Los documentos no solo ponían en aprietos al entonces gobierno de Richard Nixon sino a sus antecesores pues demostraban, una vez más, que las administraciones de Dwight Eisenhower, John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson habían mentido sistemáticamente al pueblo norteamericano sobre los antecedentes de la guerra en ese lejano país asiático y sus motivaciones para ir y mantener un conflicto que terminó matando a más de 55,000 militares estadounidenses. Sin contar, claro, a las 1.5 millones de víctimas civiles vietnamitas, tanto del Norte como del Sur.
Se trataban de informes diplomáticos, militares y de inteligencia elaborados en su mayoría por el Departamento de Defensa que dejaban en evidencia que los gobernantes estadounidenses habían mentido al pueblo con tal de llevar al país a una guerra por conveniencias ideológicas –en el marco de la Guerra Fría– y económicas –nutrir a la poderosa e influyente industria militar–.
La Casa Blanca de entonces intentó por todos los medios detener la filtración pero fue en vano pues el caso fue llevado hasta la Corte Suprema que dictaminó que la prensa tenía todo el derecho de informar.
El caso se extendió no solo hasta el The New York Times sino también al The Washington Post, The Boston Globe y otros 17 periódicos más a nivel nacional que sacaron, a modo de telenovela, los capítulos más negros de esa historia.
Sin embargo, no se llegó a filtrar todo. Quedó material y en abundancia por lo que este lunes 13, después de 40 años, el gobierno estadounidense los pondrá a disposición del público en general.
La noticia, que fue revelada el fin de semana, ha causado gran expectativa de los medios de comunicación que tras cuatro décadas podrán, por fin armar, el rompecabezas de la historia.
¿LA HISTORIA SE REPITE?
El contexto es, por lo demás, muy interesante, pues se da en tiempos en que Estados Unidos todavía no termina de digerir el impacto de las revelaciones que vivió meses atrás por la desclasificación de cientos de miles de documentos secretos –también en la prensa– por parte del sitio web WikiLeaks.
Así, la ocasión amerita comparar algunas similitudes pero también las grandes diferencias entre ambos casos que tocan la difícil relación entre prensa y poder.
Primero, en el caso de WikiLeaks, la revelación no solo trataba una guerra, sino de varias, entre ellas las de Afganistán, Irak, y la lucha mundial contra el terrorismo. Pero en ambas se descubre un afán de Estados Unidos por manipular datos para ganarse el favor de la población en sus misiones militares y, a la vez, obtener beneficios económicos en el proceso.
Segundo, mientras en los “Papeles del Pentágono” solo había informes de inteligencia y análisis políticos y militares, en el caso de WikiLeaks, el destape incluyó muchas percepciones “personales” de diplomáticos y otros funcionarios menores sobre diferentes líderes del mundo. Ello hizo que muchos consideraran los destapes como “simples comentarios” y “chismes de salón”, restándole trascendencia histórica.
Tercero, las motivaciones personales de quienes destaparon los cables difieren enormemente. Mientras que en los “Papeles del Pentágono”, Daniel Ellsberg tenía una genuina necesidad de “poner fin a una guerra injusta” y demostrar el comportamiento inconstitucional de los presidentes, en el caso del creador de WikiLeaks, Julian Assange, se percibe cierto afán de ‘figuretismo’.
Incluso, se sabe que Ellsberg intentó contactarse con senadores antibelicistas de la época, mientras Assange fue de frente con otros medios a los que ofreció a buen precio los documentos en bloque, muchos de ellos sin haber pasado por un filtro para no poner en riesgo la vida de agentes encubiertos en lugares peligrosos.
Cuarto, los “Papeles del Pentágono” reforzaron el papel de la prensa como fiscalizadores constantes e incómodos del poder establecido y la verdad oficial, mientras WikiLeaks todavía es visto como un bluf mediático que abarcó mucho y apretó poco.
Y quinto, pero no menos importante, el escándalo de los “Papeles del Pentágono” dio origen a la creación, por parte de Nixon, de la Unidad de los fontaneros, llamada así porque debían encargarse de filtraciones como la de los documentos.
Ese paso, según The New York Times, condujo al escándalo del caso Watergate y, en última instancia, a la dimisión del presidente. WikiLeaks no aspira a tanto, ni siquiera a la amenaza de renuncia del actual secretario de Defensa, Robert Gates, o la secretaria de Estado, Hillary Clinton, quienes con una simple llamada a los afectados repararon los daños desatados por las filtraciones.