novela de Mario Vargas Llosa, esta persona actúa de manera digna y valiente. No importa que vote por uno y otro candidato.
Las personas demuestran su dignidad y valentía cuando persiguen sus sueños, cuando no se traicionan, cuando aman a pesar de todo, cuando siguen a su corazón, cuando se levantan con más fuerza después de haberse caído, cuando creen en la libertad y viven libres, cuando sonríen en el infierno.
Las personas no demuestran su dignidad o su valentía metidas en una cámara secreta con un lapicero en la mano, en una elección nacional que afectará las vidas de millones de personas.
Una elección nacional es una decisión colectiva que afecta las vidas de las sociedades y de los individuos que habitan en ellas, no las emociones de las personas. Por ese motivo, las personas debieran tener la grandeza y la lucidez para deponer sus emociones individuales y optar por el bien colectivo.
En este caso, en que está en juego el futuro de la democracia y la libertad de un país, elegir una opción para mantener a salvo la dignidad personal resulta egoísta, mezquino, irresponsable, autocomplaciente, y puede tener consecuencias irreversibles para casi treinta millones de peruanos.
El hecho de creerle a Ollanta implica cierto grado de ingenuidad y candor. Humala miente a sus electores mirándolos a la cara con una gran sonrisa que debiera ser interpretada como de burla: asegura que no aplicará una política estatista, que no instaurará una nueva Constitución y que respetará la independencia de los medios de comunicación.
Pero Ollanta también propone instaurar una nueva Constitución y establecer leyes restrictivas para el manejo de los medios masivos de comunicación con el fin de “repartirlos equitativamente”, que no quiere decir otra cosa que entregárselos a personajes inescrupulosos que hagan, digan y escriban lo que mejor convenga al régimen.
La gente que defiende a Humala parece haber olvidado que, en el 2006, con el puño en alto y el ceño fruncido, embutido en un polo rojo, habló de comunismo, de revancha social, de fundar una nueva patria solo para los peruanos de piel “cobriza”.
La gente que defiende a Ollanta Humala parece haber olvidado que irrumpió en la escena nacional encabezando un seudo levantamiento contra la dictadura de Alberto Fujimori, no en 1992 cuando Fujimori cerró el Congreso, ni en 1995 cuando se reeligió por primera vez, ni en el 2000 cuando le arrebató la presidencia a Alejandro Toledo.
La gente que lo defiende parece haber olvidado que Humala se “levantó” en Locumba el 29 de octubre del 2000, cuando el régimen de Fujimori se encontraba en escombros luego del golpe mortal que significó la propagación del video Kouri-Montesinos, “¿curiosamente?” el mismo día en que el ex asesor presidencial escapaba en el velero Karisma.
La gente que defiende a Ollanta Humala parece haber olvidado que respaldó el Andahuaylazo en el que murieron cuatro policías inocentes, al declarar que la insurgencia popular era un deber cívico y hacer un llamado al pueblo para que salga a las calles a tirarse abajo la democracia que representaba en ese momento el presidente Toledo.
Humala no despierta miedo. Humala provoca una auténtica preocupación, no porque crea en Hugo Chávez o en Fidel Castro o en Juan Velasco Alvarado. Las personas son libres de ejercer su propia estupidez y Ollanta es libre de admirar a los dictadores que le dicte su raciocinio o que convenga a sus intereses. La preocupación surge de la constatación de que Ollanta les miente en la cara a las personas.
Existen miles de electores que jamás pensaron votar por Keiko Fujimori, pero que lo harán pensando en el destino del país. Estas personas no son tan ingenuas como para creerle a la candidata cuando dice que no liberará a Alberto Fujimori. Es seguro que Keiko indultará al ladrón, al asesino y al corrupto de su padre.
Pero si tenemos que asistir al horrible espectáculo de ver salir en libertad a un dictador de setenta y tantos años que le hizo muchísimo daño al Perú en el pasado, con la condición de que no entre otro que le podría hacer todavía más daño en el futuro, habrá que aguantarse las arcadas, del mismo modo que en el 2006 se votó por Alan García tapándose la nariz.
Aquellas personas que jamás pensaron votar por Keiko Fujimori, pero que lo harán pensando en el destino del país, reprueban que la candidata siguiese al lado de su papá cuando este mandaba torturar a su mamá, del mismo modo que censuran que la ahora postulante participase en la campaña por la segunda reelección de su padre.
Aquellas personas que jamás pensaron votar por Keiko Fujimori, pero que lo harán pensando en el destino del país, no piensan que Mario Vargas Llosa diga tonterías, pero consideran (como el propio Nobel razonó, refiriéndose al ex ministro de Defensa, Ántero Flores Aráoz) que existen personas inteligentes que razonan de manera equivocada y arriban a conclusiones equivocadas, seguramente con las mejores intenciones.
Una persona puede admirar a un intelectual y aún así discrepar de sus razonamientos. La manera más elevada de admirar a un intelectual es, precisamente, discrepando de él.
A aquellas personas que jamás pensaron votar por Keiko Fujimori, pero que lo harán pensando en el destino del país, les preocupa que en el programa de gobierno de la postulante no se mencione la palabra “cultura”, pero están dispuestas a esforzarse para construir ellas mismas espacios para la cultura, el arte y el debate inteligente. Muchas de estas personas jamás han visto los programas de Laura Bozzo o de Magaly Medina, y tampoco las telenovelas de Eduardo Adrianzén.
A aquellas personas que jamás pensaron votar por Keiko Fujimori, pero que lo harán pensando en el destino del país, les repelen personajes como Martha Chávez, Kenji Fujimori, Luisa Cuculiza, Rafael Rey, Juan Luis Cipriani; pero también personajes como Antauro Humala, Isaac Humala, Daniel Abugattás, Elsa Malpartida, Nancy Obregón y la caterva de marxistas y maoístas que Humala tiene en su lista de congresistas electos.
El 5 de junio no se pondrá en juego la dignidad ni la integridad moral ni los principios y valores de las personas. Las personas ponen en juego todos los días esas emociones. Ese domingo se decidirá el futuro del país. Quien vote pensando en el país podrá dormir tranquilo. Quien vote pensando en sí mismo, ¿también?
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