Lo verdaderamente llamativo no es que una persona se decidiese a crear este grupo llamado Quema de Libros de Mario Vargas Llosa, sino que el número de participantes y la cantidad de comentarios negativos y hasta insultantes contra el escritor crezcan día a día en número y en virulencia.
Entre los comentarios más circunspectos resaltan: “Mario Vargas Llosa no ha pensado nunca en el Perú, solo en sus propios intereses y rencores. No se merece respeto por parte de ningún peruano que sí quiere que su país siga creciendo”.
Otro: “Es increíble cómo se puede llegar a apoyar a alguien aun en contra de lo que creemos, solo por odio y rencor, y, lo peor, hacer creer a la gente que es la mejor opción sabiendo que no lo es. Mario Vargas Llosa eres un mentiroso y un traidor de tus propios principios”.
Otro más: “La quema de libros de Mario Vargas Llosa es una lección para aquellos que no son consecuentes con sus posiciones. La quema de cualquier libro atenta contra la cultura, pero el atentado que ha sufrido el Perú con Mario Vargas Llosa y su hijito (Álvaro) es mayor porque atenta contra la moral (…) Cómo puede decir que, una vez terminadas las elecciones, también terminó su trabajo”.
Otros participantes del colectivo repudian el hecho de que, mientras los peruanos sufragaban ese domingo 5 de junio, Vargas Llosa, que jugó un rol relevante en la campaña, no participara también con su voto y se quedase en Madrid, firmando sus libros ante una larga cola que esperó por él durante horas en el Parque del Retiro.
En la descripción del grupo, el creador manifiesta: “Este grupo es considerado violento, pero queremos demostrar lo contrario invitándolos a participar de esta manifestación no violenta en contra del escritor Mario Vargas, que en un acto de odio y revanchismo decidió influenciar en las votaciones (…). Este no es un grupo político, sino un grupo de ciudadanos peruanos con un interés en común”.
Todas estas personas repudian el hecho de que Mario Vargas Llosa apoyase a Ollanta Humala aun en contra de sus ideas liberales cuando es evidente que el recién elegido presidente está más cerca de ser un comunista o un izquierdista que un liberal.
Estas personas recuerdan que hace unos meses Vargas Llosa llamó a Ollanta “el cáncer o el sida”, y consideran que el escritor no apoyó al candidato por convicción o porque creyese que Humala realmente desechó sus ideas radicales, sino por odio o rencor contra Keiko Fujimori por haber perdido las elecciones de 1990 contra su padre.
Es posible que Mario Vargas Llosa se haya equivocado en su decisión de apoyar a Ollanta. Es también posible que, cegado por el rencor o el odio o alguno de esos sentimientos oscuros que no son ajenos a ningún ser humano aunque sea muy inteligente o talentoso, Vargas Llosa se haya lanzado a apuntalar a Humala aun cuando las ideas de ambos se encontraban en los extremos opuestos.
Pero los intelectuales y los escritores también se equivocan, aunque ellos crean que no. Los Premio Nobel también se equivocan. Y ellos también sucumben al odio, al rencor y a peores sentimientos. Y Mario Vargas Llosa, vaya que se ha equivocado, como cuando en un principio apoyó a Castro y luego a Velasco. Pero después tuvo la suficiente honestidad intelectual para recular y se transformó en un feroz crítico de Velasco y de Castro y también de Hugo Chávez.
¿Por qué, entonces, decidió apoyar a Humala cuando unos años antes el candidato de Gana Perú había declarado su admiración por cada uno de esos dictadores? Nadie sabe con certeza. Lo que es probable es que, en unos años, Vargas Llosa se convierta también en un crítico de Humala cuando este cometa las tropelías que el 49% de peruanos teme que va a cometer una vez que asuma el poder en unas semanas.
Pero no es culpa de Mario Vargas Llosa que Humala ganase las elecciones. Tampoco es culpa de los intelectuales ante los cuales Humala juró ante la Biblia. Ni es culpa de los escritores que, días antes de las elecciones, respaldaron su candidatura. Tampoco es culpa de Keiko Fujimori o de Alberto Fujimori o de Jaime Yoshiyama. Ni de Toledo ni de Castañeda ni de PPK.
Ollanta tuvo un notable equipo de asesores y publicistas que le dijo exactamente qué ropa debía ponerse para cada ocasión, qué gestos debía hacer, cómo debía sonreír, el tono de voz que debía emplear y las palabras que debía usar. Y Humala les hizo caso al pie de la letra. Es probable que el único mérito del electo presidente, por el momento, sea haber obedecido las órdenes de su comando de campaña, como buen militar, sin dudas ni murmuraciones.
La estrategia eficaz de este comando de campaña ocasionó que una mayoría de peruanos creyese en el cambio de Ollanta. Si asumimos que Vargas Llosa no apoyó a Humala por odio o rencor a los Fujimori, entonces el escritor también se dejó convencer por él.
Pero eso en ningún caso amerita que un grupo de personas promueva la quema de sus libros. Aunque estén muy equivocadas o vayan en sentido contrario de los razonamientos y las conclusiones de uno, las ideas ajenas se rebaten y se combaten también con ideas. Promover la quema de libros es un acto grotesco, vandálico, incivilizado.
Los libros no se queman. Los libros se leen, se comentan, se dejan a medio camino si son demasiado malos o aburridos, se releen si son buenos o entretenidos, se prestan, se regalan, incluso pueden ser birlados de las librerías o de los supermercados si son demasiado caros o si uno quiere entretenerse un rato.
Pero en ningún caso los libros se queman. Ni siquiera si el autor ha sido demasiado inepto y no ha conseguido entretenernos o sorprendernos o emocionarnos. Y mucho menos si son libros de Mario Vargas Llosa, sin duda el novelista peruano más hábil y uno de los más hábiles en lengua hispana de todos los tiempos.
Después de las elecciones, algunas personas parecen haber olvidado las declaraciones de respeto y admiración que le dirigieron a Mario Vargas Llosa cuando ganó el Premio Nobel de Literatura 2010. Entonces era un héroe, el máximo orgullo del Perú. Ahora es un traidor a la patria, casi una rata.
Mario Vargas Llosa ganó el Premio Nobel gracias al esfuerzo y a la disciplina con que asumió su trabajo a lo largo de cincuenta años. En el Perú nadie le regaló nada. Nunca. Si en estas elecciones procedió por convicción o guiado por el rencor o el odio hacia Alberto Fujimori, solo él lo sabe. Si se equivocó o acertó al apoyar a Humala, sólo el tiempo lo dirá.
Cualquiera que se haya manifestado a favor de una u otra candidatura por cuestiones estrictamente de conciencia, sin tomar en consideración intereses o emociones o sentimientos personales, sino pensando en el futuro del país, es digno de respeto y no debiera ser insultado o descalificado ni se debiera promover la quema de sus libros.
Es probable que, en unos años, cuando Humala haga exactamente todo aquello que, con la mano en la Biblia, juró no hacer ante un grupo de intelectuales, con Mario Vargas Llosa mirándolo desde una pantalla gigante, entonces el genial escritor evalúe si su accionar en esta campaña fue limpio o estuvo contaminado por emociones subalternas.
El día que Ollanta, vestido con saco y corbata, posó su mano en la Biblia y realizó una serie de juramentos que nadie le había pedido que hiciera, algunos se convencieron con una sonrisa de que Humala había cambiado y de que ya no haría todas las cosas que cinco años atrás había prometido hacer. Ese día, al verlo, otras personas confirmaron con un gesto de pesar lo que ya sabían: Ollanta Humala mentía.