Durante mi segundo embarazo, experimenté las típicas nauseas y vómitos que suelen afectar a un gran número de embarazadas, pero en este embarazo en particular me afectaron en gran medida día y noche al punto de tener que tomar medicación más de la necesaria para controlarlos. Sin saberlo, una de las pastillas recetadas por el médico cuyo principio activo era la metoclopramida me causó un efecto adverso que yo nunca había experimentado.
Por un tiempo ni yo ni mi familia ni los médicos, relacionaron la medicación con los síntomas que experimentaba: ansiedad, taquicardia, dificultad para respirar, sensación de ahogo, inseguridad, miedo a salir de casa sola, temores, pánico... Por primera vez comprendí el grado de angustia y desesperación que sintió mi padre para tomar la decisión de suicidarse y saltar al vacío desde su departamento en el piso 12, un año antes de que yo quedara embarazada por segunda vez.
Fue en una de las ocasiones en que terminé en urgencias por los síntomas físicos de falta de aire y opresión en el pecho, que un doctor me dijo que estaba experimentando un cuadro de ansiedad y que no podía ayudarme porque darme algo para controlarlo podría afectar al bebé. Me preguntó si yo tenía alguna preocupación, algún miedo relacionado con mi embarazo, miedo a que algo salga mal... Yo me quedé perpleja, sentía que lo que yo estaba experimentando era algo físico y no psicológico... yo no tenía ninguna preocupación, estaba feliz con mi embarazo.
No entendía lo que me sucedía y finalmente se me ocurrió que seguramente el embarazo había sacado a la luz alguna enfermedad mental escondida, teniendo en cuenta el antecedente de mi padre que se había suicidado y que gran parte de su vida había luchado contra el trastorno bipolar y la depresión. Afortunadamente, en una de esas veces que terminé en urgencias, a una obstetriz se le ocurrió preguntarme qué estaba tomando para combatir los síntomas del embarazo. Fue ahí que me informó que aquello que yo tomaba religiosamente para ayudarme con las náuseas y vómitos, tenía entre sus efectos adversos síndrome ansioso, tendencia a la depresión e inestabilidad nerviosa.
Inmediatamente dejé de tomar esa medicina, cambié de médico y poco a poco esos síntomas desesperantes fueron desapareciendo hasta volver a ser la misma de antes. Pero esa experiencia me marcó para siempre. Pude sentir en cierto modo lo que experimenta una persona ansiosa y angustiada.
Aquellas personas que padecen ansiedad, trastorno bipolar y depresión tienen grandes posibilidades de quitarse la vida. Es un mito pensar que quienes hablan a cada rato de la muerte y del suicidio no lo llevarán a cabo. Muchos suicidas advierten previamente sus intenciones, cuando hablan de suicidarse lo están haciendo en serio.
Yo tenía 16 años de edad cuando mi papá me comentó por primera vez sus intenciones de suicidarse (15 años antes de que finalmente lo hiciera). Yo vivía con mi madre (separada hace muchos años de mi padre), él me llamó por teléfono a despedirse en medio de la noche, anunciándome que se tiraría del décimo piso del departamento en el que vivía en aquel entonces. Asustada con el anuncio, solo atiné a calmarlo y a pedirle que me esperara, porque al día siguiente iría a visitarlo. Aquella noche no ocurrió. Pero esa no sería la última vez que manifestaría sus ganas de morir.
Con el transcurso de los años, sus afecciones fueron limitando su calidad de vida y su desenvolvimiento. Tuvo picos de mejoría y otros de caída absoluta, pero la muerte siempre estaba presente en sus conversaciones: decía que no le quedaba mucho tiempo de vida, deseaba ser cremado y que sus cenizas sean echadas en determinado lugar, quería saber si lo íbamos a extrañar...
Mientras estuvo vivo nunca llegué a comprenderlo completamente. ¿Cómo una persona tan genial e inteligente, con un gran talento innato (súper talentoso con el piano), con una gran sensibilidad... había sucumbido a problemas mentales? Sin embargo, esto no es tan lejano de la realidad; no en vano algunos de los más grandes genios del mundo estaban “locos”.
Era difícil y a la vez doloroso entender lo que mi padre sentía, la enfermedad que lo afectaba. Ni en mis más profundos sueños imaginé que verdaderamente se suicidaría. No obstante, luego de experimentar ese efecto secundario ansioso por algunas semanas durante mi segundo embarazo, entendí el tormento que él había vivido no por semanas, sino por muchos años. Entendí que la medicación que él tomaba para controlar sus males nunca era suficiente y que ese dolor que lo envolvía era tan fuerte que necesitaba romper las cadenas del sufrimiento y alejarse de una situación de vida que ya le era imposible manejar.
No es lo mismo que un extremista suicida detone bombas o que un japonés se haga el haraquiri, que una persona con problemas mentales sumida en la depresión se suicide.
El suicidio deja a los familiares con un terrible sentimiento de culpa. Nos preguntamos: ¿qué pude hacer para evitarlo?, ¿por qué no hice esto o aquello? Pero ya es demasiado tarde... Por largo tiempo pensé que contribuí a que eso sucediera porque justamente en los últimos meses de su vida, estuve un tanto aislada de mi familia porque estaba pasando un mal momento y coincidentemente en aquel entonces no visitaba tanto a mi papá como solía hacerlo anteriormente. Esa culpa me acompañó fuertemente hasta el día en que experimenté en menor medida lo que él sufrió por años en demasía.
No se pueden prevenir todos los suicidios, pero sí muchos de ellos; no es tarde para evitar que otras personas, incluidos niños, se quiten la vida. Es importante recalcar que solamente un escaso número de suicidios se producen sin aviso. La mayoría de los suicidas dan avisos evidentes de sus intenciones; por consiguiente, esas amenazas deben ser tomadas en serio. Y aunque no garantiza que el suicidio sea inevitable, los niños, adolescentes y adultos que padecen algún trastorno mental no pueden ser ignorados y dejados sin tratamiento.
El mismo año en que falleció mi padre, se estrenó un conmovedor documental Boy Interrupted, en el que Hart y Dana Perry comparten la pesadilla de cualquier padre: la muerte de un hijo por el suicidio, la repercusión que tuvo en la familia la muerte de Evan de 15 años de edad (que se suicidó de la misma forma que mi padre) y la difícil manera de seguir viviendo después del trágico suceso. En aquel documental, un psiquiatra afirma que la bipolaridad es el cáncer para la psiquiatría, porque no hay certeza de que se pueda evitar la muerte en ningún caso... pero siempre hay esperanza...
Para terminar con esta reflexión, comparto un poema que le dedicó Silvio Crespo, un admirador de mi papá, Otto De Rojas Guedes, quien finalmente descansa en paz:
Y VOLÓ
Y voló escapando
de los avatares de esta vida
voló buscando la libertad
de este mundo tan duro y cruel
en que está la sociedad sumergida.
Voló con las alas que te dan la desesperación
sin otra opción que ver más allá de la realidad.
Ahora fuera de esta cruel y triste realidad
encontrarás paz y consuelo
con el Dios de misericordia
porque toda la gloria mundana está en el suelo
comparado con la dicha y verdad
que con Él podrás encontrar.